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Si la sal se vuelve sosa… - Francisco Cano

5. T. O. 2023 A Mt 5,13-16

Si la sal se vuelve sosa… no sirve más que para tirarla fuera y que la gente la pise”

Esta Palabra se cumple hoy. Las metáforas que utiliza Jesús son elocuentes, y nos interrogan sobre cuál es el proyecto de nuestra vida. Esta palabra pone al descubierto un tipo de fe en la que no pocos vivimos: esquilmada, rutinaria, neutra, que no cuestiona, que no impresiona, inofensiva. Parece que nos hemos propuesto hacer del evangelio algo prudente y razonable, y hemos conseguido que sea pisoteado, porque ha perdido toda su fuerza, la de un organismo vivo: la cualidad de fermento. Es común la constatación de que el evangelio vivido hoy por los llamados cristianos no encuentra más que la total indiferencia, cuando es un mensaje de positividad, de felicidad, de tal manera -lo dice Jesús-, que la gente al vernos glorifiquen, den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

Nos interroga cuando buscamos un cristianismo rebajado, cómodo. Cristianos que viven de forma confortable en la cruz, que viven su fe más como una doctrina y no como una encarnación. En una palabra, faltan cristianos que escandalicen, porque encarnan el amor loco de Dios. ¿Dónde están los testigos? ¿Dónde están los hombres y mujeres de oración que son sal de la tierra, que pongan en la vida del ser humano un sabor y una gracia desconocidos? Vivimos para eficacia productivos. El evangelio vivido no es para poner tristeza en nuestras vidas, sino para hacernos más lúdicos, llenos de talante festivo, llenos de ternura, creatividad, y viviendo el gozo del compartir. ¿Dónde está la fuerza humanizadora, liberadora y salvadora que se encierra en el acontecimiento y la persona de Jesús? No somos pelagianos.

Jesús habla del peligro de que la sal se vuelva sosa. ¿Dónde están las buenas obras que muestren el amor de Dios y la acción del Espíritu en nosotros? Bien podemos afirmar que todo se sacrifica al dios del interés económico. Pero sigue en pie: “vosotros sois la sal de la tierra”, una llamada a mantenernos libres frente a los dioses que hemos creado, que esclavizan y corrompen. Jesús nos hace una invitación a introducir compasión en una sociedad desgarrada que está matando la civilización del corazón. Lo que Jesús quiere es que nuestro comportamiento sea de tal naturaleza que la gente, al vernos, se sienta mejor, más feliz, se sienta con ganas de tener fe en Dios, y esto pide una gran humanidad y una profunda espiritualidad. Si no tenemos nada propio en lo espiritual, ¿cómo vamos a tenerlo en lo material? La actitud del creyente consiste primariamente en dejarse hacer, en lugar de hacer; en “reconocerse sin obras” ante Dios y por eso también ante los hombres; en aceptar que mi valor y mi verdad no están en nada de lo mío, sino en el Don que se me ofrece y, por tanto, que el hombre vale, sólo porque Dios le ama, y no por lo que él hace para valer.

La justificación por la fe no significa quedarse resignado donde uno está, sino que pone en marcha un proceso de liberación: “Vean vuestras buenas obras”. Lo que reconcilia al hombre es saberse amado por Dios, y no las obras del hombre. El único motivo de presunción del hombre es que Dios nos amó cuando todavía éramos pecadores.

La presencia del Espíritu implica una reestructuración de lo más hondo del hombre. Esa reestructuración de nuestro interior consiste en hacer humano al hombre. Si el Amor es lo que nos justifica, el amor es la verdad del hombre, lo que decide sobre la humanidad o inhumanidad. De ahí que “cada cual es lo que sea su amor”.

El axioma cristiano es que el hombre es justificado por la fe, “sin las obras de la Ley”, a pesar de que luego san Pablo en sus cartas exigirá puntillosamente las obras, y hasta elaborará catálogos de acciones que alejan al hombre de la salvación. Es iluminador y muy liberador llegar a comprender que el hombre no vale por lo que hace, sino porque Dios le ama. El hombre debe amar a aquel que no vale ante él, ya que Dios le ha amado a él cuando tampoco valía nada ante Dios.

Las obras son necesarias porque es “haciendo cosas” como el ser humano se hace a sí mismo. Pero sólo valen para eso las obras del hombre que está verdaderamente olvidado de sí mismo. Por eso sus obras ya no serán las del que busca merecer y ser grande, sino la respuesta humilde y gratuita que le produce el Amor. Nosotros sólo creemos que Dios se nos entrega porque nos ama a pesar de nuestra miseria, de ahí brota la entrega confiada que le transforma.

 

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