Artículos

Propuesta de humanidad – Francisco Cano

8. T. O. 2022 Lc 6,39-45

"Un ciego no puede guiar a otro ciego”

Quien no está sano en su espíritu, no puede sanar a nadie. Un discípulo no es más que su maestro. Se necesitan maestros. ¿Dónde encontrarlos? El servicio es el ADN del maestro. No a la inversa.

Carlos Díaz, describe al maestro como alguien (Memoria de un escritor transfronterizo pp. 212-215), honorable, justo/a, sensato, valiente, compasivo, inteligente, creativo, militante, perenne, dialogante, elegante, ecologista, postconvencional, bueno, prudente, esencial, puntual, genuinamente ingenuo/a, amado, creyente y luego los que deshonran su condición…, entonces ¿quién es maestro? A luz del evangelio, Jesús de Nazaret es el Maestro que ha optado por servir y no ser servido, que me ha escogido a mí y no yo a él. Nos llama a seguirle como discípulos para que, como dice, podamos convertirnos en maestros, si bien todo maestro que lo sea de verdad es siempre discípulo, porque aprende de todos y de todo. ¿Dónde están estos maestros?

No estamos buscando personas excepcionales, sino dotadas de una gran humanidad, cargada de bondad, paz, alegría. Todos buscamos personas con las que se quiera estar; personas dedicadas enteramente a los demás, humildes y con sentido del humor. Personas que han llegado a ese nivel de fuerza interior a través de un largo y duro camino, oscuridades, fracasos. Han aprendido que el error es el principal maestro, son receptivos, crean empatía. Están cargadas de compasión y comparten su sabiduría. Son personas que no guardan rencor, ni resentimiento, perdonan de verdad. Siembran esperanza. En una palabra: junto a ellas crece siempre la vida.

Jesús nos los muestra con su vida y palabra. Jesús crea en torno a sí unas relaciones hechas de confianza, bondad y cordialidad. Sabe acoger, infunde nuevas forma de vivir y, por muy mal que uno esté, siempre despierta confianza, principalmente a las personas maltratadas por la vida que han tenido errores. Encuentran en él alguien que les comprende, no desprecia, no juzga. Contagia aliento al que sufre, no da recetas, sino que es su persona la que comparte su sufrimiento y pone en nuestras vidas la fuerza interior que nos sostiene.

Jesús, en la sociedad que le tocó vivir dañada por el mal, hizo el bien y no se dejó llevar por el mal. La bondad de corazón, para Jesús, se expresa en lo que nace de dentro, de la abundancia de corazón habla la boca, lo que nace de dentro es lo importante porque es donde se construye el hombre, ahí está lo mejor y lo peor. Para Jesús no son importantes las leyes, los ritos, el culto. Lo que Dios quiere es amor. Si nuestro interior y nuestro corazón no es más capaz de amar, el futuro del hombre no será más humano.

El mundo desbocado en el que vivimos tiene una explicación, porque la terapia que propone Jesús es empezar primero por uno mismo. Y si este criterio se aplicase a personas, instituciones y a la sociedad, tendríamos un argumento clave para poder pensar en un cambio positivo: “Quid autem vides festucam in oculo fratris tui, trabem autem, quae in oculo tuo est, non considerat?” (¿Por qué te fijas en la mota que lleva tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?). Si estamos conducidos por personas de conducta arriesgada sabemos que caminamos a una situación peor que la anterior. Si estamos ciegos y encima estamos mal conducidos, no sólo no salimos de la ceguera, sino que caemos en el hoyo detrás del que nos guía.

Si en la comunidad cristiana hay tensiones provocadas por quienes se sienten simples creyentes y por quienes se sienten más ilustrados o con cargos -que mandan-, unos y otros vamos a la ruina (Cf. Acompañando y Discerniendo, Asís 2019)¿Por dónde empieza todo esto? Por fijarse en los defectos del otro. Quien hace esto, ataca al otro en su persona misma. El que actúa así es un ciego inconsciente, no ha tomado conciencia de su propio pecado y su vida es una manifiesta mentira.

El maestro es un hombre que se deja penetrar por el silencio, porque sólo nos alimenta y enriquece de verdad aquello que somos capaces de escuchar en lo más profundo de nuestro ser. Por eso el Maestro nos dice: la persona “saca el bien de la bondad que atesora en su corazón”. Cuando se oculta la verdad ya no se puede distinguir lo justo de lo injusto. La mentira no deja ver los abusos, y somos ciegos que guían a otros ciegos. Pues bien, frente a todos estos planteamientos, siempre queda la figura del Maestro, que tiene la mirada limpia y ve la realidad tal como es. Pone luz en medio de tanta oscuridad y nos hace ver que, en medio de tanta confusión, sin saber adónde vamos, la fe se hace más necesaria que nunca para una humanidad que necesita luz y sentido. Queremos ser árboles buenos que den frutos buenos. “Vosotros me llamáis maestro y señor, y decís bien. Pues si yo, que soy maestro y señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros mutuamente los pies”.

Share on Myspace