COVID19: Pensamientos decapitados no, gracias - Carlos Díaz

El clamor de la catástrofe ha roto el caparazón de los que a sí mismos dan en llamarse filósofos. Se han reunido algunos de los más papel cuché, tocan a rebato con rebatiña al grito de hay que repensarlo todo. Ahora resulta que esos filósofos caviar, precisamente los que tienen derecho a roce con sus poderosos amos, de los cuales son su voz, caen en la cuenta de que conviene cambiar de pensamiento. Pero si son filósofos ¿por qué tantas prisas ahora, es que acaso antes de la pandemia no pensaban? Ser profetas después de la catástrofe para acomodarse a ella no es lo propio de los filósofos, los cuales –como Hegel dijera– son amigos no sólo del búho de Minerva, el cual piensa incluso por la noche, sino también de la batalla contra la injusticia durante el día, como añadiera Marx, ese pensador apestado para la gran mayoría.

Yo me pregunto sinceramente qué va a salir de esas reuniones filosofales, cuando la mayoría de ellos hicieron no haciendo lo que deberían de haber hecho, es decir, cuando se costaban al Diktat del desorden establecido contra el que nunca hicieron nada excepto engordarle hipócritamente. A mí, que conozco bien el paño de esa arca, no me extrañaría que se reuniesen para aumentar el poder académico de sus departamentos, mejores dotaciones para “investigar” sus chorradas, la cátedra aún más barata, y seguir mamoneando. Por supuesto, también se reunirán para empoderarse cual subespecies de la ideología de género, para aumentar el número de sus capitulaciones y, en definitiva, para potenciar la patología con la cual funcionan en sus ínsulas Baratarias. Y luego los homenajes, antepóstumos, póstumos y postpóstumos: a morir, que son dos días, todo sea por un repolludo epitafio académico sobre un cenotafio, que en griego significa caja vacía.

Nadie espere –desde luego yo no– que estos alevines de pensadores se opongan a los bancos, que tampoco en esta ocasión serán parte de la solución, pero siempre del problema, como sucedió en la crisis de 2012 y en cada una de sus crisis cíclicas. ¿Y qué van a decir los novopensadores de los ejércitos? ¿Esperan ustedes que alguno de los sabios reunidos no aplauda a las ocho en punto de la tarde, hora taurina, a los ejércitos que fumigan los virus, pero que lanzan las bombas, que enseñan a sobrevivir matando y a inflar la deuda infinita de los presupuestos económicos estatales a costa de lo que debería destinarse a mejorar las escuelas? Y de la democracia partidista al uso, ¿se atreverá alguno de esos pretendidos ilustres a defender la democracia moral contra la cleptodemocracia? ¿Harán, en fin, algo realmente revolucionario, además de darle a la sin hueso de la razón dialógica? ¿Serán capaces de una acción profética?

Yo nunca he jugado en esa liga de monosabios aspirantes el ascenso a primera, estoy desligado de ella porque quiero una revolución personalista y comunitaria, donde el sufrimiento del otro sea parte constitutiva de mi propia identidad, aunque ello cueste tiempo, dinero y hasta la vida misma; al fin y al cabo, ya he vivido mucho con fibrosis pulmonar. Para que haya un día en que todos al levantar la vista veamos dignidad. Pues todo pensamiento que no se decapita desemboca en la trascendencia activa.