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A Zaqueo primero se le abren los ojos del corazón – Francisco Cano

31. T- O. 2022 C Lc 19,1-10

Es Jesús quien levanta los ojos y ve al hombre rico. Zaqueo se sube a una higuera para “ver” a Jesús, sin embargo es Jesús quien toma la iniciativa: “hoy quiero hospedarme en tu casa”. Quiere sentarse a tu mesa porque quiere entrar en tu círculo íntimo. Este gesto provocador de invitarse a sí mismo muestra cuál es su misión: salvar lo que está perdido, en concreto la salvación de un rico.

Los ricos se sienten molestos porque siempre estamos hablando de los pobres, y parece que el evangelio no pueda ser buena noticia para ellos. Es evidente que para los que viven acumulando riquezas, sin ser solidarios, el evangelio sólo puede ser escuchado como amenaza para sus intereses, y como interpelación a su riqueza. Les parece que esta insistencia en la prioridad por los pobres es demagogia, ideologización ilegítima del Evangelio y, en definitiva, hacer política de izquierda.

Jesús se acercaba a todos: pobres y ricos, con amor, pero no de la misma manera, y, en concreto, a los ricos se acerca para salvarlos, antes que nada, de sus riquezas.

Jesús entra en la casa de un rico, y éste lo recibe con alegría: es un honor acoger al Maestro de Nazaret. Y, al encontrarse con Jesús y escuchar su mensaje, el rico va a cambiar. ¿Y cómo sucede esto? De una forma sencilla: la acogida de la fe está a la oferta, primero la acogida, luego la transformación, y después de ella puede haber distintas respuestas. Pero la transformación evangélica sucede de dentro afuera: a Zaqueo primero se le abren los ojos del corazón, y luego los de la cara; primero el corazón habla, y después cantan los labios; primero se moviliza el corazón y luego corren las rodillas; primero oye el alma, y después perciben los oídos. Primero se le abren los ojos del corazón: “¿A quién has visto?”. A un hombre llamado Jesús, a un profeta, al Cristo. Y, a medida que va viendo con los ojos del corazón, se le van abriendo los ojos de la cara. Esto es lo que pasó, y ahí llega la conversión.

Zaqueo descubre que lo importante no es acaparar, sino compartir, que tiene que hacer justicia a los que ha robado, y restituye con creces. Sólo entonces Jesús proclama: “Hoy ha sido la salvación de esta casa”. Todos necesitamos de conversión. Esta acogida de Jesús nos conforta, porque todos somos Zaqueo, que necesitamos ser acogidos y no juzgados. Jesús acepta la compañía de pecadores. Los que no somos ricos, los que no tenemos mucho dinero, ¿qué? Es posible identificarnos con Zaqueo porque Jesús cambia nuestra vida cuando nos encontramos con Él.

Hoy hay mucha gente separada de la comunidad, sin duda por culpa suya. En este caso es un recaudador de impuestos, colabora con los romanos y herodianos, no cumple las normas de un buen judío. Pero este pecador puede cambiar de vida. Puedes “hospedar a Jesús”, y el encuentro con Jesús –observamos– cambia a las personas: los conversos son posibles. Pero, ¡qué difícil es para quien está a gusto en sus riquezas cambiar de vida! Y ahí está la raíz de las injusticias y desigualdades que sufren una gran mayoría de nuestros hermanos.

Jesús no es un representante de ley, sino un profeta: el Profeta de la compasión que acoge a todos con el amor entrañable del mismo Dios. Le preocupa el sufrimiento concreto de cada persona: “Hoy ha sido la salvación de esta casa”, la casa de un hombre muy rico, que no es feliz: busca algo que las riquezas no le dan. Dios quiere que vivamos de una manera sana pero Jesús no impone, no presiona, invita a una vida mejor. Sabe que su mensaje no va a ser aceptado, pero no se siente agraviado, y sigue sembrando, porque Dios envía su lluvia sobre buenos y malos.

Hoy estamos constatando una espantada generalizada, la Iglesia está viviendo con tensión la pérdida de poder y espacio social. Esto no es una desdicha, sino una gracia que nos puede conducir al evangelio. Vamos hacia una Iglesia minoritaria, fermento, en sintonía con los que sufren, y esa es la condición para predicar el evangelio. Aprendamos de Jesús a acoger, escuchar y acompañar, y sobre todo prediquemos con el ejemplo. ¿Qué hacemos tantos que nos llamamos cristianos si no damos testimonio solidarizando los bienes que tenemos? Más coherencia. Menos palabras. Testimoniemos el amor compasivo de Dios, pero esto empieza por el “bolsillo”. Sin esto no hay posibilidad de encontrarse con Dios. Donde falta el deseo de encontrarse con Dios, allí no hay creyentes. Hoy el Evangelio es esperado como fuerza para vivir, y sólo será escuchado por las personas que andan buscando razones para vivir, para amar la vida y para disfrutarla de manera positiva. Somos lo que damos, somos amor.

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