COVID19: Un virus deleznable (Diario de campaña 5) - Benito Estrella

XII

Tu rostro me duele, luego existes para mí
CARLOS DÍAZ

Como el Hijo del Hombre, que no tiene guarida ni lecho donde pueda reclinar su cabeza, ahora el dolor deambula por las ucis y por las morgues sin consuelo, ni oración, ni lágrimas para los que se han querido.

Este dolor no tiene donde echarse que no sea en sí mismo y lo que tenga a mano: el prójimo de al lado sea quien fuere, otro hombre, otra mujer, otro doliente a quien le duele el otro. Recogiéndose en su puro y entero padecer, sin horizonte alguno en su presente, ocupado de sí, no como la piedra ocupa su lugar, su espacio propio, señalado por las leyes del afuera, sin sentirse afectada por ellas, sino como la vida misma se ocupa de sí en su ahora, este dolor, del que no puede escapar, y lo sabe, pues no hay salida que no sea la puerta que nos abre el dolor a la puerta del dolor, sino en la lealtad, la entrega y la esperanza.

Porque el dolor es siempre de verdad, esta palabra se realiza sola, sin otro referente que ella misma, está grabada en tu última conciencia desde la eternidad, encarnada en los cuerpos que viven, que sufren y que mueren. Desde ahí se pronuncia, translúcida y transida de realidad palpable, pues no dice otra cosa de sí misma que no sea dolor, es decir, vida humana.

Y por eso el dolor es todo mío y tuyo, secreto, inmarcesible, pues a nadie le duele como me duele a mí, como te duele a ti. Por eso lo apartamos con vergonzoso afán, como una lepra contagiosa, y lo colgamos ahí fuera con una etiqueta o un cartel que por ser de todos lo aleje de mí y de ti, y lo convierta en diagnóstico ambiguo, estadística confusa, en vocablo flotante y ligero que no nos caiga encima nunca, pues no queremos ser el guardián de nuestro hermano.

Pero si tu dolor ahora no encuentra escapatoria, está ante ti y sabes que es el tuyo, pero no es solo tuyo, sabrás también que solo si entras del todo en él, si te inicias en él y asumes su misterio por entero como dolor que tiene un pie en este mundo y otro pie en el otro, invisible, de la vida, quizá pueda el dolor decirte su secreto.

Porque el dolor no engaña como el mundo, sus mentiras y prédicas, sus odios, sus afanes de poder, de gloria y de riqueza que viven de tu miedo y tu dolor; él viene con la vida, a recogernos como aquel padre que esperaba a su hijo que daba por perdido y ya por muerto y regresó a su casa.

XIII

A veces pienso que quizá este virus no sea tan deleznable. Ataca a las ciudades, es verdad; pero limpia su aire, contagiado de otras podredumbres: nuestro afán desmedido de riqueza, de gloria y de poder.

La carretera, que mataba más que el virus, mata ahora a menos gente. Dicen que se están purificando las aguas de los ríos y que a ellas vuelven las carpas, las truchas y el salmón; vuelve la vida.

¿Está movilizando la energía dormida de los pueblos? ¿Nos ha puesto ya en pie con los brazos abiertos, candente el corazón y las manos metidas en faena?

¿Está tal vez despertando las conciencias, levantando el espíritu que estaba aletargado en el blando tresillo de nuestro insolidario bienestar y mirando cómodamente el espectáculo servido?

¿Está trayendo vida este virus letal?

No sé si habremos aprendido bien que el principal dolor de la vida es sufrirse a uno mismo, que sin dolor no sabemos qué hacer con nuestra vida y nos dejamos caer en las naderías del entretenimiento y la ocultación de nuestro vacío.

¿Habremos aprendido que no puedes abandonar la cruz que te viene con la vida, que nos hace vivir en la pura verdad de nuestra existencia compartida, en la autenticidad de lo que cada uno es, eso que a veces luce en nuestros rostros?

Así viene a nosotros el único poder que es nuestro de verdad: eso que damos.