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La no felicidad convencional – Francisco Cano

6. T. O. 2022 C Lc 6,20-26

Dios, haciéndose pobre, ve a los pobres, y al verlos les dice: ¡Bienaventurados!
Nuestro testimonio, por desgracia, es este: ¡Viva la “sabiduría” convencional!

Creo que los que vivimos acomodados en la sociedad de la abundancia no tenemos derecho a predicar las bienaventuranzas; nosotros vivimos “muy bien” dentro de la sabiduría convencional. Lo que hemos de hacer es escuchar y empezar a mirar a los pobres, a los hambrientos y a los que lloran: ver. Jesús los ve, es uno de ellos, pobre. Los pobres no son felices en su pobreza, sino porque Dios está de su parte. ¿Quién cree hoy en este mensaje? Los que viven apoyados en el Señor.

Hay muy poca gente feliz. Hemos aprendido muchas cosas, pero no sabemos ser felices porque servimos a ídolos que esclavizan y destruyen a las personas.

¿Qué fuerza tenemos para luchar contra los ídolos? Jesús sólo tiene la fuerza de su palabra, pero antes dice el evangelio: “levantando los ojos al cielo”. Su fuerza está en Dios su Padre, desde ahí nos habla.

A los pobres, que no tienen nada, les dice: “Dichosos porque vuestro rey es Dios. Jesús mira, observa, sigue mirando a su alrededor, y ve personas concretas que tienen hambre, y ve a los que lloran porque los explotan los recaudadores… Desde ahí habla: “Dichosos los que lloráis, porque reiréis”. Esto no es burla y cinismo. Jesús no habla desde una posición de seguridad y superioridad, como quien da a los que no tienen porque Él es rico, porque Jesús no sólo está con ellos, sino que es uno de ellos. “Se hizo esclavo”. Es un indigente más que les habla con fe y convicción total.

Desde ahí proclama no sólo que Dios es bueno, sino que también pone nombre a los rostros de los ídolos que deforman y pretenden ocultar a Dios. Los evangelistas recogen los gritos subversivos de Jesús que lanzaba por los caminos de Galilea: las bienaventuranzas y los “ayes”.

¿Qué ídolos? Poder omnímodo y violento; enriquecimiento fácil e injusto; el de la manipulación de las personas… Dios es el antiídolos. Dios es bendición, desde al anuncio de Jesús, para los sencillos, para los que se abren al Dios de la vida y de la justicia, pero es advertencia amenazante para los que manipulan, pisan y desprecian a las personas, a los pobres. El mundo tiene que saber que ellos son los hijos predilectos de Dios.

En la situación en la que nos encontramos, como en tantas anteriores de la humanidad, de proporciones tan tremendamente injustas, no vale ser tolerante, porque el solo hecho de tolerar contribuye al incremento y ratificación del mal, e incluso la pasividad convierte a los demás en culpables. Esto no lo pudo tolerar Jesús.

¿Cómo anunciar la Resurrección? Viviendo como nos enseña Jesús. Tú y yo estamos llamados a hacer creíbles las bienaventuranzas. Jesús llama dichosos, alegres, recompensados a quienes eligen lo humilde, lo sencillo, la pobreza; a cuantos viven abiertos al apoyo de los hermanos, a quienes se dejan afectar por las necesidades de los demás.

¿Qué hacer? La vida es un continuo dar fe y confianza, y apoyarse en los demás. A esta lucha no se va en solitario. Este ir en apoyo de los demás debe ser punto de partida para ir al apoyo en Dios Padre: “levantando los ojos al cielo”. “Maldito quien confía en el hombre y aparta su corazón del Señor, bendito quien pone en él su confianza será como un árbol plantado junto al agua, que no deja de dar fruto” (Jr 17,5-10).

En la Comunidad Asís hemos querido tomar en serio a los pobres, y tenemos que seguir proclamando este lenguaje provocativo. El Evangelio no puede ser escuchado de igual manera por todos, porque para unos es una buena noticia y para los ricos es una amenaza que los llama a la conversión.

Con humildad y con fuerza, no podemos callar, porque estamos convencidos de que el mensaje de las bienaventuranzas lo necesita el mundo, y no podemos ocultar ante el mundo la injusticia más cruel, de la que somos cómplices nosotros. El Evangelio es una llamada a ser felices por los caminos que sugiere Jesús, y esto es ir contracorriente, que se traduce en principios vitales irrenunciables: es mejor dar que recibir, es mejor servir que dominar, compartir que acaparar, perdonar que vengarse, y tomamos conciencia de que Jesús tiene razón y, por esto, desde dentro, tenemos necesidad de gritar hoy las bienaventuranzas y las maldiciones que Jesús gritó. ¿Quién puede creernos si no compartimos lo poco que tenemos y sólo nos preocupamos de nuestras riquezas e intereses; si no defendemos a los explotados y oprimidos y vivimos tranquilos y satisfechos; si no hacemos nuestro el sufrimiento de los demás, de los débiles, y nos quedamos en nuestro bienestar?

Creemos en el amor como fuente de vida y felicidad, pero constatamos que las bienaventuranzas son un lenguaje ininteligible para los que nos llamamos cristianos. Hoy confundimos bienestar con felicidad, ¡viva la sabiduría convencional! Y aquí no pasa nada, pero pasa todo lo que no debe pasar: todo lo malo, que hace sufrir a tantos. Sólo creemos en la felicidad de trabajar para tener dinero, dinero para comprar, adquirir un puesto en la sociedad y ser algo en la sociedad. Esta es la felicidad en la que creemos. Nos basta nuestra manera de vivir, aunque sintamos que no nos hace felices. Pero ahí está la amenazadora maldición para cuantos, olvidando el amor, disfrutan satisfechos en su bienestar. No basta tener sólo medios de vida, sino razones para vivir. Porque la crisis actual del mundo es la falta de auténticos motivos para vivir, luchar, gozar, sufrir y esperar.

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