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Un virus deleznable (Diario de campaña 19) - Benito Estrella

No debemos olvidar, más allá de las críticas a nuestros gobernantes y bergantes, que la información y su falseamiento no depende solo del que informa, sino también de quien recibe la información. El que quiere información, ¿qué busca en ella? ¿Quiere realmente saber cómo son de verdad las cosas? ¿Calmar su ansiedad? ¿Llenar su vacío existencial? ¿Busca artillería para combatir a quien considera su enemigo? ¿Quiere desentenderse de su propia responsabilidad?

Este virus nos ha caído en medio de toda una crisis de información, originada por una crisis de verdad y de sentido, de valores, en medio de una crisis cultural. Y toda crisis se presenta ante nosotros de manera general y colectiva con cierto reduccionismo en su significado, con una interpretación de la misma netamente peyorativa y mediante un tipo de discusión noticiera que oculta sus dimensiones más profundas. Pero la palabra ‘crisis’ no tiene necesariamente, como bien se sabe, un sentido peyorativo. Viene del griego krisis y este nombre a su vez del verbo krinein, que significa ‘separar’, ‘decidir’. Tiene relación con ‘discernir’, como cuando es cernido el trigo molido en un cedazo para separar el salvado de la harina; o lo fino de lo grueso con una criba. Y también el trigo de la paja mediante el viento —que significa ‘espíritu’—. De la misma raíz proceden ‘crítica’ y ‘criterio’, que tienen también que ver con distinción, discernimiento, juicio, disputa, decisión, resolución, sentencia… ‘Crisis’ es algo que separa, rompe una unidad previamente constituida e invita a ahondar en un problema, analizarlo, enfrentarlo abiertamente y elegir una solución adecuada en razón de unos criterios.

La crisis, además, supone el punto crucial, decisivo, de un proceso. Una enfermedad grave se dice que hace crisis cuando nos referimos a un momento crucial de la evolución de esa enfermedad en que el enfermo o se muere o se cura. Una crisis es también por ello la invitación a una operación quirúrgica, a abrir, ahondar, ver dónde está el problema y cortar de raíz. Y uno de los aforismos de Hipócrates, el médico griego, dice: «Las impurezas que quedan en las enfermedades después de las crisis, suelen producir recaídas». Una crisis no se puede ignorar ni tampoco atajar superficialmente para salir del paso, pues son peores las recaídas. ¿No vamos ahora de recaída en recaída?

En resumen, una ‘crisis’ es una invitación a mirar dentro, un poner delante de nuestros ojos lo que estaba oculto, una invitación a la autocrítica, a un caer en la cuenta, hacerse conscientes del problema, bucear en los criterios de fondo. Esto es lo que nos ha señalado con tremenda contundencia esta pandemia, la crisis en que estamos. No pasemos una vez más de largo, afrontémosla.

Y, sin embargo, con qué facilidad nos vence el sueño sentados en el umbral, fuera de nuestra casa, sin voluntad para erguirnos y echarnos al camino, viendo pasar, arrastrando su cansancio, el polvo de los días por nuestra puerta, viendo, abúlicos, cómo se pierde caído en las afueras, sobre un desván abandonado, sin querer saber ni siquiera dónde cae. Entretanto, entretenidos, rompe el sosiego en nuestra alma vacilante y oscurecida por el polvo de un tiempo sin sentido el permanente enfrentamiento de las ideologías, que se sostienen unas a las otras gracias a ese enfrentamiento como sostienen entre sí dos púgiles el espectáculo y la apuesta de la pelea. Pues las ideologías no son sino una mezcla de creencia y propaganda que viven del atrincheramiento. Son, como decía Marx, formas sociales de falsa conciencia, sólo que Marx entendía que ideologías y falsas conciencias eran todas las demás menos la suya, a la que puso la etiqueta de ‘científica’ creyendo salvaguardarla así de toda crítica. Son los idola de los que hablaba Bacon, que pululan en el foro o en el teatro del mundo, y que, como un virus, infectan también a los individuos, pues, como dijo Espinosa, en cada uno «las ideas inadecuadas y confusas se suceden con la misma necesidad que las ideas adecuadas y claras».

Y así vamos, hombres de poca fe y mucha creencia, como brizna seca que el aire de la tormenta bambolea y lleva de aquí para allá con la última noticia, la última estadística, el último discurso del poder, las últimas elecciones, siempre ansiosos y pendientes de algo que apuntale nuestro vacío que el mundo nunca llenará jamás. Y qué fácil es dejarnos engañar por los sermones y la propaganda que asaltan nuestro interior deshabitado y lo ocupan a fuerza de insistencia machacona, mientras buscamos ávidos en ellos el sentido y las promesas que nunca llegan. Y qué frágil nuestra vida y qué frágil el mundo que se nos ofrece para sostenerla.