COVID19: Soledad y simpleza - Antonio Calvo Orcal

La soledad está reñida con la simpleza. Cuando te quedas a solas contigo mismo y no te queda otro remedio que mirarte de frente y desde dentro, hurgando en tus trémulos adentros, poco a poco, van cayendo las simplezas que enturbian el alma, y la claridad, nuestra misión, va recobrando su lugar.

Quizá quien sea un simple habitual sólo sea capaz de cubrir una simpleza con otra más amplia. El fanático es un simple y un perezoso que ha hecho de su verdad un búnker para los demás y un zulo para sí mismo, sin poderlo reconocer. Pero a quien todavía le relampaguea la razón y se conmueve con la verdad y con sus dudas, la tragedia convivida le lleva de la mano de la compasión a un horizonte desde el que se puede sentir más cercano, hasta saborearlo, el olor de la eternidad. Una eternidad que asoma su cara en el amor de los que luchan por la vida y en la de quienes la van dejando sin poderla retener, ni ellos ni quienes se abrazan a quien se está muriendo, pasmados de dolor ante el abismo.

En la soledad, mirados entre lágrimas los amores tristes de millares de personas que han sido empujadas a recorrer en un instante las enormes distancias que, en apariencia, siempre nos separan de la muerte. Cualquiera de ellas podría ser yo. Tendría que sentirlas como si fuera yo, si fuera un hombre cabal. En la soledad, mirados entre lágrimas de alegría, los amores de millares de personas que arriesgan su vida procurando aupar la de alguien a quien no conocen y, sin embargo, cuidan como si fuera su madre, o su hijo, o, simplemente, otro igual a sí mismo.

¡Qué lejos esta grandeza de las miserias cotidianas en las que nos dejamos atrapar y desorientar! Cuando la vida se manifiesta en su verdad mortal, sin contemplaciones, implacable, sabemos lo que es menester hacer. Sólo el servicio de amor, eficaz y cuidadoso, de tú a tú, y trabajando todos a una, puede enfrentarse a la verdadera condición humana.

Luego, al intentar anticipar la vida tras la catástrofe, vuelvo a ver la utopía enredada en una maraña de perezas, de miedos, de comodidades, de ideologías, en fin, de valores pequeños, empequeñeciendo al hombre en quien habitan.

Si en la soledad hubiera menos ruido y se pudiera sentir el rumor del sentido del misterio, del silencio infinito que grita en tantas muertes, quizás saldríamos de la caverna anhelando una vida sencilla, en paz y para todos, sabiendo que la nuestra es segura y aplazada. Si pudiéramos estar a solas con nosotros, quizás fuéramos capaces de mirar la vida y la muerte siempre juntas, y valorar en cada instante que no vuelve la siembra de amor que nos ofrece.

Si la soledad fuera sonora…