COVID19: Frente al mundo creado en este desastre - Joaquín Tapia

1. Para la fe, el hombre es pecador, pero no por ello, ni mucho menos, es un ser innoble. Al contrario, Dios nos ama como somos para salvarnos si no nos empeñamos en cerrarnos a su acción salvadora. A la revelación divina sólo le importa, de hecho, la persona humana entera. La persona humana que es libre y responsable de sí misma ante su propia conciencia. Cada persona humana en su corta o larga existencia hace suyo, construye y reconstruye siempre de nuevo, un mundo creado para él. El mundo que le fue entregado en favor de los demás, según los planes divinos. Y nadie hizo el mundo más autónomo (conforme a sus leyes naturales que Dios mismo le dio) que Él cuando lo puso en manos del hombre. Por lo tanto, la autonomía ‘mundana’ del mundo es absoluta… pero en diálogo frente al Dios que lo crea y mantiene en la existencia. Y por eso mismo, toda persona humana ha de ser también constructor de fraternidad social y comunitaria al servicio de los más pobres. Para los más pobres y por medio de todos ellos, Dios es y seguirá siendo Creador y Providente. Por eso mismo, desde el Hijo Jesús de Nazaret encarnado hay que tomarse en serio su palabra de la entrega personal para el mundo, en favor del mundo y frente al mundo. La criatura humana, hecha a imagen y semejanza de Dios, es para Él siempre noble y necesitada de su amor creador y providente.

2. Es curioso, y deberían hacernos pensar a todos, las dos frases de S. Juan acerca del mundo salvado por Jesús de Nazaret que parecen contradictorias, pero no lo son. De una parte, en 3,16 se dice “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. De otra parte, en 15,18-19 la oración de ese Jesús al Padre es: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia”. El hombre vive tanto de ‘afuera’ a ‘dentro’ como de ‘dentro’ ‘afuera’, y sólo podemos comprender la naturaleza humana después de conocer sus trasfondos anímicos indelegables más íntimos. Todo lo demás carece de sentido. La palabra de Dios no se alía con la rebelión que suscita la desconfianza en ella, con la rebelión desde abajo. La palabra de Dios reina siempre sobre todo lo creado. ¿Qué puede entonces decirle un creyente al mundo? Solo una cosa: sé Mundo. Mundo verdadero. Mundo gratuitamente para todos los hombres creado. Mundo para todo hombre solo por el hecho de haber sido creado. El Reino de Dios es ahí donde produce el choque con nuestras apropiaciones indebidas de algo de lo que fue creado y mantenido por ‘Dios mismo’ en la existencia fraternal que Él quiso darle.

3. Cristo y el mundo que se siente ya mayor de edad. Nos equivocamos si nos parece que somos nosotros los que tenemos que conceder al mundo el derecho de asignar a Cristo un lugar en el propio mundo autónomo. Esa es la falsa querella entre la Iglesia y el mundo. Porque el mundo recibió y aceptó la paz en la Cruz de Jesús de Nazaret que tuvo lugar y aconteció en pleno centro de la Historia Humana y Divina a la vez. El Concilio Vaticano en las relaciones entre el ad intra y el ad extra de la Iglesia debería de habernos hecho conscientes de eso. Si la Iglesia se busca a sí misma para cuidarse y mantenerse en sí misma, saldrá siempre derrotada. La victoria de la Iglesia sólo será la de Cristo en la cruz que es donde se vence, desde allí y por amor gratuito, los dramas del pecado humano. Tras la derrota de la Iglesia curvada sobre sí misma, vendrá su capitulación y luego el intento de un recomienzo total. Pero sólo hay un auténtico Pentecostés que se está siempre ahora prolongando en la acción de propio Espíritu del Señor Jesús. Es cierto que el mundo debe ser comprendido mejor de lo que él se comprende a sí mismo. Es cierto: “El misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”. Pero en modo alguno eso sucederá de ‘esa forma religiosa’ que le resta autonomía, conciencia, responsabilidad y libertad propia a cada ser humano, como quizás han pretendido, en ciertos momentos, algunos llamados ‘postmodernos’ de la fe cristiana contemporánea.

4. No parece válido el intento de reservar un espacio para la religión, si esa religión coloca a los discípulos de Jesús de Nazaret al margen del mundo, o peor aún, contra el mundo. El Vaticano II en la doble relación desde la Lumen Gentium a la Gaudium et Spes y viceversa, no ha querido poner a Iglesia en condiciones de sostener fundamentalmente esta distinción que separa en toda la línea a la Iglesia frente al mundo y al mundo frente a la Iglesia. Pero tanto la Evangelización por la Palabra, así como por la acción sacramental Eucarística y por el servicio a los pobres no parece admitir esa interpretación que contrapone de lleno a la Iglesia siempre frente al mundo. De ahí la necesidad de la laicidad de todo creyente. Laos, antes que nada, es pueblo. Pueblo y fraternidad de todos los humanos. No pueden venir desde fuera a decirnos a los creyentes qué es ‘lo laico’ en la Iglesia. Laicidad es fraternidad. La pertenencia en radical igualdad al único y solo pueblo de todos hombres que coloca a los pobres en primer lugar. La mayoría de edad del mundo ya no es, entonces, motivo de polémica y apologética, sino que ha de entenderse realmente mejor de lo que ella se entiende a sí misma; es decir, a partir del evangelio mismo que es Jesús de Nazaret, el Cristo de Dios. Dios, clavado en la cruz, permite que lo echen del mundo. Sí. Dios es impotente y débil en el mundo, y precisamente porque sólo así está Dios con nosotros y así nos ayuda. Mt 8, 16b-171 indica claramente que Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y por sus sufrimientos. Esta es la diferencia decisiva del creyente y de los discípulos del Nazareno con respecto a todas las gentes que se confiesan meramente religiosas en todas las religiones. El Nuevo Testamento nos remite a la debilidad de Dios y al sufrimiento de Dios; sólo el Dios sufriente puede ayudarnos. En este sentido podemos decir que la evolución hacia la edad adulta del mundo en el momento postmoderno actual debe liberarnos de una falsa imagen de Dios frente al mundo, pero también de una falsa imagen del mundo frente a Dios. Dios en su Hijo libera la mirada del hombre hacia el único verdadero Dios: el Padre de Jesús Crucificado. Quien, por cierto, una vez Resucitado espera con paciencia nuestros gritos para que llegue pronto su inmediata venida: “Marana-tha”. Se equivocan quienes se ríen de que estamos en tiempos de apocalipsis.

5. Por este corto y rápido, quizás hasta ‘atolondrado’, camino de nuestra reflexión teológica para el mundo y a propósito del ‘coronavirus’, han ido saliendo las palabras cuyo sentido es verdaderamente provocativo para todos, para unos y para otros. Pienso que sin ellas no aprenderemos demasiado de la lección que el momento nos está queriendo dar:

a) Libertad como tarea siempre inalcanzable e inasequible.

b) Conciencia no sólo de identidad personal sino de misión y tarea para con los demás hermanos.

c) Secularidad del mundo en su peculiar y propia condición de dársenos como creatura divina.

d) Autonomía de cada hombre que sólo en la responsabilidad fraterna se puede basar.

e) Fraternidad como espacio de lucha agónica por la gratuidad del amor.

 

Joaquín Tapia

Salamanca

1/IV/2020

1 “Él (Jesús de Nazaret), con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades”.