LA LEY y LA PALABRA - Antonio Calvo Orcal

Lentamente, con dolor, vamos saliendo de la selva, con las armas de la ley y la palabra. Algunos sintieron llamadas que no podían acallar, y salieron del grupo, a la intemperie, soltando con pesar la seguridad de aceptar costumbres sin pensar.

No podemos soportarlos, pero, son ellos los que van trayendo el alba a la noche del vivir. Han sido ellos los que han rasgado con el filo de sus vidas esforzadas los velos que envuelven el letargo perezoso de la mortalidad mostrando sus adentros de eternidad.

Creo que un ser al que ha aupado del instinto el amor y la palabra nada puede ya saciarle que no sea creación. Entre cuerpos quebrantados, en las simas del sufrimiento, a las puertas implacablemente abiertas del morir, el amor nos va mostrando su verdad en los testigos.

La palabra, que ha encontrado su hogar en la conciencia, ha necesitado el amor para descubrir su sentido. El derecho y el deber, la ley, ha hecho posible transformar la selva en casa. Va haciendo comprender el poder como servicio.

Se trata de hacer de la materia cuerpo del espíritu. Creador de criaturas creadoras. Si hay misterio creador se está mostrando como amor. La mortalidad, así, es un diálogo implacable con la muerte, con el sufrimiento y con el gozo, con el absurdo de acabar después de ser. Un camino necesario por las simas y las cimas del regalo de vivir. Nunca falta la fuerza del amor en lo más hondo. Siempre habla en los testigos.

Crear es otra cosa que usar la fuerza. Crear es convocar al dar la vida. Crear es creer, tomar la vida en serio. Mostrar que la humildad es condición ineludible del ser agradecido. Tratar como ignorancia el mal que van sembrando las cegueras del alma.

La guerra es el fracaso del amor y la palabra. La selva. Quienes la hacen creen hacer lo que deben. Han construido un tupido universo de justificaciones. Han llenado su mirada de enemigos. Se creen buenos. Mejores que los otros. La guerra es su misión inevitable.

Aunque la respuesta violenta sea comprensible, aunque, en algunas ocasiones, muy contadas, pueda considerarse legítima defensa, jamás debe olvidarse que los enemigos se necesitan y justifican entre sí, que la violencia engendra violencia. No se cambia el corazón de un fanático en un día. La línea que separa el bien del mal cruza el corazón de todos los humanos. El fanático no nace así, se hace respirando sin sentir dimisiones cotidianas. La barbarie se va sembrando y cultivando en las mentiras de cada día, en las perezas del pensar y del hacer, en la costumbre de consentir por errada conveniencia la injusticia, en la dimisión de ser humano.

Quien mata es un impostor, se cree dios, señor y dador de vida.

Para hacer el mal es suficiente con dejarse llevar. Hacer el bien requiere esfuerzo. El duro trabajo de convertir todo poder en servicio. Para avanzar en humanización sólo hay un camino: devolver bien por mal. Romper la espiral de violencia sólo puede hacerse sin violencia. Con la ley del Talión y la venganza el mundo sería un lugar inhabitable.

La respuesta noviolenta, la cultura de la paz, es imprescindible para la resolución de conflictos y avanzar en el camino de humanización. La respuesta pacífica debe ser firme y dispuesta a dejarse la vida en el intento, planeada estratégicamente, entrenada, científica, esperanzada y pazciente. No desespera del malhechor, a quien considera igual en dignidad y con capacidad de conversión. No le juzga enemigo, ni malvado, le considera un hombre profundamente desorientado del sentido de la existencia. Quizás, lleno de miedos y desconfianza, un pobre hombre que necesita sentirse poderoso por la fuerza, ya que no siente la fuerza del amor.

La cultura de la paz requiere mucha experiencia de la condición humana, de la alegría y de la capacidad creadora del amor, de la mirada ineludible del sufrimiento y de la compasión. No es cosa de personalidades blandas, ni ingenuas. Al contrario que en las guerras, a ella deben ir a entregar la vida quienes la han vivido mucho. Ejércitos de desarmados, con solo la ley y la palabra, dirigentes de todas las religiones, creyentes en Dios o en el Hombre, deberían abandonar el privilegiado escenario de los templos, de los palacios, o de las casas, y plantarse, a cara descubierta, con la fuerza de su fe, en los frentes donde se pretenden consumar las fechorías y las iniquidades contra quienes son considerados enemigos, o simples medios, en los delirios de poder de los ignorantes. Deberían dejar desnudos y deslegitimados con la fuerza de su ejemplo, si quieren ser creíbles, a quienes se alzan en armas contra sus hermanos, porque toda guerra es fratricida.

Es hora ya de insurrección pacífica, siempre es la hora de la conversión personal y de la revolución social a la fraternidad universal. Creer en Dios o en el Hombre requiere, sin concesiones, deslegitimar a quien pretende actuar en su nombre matando, mintiendo, robando, falseando y tapando, en fin, la verdad de la existencia, que sólo puede ser la del amor. Sólo una ONU lúcida y firme, las religiones que dicen creer en Dios y en el hombre, y los hombres que dicen creer en el hombre porque creen en el amor, pueden resistir a la barbarie y hacer creíble la esperanza de plenificación humana, aquí, y, quizás, más allá de la noche de la mortalidad.

Antonio Calvo Orcal
Siete de marzo del 2022. Duodécimo día de una barbarie local, en Ucrania, que habla a gritos, indignados y dolientes, del desorden establecido en nuestro mundo.