Artículos y debate sobre la crisis del COVID-19

XXI

Uno de los aspectos más ilustrativos que nos ha traído la experiencia de esta pandemia es que ha puesto de manifiesto las contradicciones —¿insalvables?— que ofrece un pensamiento dominante que pretende basar toda decisión humana en presupuestos científico-técnicos de cuya responsabilidad nadie —un ello innominado— se hace cargo en realidad.

En la novela —de Morton Thompson— y la película —de Stanley Kramer— No serás un extraño el protagonista es Lucas Marsh, un médico ambicioso (Robert Mitchum), al que su padre, médico también, le dice un día borracho: «No podrás triunfar como médico a pesar de tu inteligencia y empeño, te falta corazón».

Esta frase, que resume el argumento de fondo de la película, señala para mí dos cosas importantes que tienen relación con la situación de la pandemia del coronavirus:

Una, de nivel práctico e inmediato: la mayoría de nuestros médicos y sanitarios han triunfado en un sentido hondo y peculiar, realmente humano, como ha sido su entrega y servicio a los enfermos sin otra consideración. Son gente de corazón.

A mediados del siglo XIX Eduard Daues eligió como seudónimo para su libro Max Hawelaar, el pseudónimo de Multatuli, que, por crasis semiótica, significa uno que ha sufrido mucho (multa tuli: soporté muchas cosas). Y resulta que a mis dieciocho años mi primer artículo llevó el seudónimo griego de Péponza, el que ha sufrido. Pero ¿qué había yo sufrido? En comparación con lo que vino después, nada; pero el sufrimiento no admite comparaciones, no es mayor ni menor que antes o que después, es el que en estamos sufriendo ahora, cada palo aguantando si puede su vela; y tampoco hay causas mejores o peores para padecer, el dolor que a unos parece una tontería a mí puede sumirme en crisis. Lo que se sufre, al modo de quien lo recibe se sufre.

A estas alturas de mi vida no solamente me duele por mí, pero sin presumir como Schopenhauer de llegar a sentir ‘dolor universal’. Muy particularmente me desasosiega mi incapacidad de amar más a quien me ama menos. Antes de morir, la compañera de Rudolf Rocker le confesó: «“el tecleteo de tu máquina de escribir es música para mis oídos”. Su abnegación infinita me abrió el mundo interior en el que pude elaborar cuanto llevaba en el corazón. Y en este sentido continuaré trabajando»1. A mí esto me parece tan grandioso, que hasta morir tecleteando por la causa en la que uno cree se me hace poco. Ello me libera de vivir en el fango de la vida sobre el estiércol de las historias, y de herir al adversario con pequeñas espinas agudas, es decir, con mugre, calumnias y vilezas. Eso a la vez me redime de mi pequeñez de israelita en el desierto, proclive a la murmuración y digno del reproche de Yahvé: «Durante cuarenta años aquella generación me asqueó y dije es un pueblo de corazón extraviado que no reconoce mi camino». 

XX

En el cuidado del jardín, donde mi sudor no se derrama en balde, no solo me ejercito físicamente, cultivo también mi atención. Me fijo en las cosas que en nuestro vivir deprisa y desatento nos pasan desapercibidas. Los pájaros, que llaman la atención con sus trinos, estoy seguro de que no los oímos cuando estamos metidos en nuestros afanes cotidianos impelidos por la Máquina: lo económico, lo político, lo técnico, la sobreinformación. Los vegetales suelen ser muy callados; pero hablan y reclaman la atención de la vista y el olfato. Algunos son especialmente modestos, como la violeta salvaje, que parece ocultarse a propósito de todas las miradas: «La sangre sonará por las alcobas / y vendrá con espada fulgurante, / pero tú no sabrás dónde se ocultan / el corazón de sapo o la violeta»1.

Hay que fijarse especialmente en ella, en la variedad de violeta que digo, pues por su tamaño, su color y su olor, tan sutil, pasa totalmente desapercibida. Es una flor que florece hacia el final del invierno; pequeña, discreta, símbolo de la humildad y de la lealtad, necesita de cierta paz y tranquilidad en el jardinero y en el visitante para hacerse ver, pues también aquí llega el ruido del mundo y sus distracciones alienantes, tal vez porque ese ruido lo llevamos metido dentro y nuestra mente no para de pensar, de preocuparse, de calcular. Y es que no es lo mismo ocuparse que pre-ocuparse. «Cada día trae su cuidado», dice el Evangelio. Y el problema, hoy más que nunca, es que estamos siempre proyectados en el mañana; vivimos endeudados, a crédito en todos los sentidos, pues la ideología del progreso ha ocupado todo nuestro ser, más allá de las cuestiones económicas y materiales.

Las guerras y las epidemias nunca se han llevado bien. Hay cientos de historias que narran la tragedia de un ejército que, a punto de vencer, resultó derrotado por una plaga, de guerras que se acabaron por la peste, de ciudades sitiadas que vieron retirarse a sus sitiadores, víctimas de una epidemia. De ahí que el lenguaje bélico del gobierno sea del todo inapropiado.

Historia y leyenda de S. Narciso, un aviso…

Uno de estos casos es que el narra la leyenda de las moscas de san Narciso. Este santo del siglo IV fue obispo de Gerunda, ciudad de la provincia Tarraconense de la Hispania romana, hoy Gerona, o Girona en catalán. Narciso y Félix (S. Narcis y S. Feliu para los catalanes) fueron martirizados en el año 307. El cuerpo incorrupto de S. Narciso, descubierto siglos después, fue sepultado en la iglesia de S. Félix y pasó a ser el patrón de la ciudad.

"XIX

Que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor…

(ROMANCE DEL PRISIONERO)

Ya es pleno mayo florido y nos han dicho que hay que salir al recreo todos los días un ratito. Así lo hacemos, pues los viejos fuimos enseñados a ser obedientes. Pero no podemos evitar hacerlo con mucho recelo y desconfianza, pues el maestro de escuela que ahora tenemos nos ha engañado demasiadas veces.

Hay discusiones de todo tipo acerca de si este gobierno lo está haciendo bien o mal. Otro gobierno ¿lo haría mejor o peor? Vana discusión. No tenemos otro gobierno que el que tenemos y este es, por tanto, quien debe ser obedecido; pero por eso mismo es también el que debe ser juzgado y recibir las críticas de los ciudadanos. Porque sabe mandar quien sabe apoyarse en lo que dicen y hacen sus mandados. Saber mandar el que sabe decir ‘hacedlo’ y sabe decir también, humildemente, ‘vosotros lo habéis hecho’, yo no. Y nada se atribuye porque sabe que nada de lo que administra es suyo. Sabe mandar quien sabe dar ejemplo. Pues «nada más hay más fácil que la imitación, ni nada más natural que la obediencia, cuando el que reprocha es irreprochable, el que enseña está bien enseñado, y el que manda es la norma misma» (J.V. Andreae).

Casi dos meses de lucha titánica contra el maldito virus corona, esperando no solamente vencerlo, sino que el organismo creara los deseados anticuerpos que inmunizan contra ese mal bicho. Hoy puedo decir que ha llegado ese momento tan deseado, tan esperado, que la esperanza que nunca me faltó, se haya hecho realidad para vivirla plenamente. Gracias, anticuerpos.

Han sido tiempos convulsos, donde siempre ha estado la incertidumbre, la soledad, el aislamiento, el no saber cómo reaccionará este mal compañero de viaje. Persona como soy, según dicen los técnicos, de alto riesgo, piensas lo peor, lo peor casi lo percibes en lo profundo de la soledad, en lo profundo del aislamiento. Y ante esa realidad, se agolpan en la cabeza una serie de preguntas a las cuales no tienes una respuesta satisfactoria o al menos consoladora.

Después de tantos devaneos, pude ver una respuesta que satisfizo mis inquietudes. Al final del camino, en la otra orilla, me estaría esperando el Buen Dios, el que no abandona, el que se ha hecho Amor por todas las personas del mundo. Desde esa realidad sentí nuevas fuerzas, fuerzas renovadas que me ayudaron a llevar la cruz con más tranquilidad y sosiego. La cruz se hizo más llevadera.