COVID19: ¡Viva el bobo de Coria! - Carlos Díaz

J-M V, uno de mis más queridos amigos, y también de los más inteligentes, me escribe el siguiente mail sin desperdicio: “Te supongo enterado del chusco episodio del generalito de la Guardia Civil (cuyo apelativo benemérita es autoconcedido por el grupo policial militar que se hace llamar el cuerpo), y la censura que ha montado sobre cualquier crítica al Ejecutivo. Tras el pensamiento único, el amordazamiento. Estoy bastante alarmado ante la vocación de servicio descrita por el general Santiago, que, apartando a la Guardia Civil de cualquier neutralidad, se lanza por la senda del sectarismo ventajista para acudir en auxilio del vencedor (o del poderoso). Yo había llegado a pensar que el Instituto armado se había arrepentido de su entusiasta colaboración en la represión habida durante los primeros años del franquismo y podría desempeñar el papel políticamente neutral propio de un cuerpo policial en una democracia. Está claro que me equivocaba, como la paloma de Alberti. Me preocupa que dé el siguiente paso y que ese ejército policial herede lo peor de nuestra historia: el hábito de los pronunciamientos militares y, confundiendo el Gobierno partidista con el Estado, esté en permanente disposición de dar el golpe (el golpe de Estado), si el mando se lo ordena”.

Gracias, J-M. La verdad es que al Estado (sea el que fuere) el pueblo le parece siempre el bobo de Coria, o sea, Juan Martín Martín (Juan Calabacillas) uno de los batueco-jurdanos con deformidades, enano, bizco muy gracioso y simpático, auténtico cretino natural de Calabazas, una alquería perteneciente a Caminomorisco, que tuve el honor de conocer hace sesenta y cinco años, el cual terminó de bufón en el palacio coriano del duque de Alba –también marqués de Coria–, donde era tratado como auténtico animal a cambio de alojamiento, vestido y en ocasiones con restos de comida. La fama del Bobo de Coria fue tal, que el duque de Alba lo regaló a Felipe IV, siendo descrito por Lope de Vega, Quevedo y Góngora entre otros. Ya al servicio de la monarquía alcanzó todos los privilegios posibles, pues tenía sueldo, una mula para moverse, estaba autorizado para dar órdenes al resto de los enanos y bufones, y para deambular libremente por palacio. Juan Calabacillas quedó retratado en un lienzo de Velázquez, y su memoria se recuerda en una estatua decorativa en granito erigida en la puerta de Poniente de la catedral de Coria sobre una pilastra de la balaustrada, a la cual se sigue llamando El Bobo.

En realidad, todos somos El Bobo, no sólo el militarote de opereta o el sabio honoris causa y no sapientiae causa, a todos nos gusta tener quienes nos hacen gracia y luego despedirles con una patada en el trasero. Demasiada pachanga hay incluso en eso de ser nombrado Caballero del Santo Sepulcro. Todos estaríamos dispuestos a poner un acento circunflejo como las cejas de Zapatero sobre una o bien redonda coronándola a modo de tejadillo o de tricornio de guardia civil. Nos han enseñado el manual del perfecto idiota, que es a la vez el arte del autorretrato. Lo importante es la foto, con coleta, con camisa., con jersey o con chorreras, como un jamón grasiento, en eso sí que rige el mismo espíritu de bacinero y turiferario. Aquí todos vamos a lo mismo: la monarquía, pura bufonada macerada con o sin maceros a la que nadie eligió nunca democráticamente, el general inculto que apenas saber hablar convertido en la voz de su Amo, el parlamento de lobos y corderos con gloriosas e insuperables ocurrencias, como la de sacar a pasear a los niños allí donde más concentración de virus haya, santa yatrogenia bendita, y el pueblo embozado o embozalado como en el motín de Esquilache, dispuesto como los perros de Pavlov a que el jefe de turno de la casa Botín haga tañir con guante blanco la bruñida campana de la Bolsa, o dé salida al maratón para que todos salgamos de estampida hacia ninguna parte. Esta sí que es pandemia, alcanza a todo el pueblo. ¡Viva la república de la Guardia Civil! ¡Viva la cosa pública! ¡Vivan dos veces las re-públicas! ¡Vivan los hombres públicos y las mujeres públicas! ¡Viva el bobo de Coria!