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No matéis a nadie ni nombre de la ley ni de Dios - Francisco Cano

5 Cuaresma 2022 C Jn 8,1-11

¿Qué escribía Jesús en el suelo?

Jesús realiza un gesto profético ante la mujer adúltera: “yo no te condeno”. ¿De dónde saca esta fuerza para ir contra los que la van a lapidar? De la fuerza que nace del encuentro con su Padre. Viene de estar a solas, en silencio, en el monte de los Olivos. Se sienta en la plaza del templo, escucha y habla con la gente. Jesús presenta una imagen de Dios salvador, es decir, un Dios saludable, un Dios que es beneficioso para la salud, para que se sientan bien, felices, capaces de vivir de forma autónoma. En una palabra, les revela a un Dios entrañable, misericordioso, un Dios que es infinita misericordia. ¿Qué hacía Jesús con esta predicación? Sanar su mente y su alma de imágenes inhumanas y malsanas sobre Dios, como hoy vemos que muchos tienen. Pero, en esto, la calma se rompe con una algarabía de un grupo de hombres que vienen hacia el templo trayendo, a empujones y a rastras, a una mujer. La van apedrear. La mujer está temblando de miedo y, en medio de ese griterío, Jesús se pone en pie y, mirándoles a la cara, les dice: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. El murmullo desciende, hasta que únicamente queda el silencio. El mal puede hacer mucho ruido, en cambio el bien actúa en silencio.

Hay miradas que matan y miradas que salvan. Los acusadores se van y se queda ella allí sola, en mitad de la plaza, frente a este hombre, que con su palabra, ha puesto en fuga a quienes querían matarla en nombre de la ley, en nombre de Dios. Jesús se incorporó de nuevo y, cuando sus ojos se encontraron, ella se sintió salvada. Cuando Dios te mira, te llena, te has sentido restablecido para siempre. ¡Se ha fijado en mí!

El “machismo” violento e hipócrita que imperaba en aquella sociedad sigue teniendo plena actualidad. Una lectura antropológica y cultural nos lleva a ver que es una mujer la condenada, y que son unos varones los que la acusan, como tantas veces hoy; además la condena es a muerte, por lapidación, terrible modo de ejecución que pervive en algunos países en la actualidad. Otra lectura es la religiosa: los que presentan a la mujer son escribas y fariseos que aprovechan este episodio para poner a prueba Jesús.

Jesús desenmascara a los falsos piadosos echándoles en cara su pecado y salvando a la mujer. Y nos recuerda que todos estamos hechos de barro, y que antes de acusar, juzgar y condenar, nos miremos en el propio espejo. Los hombres quieren matar a una adúltera, pero, al menos por lo que sabemos, las mujeres jamás habrían pretendido apedrear a un adúltero. La prepotencia de los hombres en las sociedades androcéntricas y patriarcales se traduce inevitablemente en violencia. Violencia humillante y mortal para las mujeres.

Y hoy, ¿qué? Lo más triste es que, después de siglos de fe y religión, esta espantosa historia es noticia de todos los días en todos los países en todas las culturas y religiones, y estos asesinos siguen sin ser excomulgados.

En este episodio lo que más destaca es la hipocresía. La ley de Moisés, a la que aluden los letrados, está en dos textos del A.T.: “Si uno comete adulterio con la mujer de su prójimo, los dos adúlteros son reos de muerte”. Es irritante pensar, si la ley decía esto y si además todos aquellos individuos eran adúlteros y ellos lo sabían, ¿cómo es imaginable tanta desvergüenza para ir a denunciar a una mujer, acusándola de lo que ellos venían haciendo?

Mala cosa es ser profesional de la religión, hombres con “oficio”, que son, a veces, censores y jueces de las miserias y desvergüenzas de las que ellos son asiduos practicantes. Venga a acusar a los demás, y ni nos damos cuenta de que somos asiduos practicantes de lo que denunciamos a otros. La ley de Moisés no habla de pecados, sino de delitos que el delincuente tiene que pagar muy caros: “Así se extirpa la maldad” (Deut 22,22).

Jesús no quiso que mataran a la mujer, pero dejó intacta aquella ley. Porque el problema no estaba en la ley -que trataba igual al hombre y a la mujer-, sino es el cinismo, la maldad y la hipocresía con que los hombres utilizaban a las mujeres, las humillaban y luego, si podían, las mataban. Y esto es lo que sigue teniendo plena actualidad.

Jesús escribió en el suelo, en nombre de todas las mujeres, una sola palabra, ya que a lo largo de la historia han sido silenciadas, arrinconadas, maltratadas y asesinadas y, todo ello, justificado por culturas machistas, por leyes civiles y religiosas hechas por los varones: no quitéis a nadie la vida en nombre de ninguna ley humana o divina.

Queremos que Jesús nos mire a los ojos y nos diga, ante tantas cosas que pensamos, hacemos y hablamos mal de los demás, “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”. Nadie puede ser juez inmisericorde de otra persona.

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