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Un poco más y no hay impío - Carlos Díaz

En los primeros siglos la Iglesia celebraba anualmente la misa sobre la tumba de cada mártir. Con el tiempo, como el número de mártires llegó a ser tan crecido, fue precisa una fiesta para honorarlos a todos conjuntamente. Ante los emperadores anticristianos, fueron tantos los que se autoacusaban, que no había cárceles para ellos, por lo que los césares determinaban su libertad. Y muchas de las profesiones indignas dejaron de ser realizadas por los primeros cristianos, por lo que casi desaparecieron.

Más tarde, como suele ocurrir con el paso del tiempo, durante la santa visita pastoral, en octubre de 1865, el Dr. Don José Luis Montagut, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Oviedo, conde de Noreña, Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica, del Consejo de Su Majestad, etc., «nuestro excelentísimo Señor Obispo entró en Pravia en carretela descubierta y, acompañado de cuatro coches que ocupaban diversas comisiones de autoridades civiles y eclesiásticas y varios particulares que habían ido a Corbellana a esperarle y cumplimentarle. El espectáculo que entonces ofreció dicha villa era por demás tierno y conmovedor. Un gentío inmenso llenaba las calles y los balcones de las casas ataviados con vistosas colgaduras; las campanas daban al aire sus acentos; la música derramaba por el espacio torrentes de armonía y los cohetes a su modo expresaban el contento universal, la indecible alegría que embargaba los corazones. Todos anhelaban conocer a su Prelado, todos pedían con ansia su apostólica bendición, y S.E.I. a todos complacía con la bondad cariñosa que le distingue. Llegada la lúcida comitiva a la Colegiata, nuestro Excmo. Prelado bajó del carruaje y fue recibido a las puertas de la iglesia con las ceremonias de ritual, entonándose acto continuo el Te-Deum». Cuando una persona que amaba la verdad deja de amarla, no empieza por declarar su defección, empieza por detestar menos el error. En cualquier caso, ni Fray Jerundio de Campazas, alias Zote, hubiera podido describir mejor aquel jolgorio, ante el cual quiero recordar que es menester necesariamente o crucificar la carne, o ser crucificado por la carne, hacerla sufrir o sufrir por ella.

Para rematar la celebración, por la misma fecha Su Majestad la reina escribía al citado Prelado. «Reverendo en Cristo Padre Obispo de Oviedo. Hallándome en el quinto mes de mi preñez, y siendo debido el reconocimiento a la Divina misericordia por tan importante beneficio y que se tributen a Dios las más preciadas gracias, implorando al mismo tiempo la continuación de sus soberanas piedades para que me conceda un feliz alumbramiento, he resuelto encargaros que a este fin se hagan en todas las iglesias sujetas a vuestra jurisdicción rogativas y oraciones públicas y generales, en lo que me daré a vos por servida». Las complacencias secretas forman una de las partes más ignoradas de la historia del mundo. Suponemos que el señor Pelado o Prelado, tonso desde luego, le contestó: «Ni quito ni pongo rey, pero le ayudo a parir».