COVID19: No hay mal que por bien no venga, pero tampoco bien que por mal no venga - Carlos Díaz

A todos, al parecer, cuentan las crónicas, nos ha sorprendido que teníamos que morirnos. Qué rabia morirse ahora que comenzábamos a ser ricos y por tanto un poco más felices e inmortales. Ni de lejos habíamos contado con tantos muertos en tantas morgues sin tener ninguna tía Julia que nos escriba, con tanto y tanto luto, con tantos cadáveres apilados en naves de almacenes, no yéndonos de este mundo como al parecer Dios mandaba, tan maquilladitos, casi dormiditos, no más. A ver quién es el guapo que se atreve a decir ahora “algo habrá allí arriba”, según declaraban ante las cámaras con el dedo pulgarcito levantado como en las películas de gladiadores los santos mafiosos parapetados tras sus gafas oscuras mientras pensaban en el próximo atraco.

¡Y a ver quién se quita de encima la mosca cojonera que preguntaba por la muerte del Planeta entero! ¿La crisis ecológica, decían? ¿de qué me está usted hablando, pájaro agorero, quién dice que la haya? Nosotros ya hemos adquirido nuestro lujoso refugio antivírico, la muerte no nos alcanzará tan fácilmente, venderemos caros nuestros cuerpos después de haber prostituido nuestras almas hasta la enésima prostitución. Negocio fallido.

¿Estamos, pues, para que nos den el pésame tras esta batalla campal contra la inesperada muerte del virus cobarde y asesino que nos sacó del gran teatro del mundo? Pues no, rotundamente no. Como reza el refrán, no hay mal que por bien no venga, aunque silencia su prolongación, a saber, que no hay bien que por mal no venga, de ahí nuestra torpe hermenéutica sobre lo que denominamos bobaliconamente “la” providencia. Nosotros -con o sin sordina- míresenos, ahí nos vemos bailando sardanas como quien espachurra la uva para que venga luego el vino, pues si el vino no viene, no viene la vida.

Primero porque sotto voce nos hemos alegrado de que los viruses se hayan llevado por delante a los más viejos, como si nosotros, los más longevos o cuerdilongevos tuviéramos cuerda para toda la eternidad: ¿te imaginas cuánto dinero vamos a ahorrarnos de los que hubieran sido destinados para mantener tantas gentes caquécticas que no terminaban de morir? Menos pensiones a pagar a los ancianos, se va a notar Esta crisis habrá servido de eutanasia limpia, porque el trabajo sucio lo habrán hecho los virus. A viejo muerto, joven puesto, creen los muy pillos, aunque yerran. Así que el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Nosotros aquí estamos vivitos y coleando después de la limpieza virugenética. ¿Qué hemos perdido? Nada, todo lo contrario: hemos ganado, y por goleada.

Segundo, porque ya nos hemos cansado de bueno y de malo en favor de útil o inútil; bueno, mejor dicho: lo bueno será definitivamente lo útil. Menos vocabulario. Por supuesto que se acabaron las películas de buenos y de malos, ahora en los cines sólo pasan películas de malos y peores, los cuales hacen buenos a los malos, usw, usf. Y así vamos retrogradando hasta que la yincana llegue a su fin y no dé más de sí; entonces, sálvese quien pueda. Vendrá la famosa dialéctica de los puños y las pistolas, otra forma de matar a los excedentarios. La carabela estatal, con todos sus piratas armados en sus tres filas de dientes, ya ha comenzado a estrenar escenarios, ya podemos legalizar nuestras vidas y salir de los armarios: se abolió la ética, venga la patética. Nadie sabe lo que es conforme a la naturaleza, porque no existe naturaleza humana. Nadie peca contra nadie, lo que ahora está muy mal al rato siguiente estará muy bien. Todo vale, luego nada vale. Nada vale, luego todo está permitido. Si todos nos dejamos de pamplinas, menos cuchilladas por la espalda.

Tercero, porque -siquiera sea lentamente- nos recuperaremos más pronto que tarde y de ese modo podremos en breve volver a comprar a plazos con nuestras doradas tarjetas Visa (es decir, las cosas vistas) ¡hemos dejado de comprar durante una larguísima e insoportabilísima cuarentena para resurgir del Orco, resistiremos, es decir, re-existiremos, venga a nosotros el círculo del eterno retorno de lo eterno. Esto quiere decir que en lugar de muerte habremos tenido reencarnación.

Cuarto, porque en medio de la zozobra y a pesar de tanta cacerolada lúdica, hemos descubierto que en realidad no estábamos tan mal. Qué ingratos éramos a pesar de tanta bronca, pues lo que realmente nos encanta es volver al mismo menú de antes, lo cual nos hará regresar al redil del conformismo agradecido. Qué buenos son los hermanos regidores, qué buenos son que nos llevan de excursión: tres hurras por el Inserso, que ya incluso nos mete la sopita en la boca desdentada. Al menos ahora sabemos que éramos unos mentirosos de copete cuando nos quejábamos de lo que tan denodadamente queremos recuperar, virgencita que me quede como estoy. Esto explica por qué los sedicentes revolucionarios mentían cada vez que abrían el pico.

Quinto, porque los pobres seguirán siendo pobres, más aún si cabe que antes, y los ricos seguiremos siendo ricos, más aún comparativamente, si también cabe. Ninguna simpatía futura nos queda, en consecuencia, para la menor revolución, evolución, o reforvolución: a vivir, que son dos días. Nosotros los humanes, incluidos los orangutanes, no tenemos en nuestras manos la más mínima posibilidad de alterar los designios científicos de Charles Darwin, así que se acabó la voluntad de aventura, todos a bordo del Beagle nuevamente, adelante hacia el 1839, nuestra arca de Zoé o Noé con todo el zoológico dentro.

Sexto, porque ahora sabemos a prueba de demagogo que el calendario cósmico es irreversible, que no debemos ir contra natura metiéndole prisas a Kronos, primero de los titanes y asesino de su padre Ouranos, y que tal vez si seguimos evitando su guadaña algún día mejoraremos esta sumisa especie nuestra, que ahora es género. El género, menuda especie humana.

Séptimo, de caballería, porque las oscuras golondrinas no volverán, no tañerá el arpa del salón en el ángulo oscuro y cubierto de polvo, el Planeta tierra se despedirá de las demás estrellas después de haber preparado todas las campanas para salmodiar un mismo impulso necrológico, el nuevo réquiem aeternam dona eis, Domine.

Octavo, porque se han terminado las molestas utopías morales, las cosas son lo que son y como son, viven y mueren sometidas a una Ananké necesitaría que rige el mundo. Aquí abajo mientras tanto, aborregadores aborregados, los gurús nos guiarán con sus patitas cruzadas y su fálico lingayat, siguiendo el curso de las estrellas en las cuales todo está al parecer escrito: en las estrellas y en tu frente estrellada. He ahí la era de Acuario explicada por la Cienciología, la religión de Hollywood.

Noveno, porque la crisis nos ha dejado muy claro que no hay más cera que la que arde, puro pragmatismo positivista reducido a su más mínima expresión. He ahí también el nihilismo consolado, en la medida en que únicamente lo útil vale. He ahí así mismo el hedonismo tierno de los tenerísimos Bandos del Alcalde, mejor si ese alcalde es Tierno. Él multiplicará panes y peces, y él con suave guante quemará los libros detestables para el poder, que sólo pondrá en circulación sus detextables libelos de texto propios.

Y décimo: todo esto se dará en medio de un balido ovejuno que llegará hasta mi pueblo, la megalópolis de Canalejas del Arroyo. En este preciso instante sagrado, la hora litúrgica de las ocho de la tarde, a modo de ángelus, un vecino frente a mi ventada ha llamado a oración desde la suya a todos los fieles congregantes con una trompeta que, a modo de shofar, nos convoca para que aplaudamos en el circo y de paso exorcicemos a los demonios que, por víricos, se han vuelto virales. Acaban de cesar los consabidos cinco minutos.

Pero no. Yo seguiré escribiendo los versos menos tristes que pueda, porque quiero morir resucitado por el amor eterno de Dios, que nunca muere, aunque actualmente lo hayamos puesto en modo eclipse.