Artículos

Cambiando el mundo desde nuestra vida personal – Federico Velázquez de Castro González

Precio: 5€. Solicitar a la Asociación Española de Educación Ambiental: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Cada vez observamos más signos que apuntan a que el actual modelo económico-social se agota. Generando desigualdad, destruyendo el equilibrio natural, fomentando la corrupción y la codicia, va provocando crisis que aparecen reiteradamente bajo diferentes formas, sean ambientales, económicas o sanitarias. Tras ellas se vislumbra el mal reparto de los recursos, la incertidumbre energética o la emergencia climática.

Es preciso un nuevo modelo fundado sobre la justicia y la fraternidad, respetuoso con todas las formas de vida y reconciliado con el medio natural. Mas, para alcanzarlo se necesitan personas renovadas, pues no sería muy creíble una nueva sociedad con los viejos hábitos. Por ello, este libro aporta algunas pinceladas que definan una nueva forma de estar en el mundo, que haga ya presente el futuro que se anhela. Y junto al cambio personal, el compromiso con el destino de los pueblos, que son los llamados a protagonizar la historia.

Introducción

El modelo capitalista bajo el que vive, prácticamente, toda la humanidad, se mueve, desde la revolución industrial, por la óptica del beneficio: el mayor posible, en el tiempo más corto, con los mínimos riesgos y sin reparar en costes, reduciendo al ser humano y la naturaleza a mercancías explotables. En la parte más favorecida del planeta –la nuestra- conocemos el Estado del bienestar, fruto de las luchas del movimiento obrero y otras corrientes sociales. Mas aun aquí, y desde luego en el resto del planeta, los daños de este sistema resultan cada vez más evidentes.

Aunque atravesamos un periodo en el que las guerras se han llevado a países periféricos (sin enfrentamiento directo entre las grandes potencias), el hecho es que los gastos militares crecen y ningún país renuncia a la tecnología bélica más avanzada, aunque nada de esto sirva cuando un virus provoca una epidemia mundial. El mundo continúa siendo un lugar incierto, priman los intereses particulares y se vislumbran conflictos por unos recursos cada vez más agotados, el agua, la tierra, las zonas de influencia…

Asimismo, observamos desigualdades crecientes, anacrónicas e injustas, como que el 20% de la población se apropie del 80% de los recursos globales. Amplias capas de la sociedad mundial son excluidas, lo que genera que los pobres, muchas veces poniendo en riesgo su vida, emigren hacia países con mejores condiciones. En España la pobreza alcanza al 22% de la población, y en el siglo XX ha matado en todo el mundo 2,5 veces más que las guerras (habiendo sido este siglo uno de los más mortíferos de la historia). La desigualdad es consustancial al capitalismo, en donde el lugar de nacimiento determina buena parte del desarrollo personal. Se trata, por tanto, de un modelo incompatible con la justicia y el futuro.

El tema ecológico no precisa muchas explicaciones. La codicia y el crecimiento como objetivo han ido degradando el planeta y generando el cambio climático, un importante problema con el que la humanidad tendrá que convivir, que no está todavía controlado y que, de no corregir su trayectoria, puede llevarnos a situaciones sin retorno. Mas, si los riesgos externos son serios, no lo son menos los internos, y nos referimos a los centenares de sustancias sintéticas que, producidas para colocar nuevos productos en los mercados, llegan a nuestro organismo a través del aire, agua o alimentos. Algunas son particularmente persistentes, otras tienen carácter de alterador hormonal, otras producen trastornos como alergias o hiperactividad. De nuevo, la lógica del beneficio rápido que, sin evaluar a fondo los impactos de un producto lo comercializa y, si más adelante se tiene que retirar, las ventas realizadas compensan sobradamente su salida, indiferente a las “externalidades”, como los daños a la salud o al ambiente.

Lo peor del modelo que cuestionamos es cómo ha sabido introducir su pensamiento entre la mayoría de la población, alienándola y desmovilizándola. La publicidad, impulsora de un consumo masivo, ha logrado uniformar a toda la sociedad en cuanto a modas, tendencias, gustos y opiniones. Nadie parece querer renunciar a este modelo del centro comercial, ocio dirigido, información controlada y ofertas de entretenimiento simplón por todo tipo de canal. El resultado es el de sociedades indiferentes, materialistas, consumistas, con primacía de lo privado sobre lo colectivo. Esta situación explica la pobreza de ideales, de horizontes, de compromiso social, de sensibilidad transformadora. Vivir en zonas ricas (mejor dicho, enriquecidas) conduce a la pasividad, asistiendo como espectadores a una historia que hacen otros, mientras permanecemos enganchados a las pantallas y distraídos por sucedáneos.

Han existido modelos que han apostado por la libertad; otros se han preocupado por la igualdad, pero todos parecen haber olvidado la fraternidad. Por eso, cualquier hombre o mujer de buena voluntad, interesados por la marcha del mundo, sueña con un sistema mejor, de riqueza compartida, apoyo mutuo y desarrollo personal y comunitario. Mas, ¿cómo llegar hasta él? El sistema domina en el ámbito económico, militar, mediático y hasta el control personal a través de redes y localizadores (aunque luego se derrumbe ante la irrupción de un microorganismo). Y la mayor parte de las personas no están dispuestas a realizar voluntariamente esfuerzos demasiado grandes para que algo cambie, por ello la frustración y el desánimo aparecen. Pero nada más lejos: hay mucho por hacer, se puede y se debe. Todos los modelos tienen grietas, y hay que saber buscarlas y aprovecharlas. Y, por encima de todo, el cambio personal es un requisito imprescindible para cambiar el mundo.

Ni mucho menos afirmamos que sólo con el cambio personal se solucionarán todos los problemas. Pero supone el necesario primer paso. Cambiando cada uno, vamos haciendo presente el futuro deseado (no hay que esperar, por tanto, miles de generaciones), fortaleciendo la coherencia, la perseverancia y, sobre todo, el ejemplo, porque en momentos de crisis (y éstos cada vez lo serán más), las gentes buscarán el poder de los mejores modelos. Además, el siguiente paso, el encuentro con otros en organizaciones que busquen la justicia en sus diferentes nombres (solidaridad, medio ambiente, paz, desarrollo) requieren personas preparadas, resilientes, integradoras…, que lleven al ámbito comunitario valores y no malestares ni intrigas, azote de muchas asociaciones en las que se integran sujetos revanchistas que no han realizado su revolución interior.

Estas páginas ofrecen sugerencias para desarrollar un estilo de vida personal alternativo y transformador, que exprese, en palabras de Gandhi, el cambio que queremos ver en el mundo. Para pasar después a la acción comunitaria sin la cual, las esperanzas de cambio social nunca llegarán a alcanzarse.

Share on Myspace