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Convertirse es ser encontrado por Dios – Francisco Cano

Bautismo 2022

El bautismo de Jesús marca un antes y un después en su vida. Este cambio decisivo en su vida es lo que el cielo aprobó, con el descenso del Espíritu y la voz que decía: “Este es mi Hijo”. Jesús escucha en su interior: “Tú eres mío. Eres mi Hijo, tu ser está brotando de mí. Soy tu padre, te quiero entrañablemente, me llena de gozo que seas mi hijo, me siento feliz”. Desde entonces, Jesús sólo lo invocará con este nombre: Abba, Padre (experiencia repetida después en tantos seguidores, como en Francisco de Asís).

¿Qué es lo primero que hace Jesús? Se va, deja el desierto y va a Galilea a vivir de cerca los problemas y sufrimientos de la gente, y es ahí, en medio de la vida, donde hemos de sentir a Dios como un Padre que atrae a todos a buscar juntos una vida más humana. Por esto podemos afirmar que quien no siente así a Dios no sabe cómo vivía Jesús. El Evangelio de Jesús representa una nueva forma de vivir, y nos invita a llevar una vida lo más parecida posible en mentalidad y convicciones.

Esta es la experiencia de todos los conversos: conocen la experiencia viva de Dios, se saben acogidos por él en medio de la soledad, se sienten consolados en el dolor, se reconocen perdonados del pecado y la mediocridad, se sienten fortalecidos en la impotencia y caducidad, manan vida y crean vida en medio de la fragilidad, viven de una fe consciente, diligente, comprometida, arriesgada. En una palabra: su vida de fe les sirve para vivir la vida con mayor plenitud, para vivir incluso los acontecimientos más normales con profundidad. Quieren ser humanos hasta el final para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el infinito, para defender nuestra libertad sin rendir adoración a ningún ídolo, para permanecer abiertos a todo el amor, la verdad y la ternura que hay en nosotros y para no perder nunca la esperanza en el ser humano ni en la vida.

La conversión precede al bautismo: me bautizo porque me he convertido, pero no me bautizo para convertirme. El bautismo celebra la conversión personal que exigía y exige la solidaridad con el dolor de los últimos. Lo primero que hace Jesús, distinto de Juan el Bautista, es vivir la vida desde un horizonte nuevo, acoger a un Dios que es Padre y que busca hacer de la humanidad una familia más justa y fraterna, se dedica a hacer gestos de bondad, cura enfermos, defiende a los pobres, toca leprosos, abraza a los niños en la calle, crea amistades, se relaciona con personas más allá de su sexo, raza, religión, come en la mesa de todos, y así lo tachan de “comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.

Desde aquí respondemos a los que nos preguntan: Bautismo, ¿para qué, si vemos a miles de hombres y mujeres que fueron bautizados y hoy no saben manifestar que son cristianos, y su vida es la manifestación de que Dios no cuenta para nada a la hora de orientarla y dar sentido a su existencia? Este es el signo más evidente y la contradicción más abierta de lo que fue el bautismo para Jesús.

La conclusión es clara: el ateísmo práctico, lo sepan o no, está determinando sus vidas. ¿Qué ha pasado si su vida sin fe –dicen- marcha mejor que antes, si están bautizados y su vida no cambia en nada en comparación con los que no lo están? ¿Sirve para algo creer?

No vale sólo estar bautizado en agua, sino que estas personas no han descubierto qué es estar bautizado en el Espíritu de Jesucristo, experiencia del amor loco de Dios: se ha fijado en ti, te ama, no puede dejar de amarte. Así se comportó Jesús en su vida terrestre: primero amó, y después dejó en manos de cada uno de nosotros la respuesta a ese amor.

El adoctrinamiento en las primeras comunidades cristianas no era lo esencial, sino el cambio de vida. ¿De qué les han servido tantas catequesis que les dicen lo que hay que creer, si son una serie de cosas extrañas a su vida, y no les han enseñado lo que hay que hacer? Porque Jesús empezó manifestando que la conversión exigía y exige la solidaridad con el dolor de los últimos y, en esa medida, cambio total, revolucionario: “el amor de Jesús, hecho gracia, engendra la conversión. Los hombres no se preparan con sus obras para el encuentro de acogida; es el encuentro de la acogida lo que les capacita para dejarse acoger. Convertirse es ser encontrado. El Reino se lo regala el Padre únicamente a los pobres, que han llegado a ser tan pobres que ni siquiera se quieren justificar y tan sólo esperan el don de quien sabe que los ama” (M. Legido).

Jesús nos dirá en el evangelio que los hombres, o renuncian a sí mismos o tienen que abandonar a Jesús; por eso, en la disyuntiva, prefieren eliminarlo colgándolo del madero; el Bautista acepta a los pecadores después de que se han convertido, de que se han arrepentido. Jesús, en cambio, ofrece a todos, y sobre todo a los pobres, el perdón y la gracia, antes que el arrepentimiento. De aquí nace la conversión: soy amado sin ningún merecimiento. A un hombre muy rico le dice: “ven, baja aprisa, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa” (Lc 19, 1-10). Pero no olvidemos que Zaqueo intentaba ver quién era Jesús. Por ahí se empieza.

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