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La Ascensión: ¡Qué descoloque! ¡Menudo subidón! - Francisco Cano

La Ascensión, triunfo del amor

Ascensión 2022 C Lc 24,46-53

Dejemos la imaginación y la nostalgia. No estamos para hacernos montajes imaginativos sobre Dios y querer cambiar la historia: el pasado es pasado y no volverá, y, por tanto, nos libra de patologías espirituales, porque, detrás de la añoranza (se fue, pero no nos ha dejado huérfanos, ¿qué hacéis mirando al cielo?), se esconde la pena que se siente ante la ausencia de algo deseado y no conseguido y la enfermedad de aquellos que quisieron ser algo y, deseando un reino que no era el de Jesús, vieron desvanecerse las ilusiones. ¿No nos pasa esto a nosotros hoy? Su presencia es más importante: recibiréis la fuerza del Espíritu, pero “no os toca a vosotros conocer los tiempos que el Padre ha establecido”. No seamos retrógrados situando nuestra vida en el ayer y no soportando la fuerza innovadora que el Espíritu trae a esta humanidad desesperanzada hoy.

Hay que dejar claro desde el principio que el Espíritu Santo es el verdadero protagonista de la nueva historia que va a comenzar.

El comentario a este evangelio no nos tiene que apartar de lo principal que nos transmite: Jesús fue “constituido Señor e Hijo de Dios” por la resurrección (Rom 1,4). Dejemos la imaginación sobre Dios, sobre el cielo y sobre la otra vida: Dios no está ni arriba, ni abajo, ni en el cielo por encima de las nubes y de las estrellas. Resurrección y ascensión son dos formas de decir lo mismo: que el Resucitado fue Glorificado. Y unida a la Glorificación de Cristo está la misión de la Iglesia: seréis mis testigos hasta los confines de la tierra. Digámoslo claro: la Ascensión es el triunfo del amor. No caigamos en desánimo y menos en arrogancia. Hemos ascendido con Cristo, Él nos ha elevado, somos su cuerpo glorioso, en espera de la resurrección definitiva.

Lucas realiza el tránsito entre el Jesús exaltado y la Iglesia que nace: no hay ruptura sino continuidad. No veamos peligros. Hay quien ve en los cambios hasta herejías. Esta nostalgia necesita, como hace Lucas en su evangelio, hombres y mujeres que hagan el intercambio que ayude a colocar la cabeza y el corazón en la fidelidad a la Palabra dada. La teología toca la mente y el corazón, se acerca a la realidad humana y lanza una mirada luminosa sobre la verdad divina. Menos desconsuelo, menos turbaciones sobre el futuro y más fe: este que veis que se va de vuestra vista, volverá. Tenemos futuro: “estaré siempre con vosotros”.

Pero atentos, Judá es una tierra muy pequeña que sirve de tránsito a la siguiente región: Samaría, tierra difícil y dura para los judíos, pero donde se anunciará y fructificará el Evangelio. Y no sólo esto, sino que el Espíritu rompe los límites cercanos y alcanza los confines del mundo, que tiene su espacio entre la partida de Jesús y su regreso al final de los tiempos. Y precisamente por esto los discípulos no podemos quedarnos extasiados mirando al cielo, esperando la vuelta del Señor, sino que debemos ser testigos de su Resurrección hasta que vuelva (Hch 1.1-11).

Estamos en historia, no en ideología: observemos que este pobre y humilde trabajador manual, desconocido vecino de una aldea de Nazaret, por su vida coherente, fiel a la voluntad de Dios, llevada a cabo con libertad y audacia para hacer lo que el Padre le pedía, se entregó para hacer un mundo más justo, menos odioso para los desgraciados de la vida. No olvidemos que es Galilea su tierra escogida. ¿Dónde están hoy las Galileas?

Aquel hombre tan humilde y sencillo, Jesús de Nazaret, humano, entrañable, nos ha trazado el camino de la gloria, del ascenso ¿Qué ascenso? El de la aspiración más profunda del ser humano. ¡Qué subidón! ¡Qué descoloque! Por aquí debemos ver el significado de la Ascensión del Señor. ¡Qué extraordinaria noticia! Esta carne mía ha sido glorificada, elevada en Cristo a la derecha del Padre. Se ha llevado a cumplimiento la plenitud de la encarnación, pues se ha cumplido plenamente el intercambio que tuvo lugar en la Encarnación: “El Hijo de Dios se hizo carne para que el hombre venga a ser hijo de Dios”. Y, en el “mientras tanto”, no abandonamos el mundo, ni a los hombres, porque tenemos asegurada la venida del Espíritu, que nos ayudará a entender la Palabra de Jesús. Por esto conviene que se marche, para que vivamos abiertos al Espíritu prometido; lo necesitamos para ser testigos del Reino de Dios, un Reino que comienza en la humildad del grano de trigo que se destruye para dar fruto abundante. Esperamos un nuevo Pentecostés. ¿Es esperar demasiado? No. Lo ha prometido Jesús. Este evangelio nos descoloca. Al hablar así se pretende contagiar, entusiasmar, descolocar y, en definitiva, enamorar. ¡Qué descoloque! ¡Qué subidón! Más no se puede ascender. Importa poco que se descalifique semejante pretensión. Ante un evangelio como este no queda otra alternativa que exclamar: ¡Qué locura! ¡Hemos perdido el juicio! Estamos locos. Sí, la locura de Dios. Si esta es la verdad no puede dejar indiferente a nadie. La Ascensión es el triunfo del amor.

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