De otro modo que violencia - Carlos Díaz

Convivir es también violentar, estorbar, luchar, polemizar, incordiar, enfadar, y mil variedades de lo mismo. Cuando uno toma distancia de los demás –y eso es lo bueno– tiende a enfriar y hasta olvidar los agravios, e incluso a volver al pasado como si nada. Ahora todo irá bien, aquellos defectos insoportables tienen su punto de atractivo, quisiera abrazar al vecino, hablar con el atravesado, yo también tengo que autocriticarme, la vida puede ser más bella, etc., etc. Sístole y diástole, así baten las olas del alma humana mientras vive. Afortunadamente.

Solamente si, en el fragor del nuevo combate que seguirá al nuevo reencuentro, tenemos en cuenta lo que sigue podremos dar un verdadero paso adelante.

1. Toda violencia, por el mero hecho de darse, es perversa. Nada impide que ella sea susceptible de gradación.

2. Toda violencia lo es, ya sea de pensamiento, palabra, obra u omisión. Nada impide tampoco su gradación.

3. Toda violencia es relacional, ya que las palabras (o los silencios) son pares de palabras.

4. Quien se violenta a sí mismo violenta al tú sodalicio que siempre le acompaña aunque no aparezca, pues todo yo (incluso el unipersonal) es yo-y-tú.

5. El yo dual de la pareja también lo es en reciprocidad: quien violenta al tú se violenta de algún modo a sí mismo.

6. El yo que daña a su entorno parental se violenta a sí mismo por idéntico motivo, pues el prójimo es el próximo, el cercano, aquel por el cual sufro cuando él sufre.

7. El yo social remoto (la sociedad en general) es violentador y violento por los mismos motivos que lo es el yo: la sociedad misma paga sus impuestos para organizar ejércitos, etc., siempre represivos. Muchas veces los menos violentos son los que más impuestos pagan para paliar los efectos de los más violentos; la violencia social es cara e injusta para cada buen ciudadano, para cada buena familia, para cada buena persona.

8. La violencia repercute intergeneracionalmente, pues las atrocidades de las generaciones anteriores disparan exponencialmente las de las generaciones venideras, de este modo cada vez más incapaces de normalizar sus correspondientes vidas.

9. Todas las violencias llevan al olvido de los valores humanos mismos, llegándose a una inversión axiológica tal, que lo malo parece bueno e incluso lo doblemente malo doblemente bueno.

10. No basta con combatir la violencia preconvencional (del supuesto mero yo) ni con frenar la violencia convencional (familiar, grupal), es necesario plantearse la cura a nivel postconvencional: pacíficos todos para uno, pacífico uno para todos.

11. Las terapias meramente preconvencionales o convencionales al uso son al mismo tiempo terapias yatrogénicas, en la medida en que introducen males mayores que aquellos que pretenden curar.

12. La terapia de la violencia en general (y desde luego la de Adán contra Eva o a la inversa) puede ser rentable a corto plazo para los terapeutas al uso, pero de ningún modo para la entera sociedad.

13. En ciertas ocasiones, cuando no basta la abreacción de la agresividad, es lícita la violencia defensiva: el pacifanatismo también puede ser violento.

14. En cualquier caso, la superioridad de los pueblos se mide por su capacidad de hacer el bien.

15. Mientras tanto, con estos bueyes tenemos que labrar. Nada hay que exija más modestia, más esfuerzo ni más bondad que esto. Yo, muchas veces, en lugar de deshacer los terrones apelotonados le doy una patada a las burras o a los burros. Luego me arrepiento, y vuelvo a empezar a tratar bien a los burros y a mí mismo que también lo soy.