COVID19: Progreso y crisis - Mariano Álvarez Valenzuela

Hubo un tiempo en el que el hombre miraba a la vida de forma opuesta a la que el hombre de hoy lo hace. Este hombre se veía, se sentía, se experimentaba y se sabía como parte de un misterio que envolvía toda su realidad. Todo él era misterio.

El hombre de hoy no mira la vida en la misma forma que su antecesor. Su mirada ha dado un giro copernicano. Este es un hecho crucial que ha cambiado el rumbo de su historia, es decir de nuestra historia.

La mirada del primero se orientaba hacia el misterio como forma de encontrar el sentido de su existencia y de todo lo que le rodeaba. El segundo se desprende de dicha mirada y se sitúa por encima de todo misterio y observa su vida y la de todo lo que le rodea como problema.

Este hecho, aparentemente trivial, significa sin embargo un cambio de paradigma antropológico; es más, me atrevería a decir que se podría comparar con el paso del estado de homínido a persona, es decir de antropoide a hombre, pero a la inversa.

Así, nos situamos ante dos paradigmas, dos formas de afrontar la existencia completamente opuestas. El primero es el paradigma del hombre de la cultura y el segundo el del hombre de la civilización.

Soy consciente de que lo anteriormente afirmado sobre la analogía del cambio de paradigma antropológico puede suscitar controversia, pero no es éste el objeto de mi presente reflexión, pues lo que quiero es evidenciar la divergencia que estas dos formas de mirar produce en el devenir de toda nuestra existencia y por tanto de nuestro estado actual, y muy en concreto en lo que al concepto de progreso se refiere.

Hemos de recordar que la persona, antes que una categoría filosófica fruto de una reflexión teórica, antes que una categoría biológica fruto de un proceso evolutivo, es fruto de una experiencia histórica. La persona se reconoce en esta experiencia de vida. Experiencia que transcurre enclaustrada en un tiempo escurridizo. Un tiempo escindido entre un presente huidizo, que se transforma en pasado, y un presente de deseo ante el vacío que acaba de experimentar, precisando constantemente mirar al futuro para llenar su presente, que continuamente se le escapa. A todo este proceso, a este dinamismo le llama progreso.

Así resulta que la idea de progreso es fundamental para el conocimiento profundo no solo de la historia de la humanidad, sino también de la historia personal de cada hombre.

La idea de progreso tiene su origen en raíces religiosas antiguas y muy profundas, como suele suceder con todo aquello que es más valioso para el hombre.

Esta idea de progreso es lo opuesto a la idea de evolución, que tiene su origen en un periodo histórico muy posterior.

La idea de progreso presupone que existe una meta en la historia, es decir que esta historia, historia del hombre, tiene un fin en el tiempo. Toda historia sin fin es una utopía, una irrealidad. Pero además considera que esta meta no es inmanente al proceso histórico, es decir, no está dentro de él, ni está ligada a ninguna época concreta, a ningún periodo del pasado, del presente ni del futuro, sino que se eleva por encima del tiempo, pues sólo así podrá dar sentido a la existencia de todo hombre con independencia de su época existencial.

Esta meta rompe con el tiempo desintegrado en el que transcurre su existencia, llevándole a un nuevo tiempo íntegro e integrador.

Así dicho, la idea de progreso, en origen, es de índole mesiánico-religiosa. La meta nunca se conseguirá de forma autónoma, es decir con las fuerzas inmanentes al propio proceso histórico.

Con el devenir del tiempo, este hombre encumbrado por su razón evoluciona y abdica del carácter mesiánico-religioso de esta idea de progreso, cogiendo él las riendas. Ahora es él quien define la meta, meta ajustada por supuesto a sus deseos. Es él quien conseguirá lo que su antecesor perseguía y además dentro de su propia historia.

Este hombre nuevamente pronuncia la fatídica palabra “Yo”. Hasta tal punto que a partir de ahora el “Yo” estará incluso por encima de lo que su razón le demuestra, tanto desde un punto de vista científico, filosófico como moral.

Esta nueva doctrina del progreso constituye una nueva profesión de fe, o lo que es peor, una creencia, y encima completamente infundamentada a partir de las ciencias positivas. Sólo una visión evolucionista albergaría una cierta pero ilusa posibilidad de cumplimiento, desde uno de sus fundamentos, el azar, y ya sabemos cómo la propia ciencia lo define: El azar es aquello que carece de fundamento y de finalidad. Esta idea de progreso de este hombre conduce a un fin utópico, irreal.

Esta situación me lleva a pensar, desde un punto de vista psicológico, que este hombre de la civilización, hombre que ya actualmente nos está introduciendo cada vez más en lo que él denomina como la era de la posverdad, lleva en sí de un modo inconsciente una cierta esperanza pseudorreligiosa en el desenlace feliz de la historia universal, pues le hace falta mucha fe, pero en este caso se trata de una fe ciega, sin misterio que la ilumine ni razón que la justifique.

El caso es que todos compartimos y participamos de esta idea de progreso. Cuántas veces no hemos oído a personas creyentes exclamar que gracias a Dios estamos progresando, cuando resulta que Dios ha sido apartado de las referencias del progreso. Cuando Dios no está en la meta y cuando Dios no toma parte en la gestión, ni en los medios, ni en los fines, por los cuales transita esta nueva idea de progreso.

Supongo que hay mucho de buenismo, tanto en unos como en otros, creyentes y no creyentes, porque a poco que utilicemos la razón, ésta nos evidencia la verdadera cara del progreso en el que colaboramos, y que se sintetiza en lo siguiente:

Esta pseudorreligión del progreso considera a todas las generaciones y épocas pasadas desprovistas de valor y significado, pues las considera como medio e instrumento para alcanzar la meta definitiva en la que ellos no tomarán parte. Es una pseudorreligión de muerte y no de resurrección, y no de recuperación de todo hombre y de toda la historia de la humanidad.

Los vencedores no tendrán que rendir cuentas ante nadie: ellos serán sus propios jueces, y además ya no quedará nadie que les pida cuentas.

Ya sé que muchos dirán que esto no es para tanto, que estoy sacando las cosas de la realidad. Aquí me vuelvo a reafirmar en la condición de buenismo en la que muchos hemos caído.

Estos dos paradigmas modularán y condicionarán no solo la vida del hombre, también determinarán sus estructuras sociales y su forma de organizarse. Su praxis, su modo de decidir y actuar serán completamente distintos. Las crisis no desaparecerán porque el hombre es un ser que ya nace en estado crítico. Pero uno tendrá una meta, un sentido y un fin que le liberará de toda crisis y en esa línea se ejercitará y actuará. El otro tendrá una utopía en la que también se ejercitará y luchará.

Que estos momentos de crisis nos sirvan para volver la mirada, no al pasado, sí hacia el interior, hacia lo profundo del ser, hacia esa profundidad primordial de la persona en que empieza a tomar conciencia de sí, al oír la Palabra que le interpela al nombrarle. Palabra que le abre al misterio y no al problema.

Esta torpe y no breve reflexión es la que, entre otras, yo me hago en este momento. No da soluciones, porque como he dicho la solución pertenece al ámbito del problema y todo problema acota la realidad, la objetiva. La crisis es de la persona y la persona está en el ámbito del misterio, la persona vive en este mundo de forma transfronteriza. La solución la tenemos cada uno en nuestras manos. La solución no se puede institucionalizar. La solución está en el ámbito de la libertad responsable. Cada uno a nuestro modo configuramos la realidad y configuraremos la realidad futura.

Para el primero, toda crisis será una oportunidad de progreso, de aproximación hacia esa meta que le liberará de la esclavitud de un tiempo escindido y desintegrado en pasado, presente y futuro.

Para el segundo, toda crisis le mantendrá en el estado crítico de origen, pues no puede haber progreso permaneciendo en este tiempo desintegrado y desintegrador, pues su meta está ubicada dentro de él, por decisión propia.