De otro modo aprender - Carlos Díaz

Tantas son las cosas que un mal conferenciante quiere decir, que por querer decirlo todo empieza a beber agua, a sentir el sudor de sus manos, a marear los papeles que lleva escritos, a disculparse ante el público («esto me lo salto», llega a decir en voz alta una vez borrada la distancia entre el tú y el yo), y a desear que aquello concluya lo antes posible.

Y este mismo tormentito lo padecen el escritor malo, el filósofo malo, etc. La cosa es hasta cierto punto disculpable: «Un gentil se presentó ante Shammay y le dijo: “Me convertiré al judaísmo si puedes enseñarme toda la Ley al completo mientras me apoyo en un solo pie”. Shammay lo echó amenazándolo con la herramienta de albañil que llevaba en la mano»1. A mí mismo, que no he llegado tan lejos en el rabinato pese a mis denodados esfuerzos, cuando alguien me pide que le ‘resuma’ algo, le obedezco amorosamente: le sumo, le sumo, le sumo y le vuelvo a sumar todo hasta que, bien mareado, deja de pedir. Y, ya bien nokeado, le repito así: «Nadie debería decir “quiero estudiar la Biblia para que me llamen sabio”; o “quiero estudiar la Mishnah para que me llamen Rabbi”; o “quiero enseñar para convertirme en anciano y sentarme en la Asamblea del Sahnedrín”. No. Debe estudiarse por amor y, finalmente, el honor vendrá por sí mismo»2, al menos el honor de haber envejecido estudiando.

El padre o la madre que son malos maestros tampoco enseñarán a sus hijos a otra cosa que a repetir hasta el día en que se les caiga la boca de aburrimiento. En efecto, «nuestros rabinos han enseñado que un hombre siempre deberá vender todo lo que tiene para poder casarse con la hija de un hombre culto, ya que si fallece o es desterrado tendrá la seguridad de que sus hijos serán hombres cultos; pero no deberá casarse con la hija de un ignorante, porque si muere o parte al destierro sus hijos serán ignorantes»3.

La hierba crece en las mandíbulas del perezoso para el aprendizaje, pero su apetito de oscuridad no se saciará: «Nuestros rabinos han enseñado que el mandato de encender velas en Janucá obliga a encender una lámpara por cada hombre y su hogar; pero el que es escrupuloso enciende una lámpara por cada individuo de la casa, y el muy escrupuloso enciende ocho lámparas el primer día, y gradualmente va disminuyendo su número a razón de una por día. Esto, de acuerdo con la escuela de Shammay. Por el contrario, la escuela de Hillel señala que debe encenderse una por día y después que debe irse aumentando progresivamente hasta llegar al número de ocho»4.

Yo soy un humilde aprendiz de la escuela de Hillel, y por eso le tengo por maestro de maestros. Cuando hayas encendido la última lámpara de tu sabiduría, aún seguirás siendo una simple lamparilla, una lamparilla, eso sí, que responde al astro sol cuando es requerido por él para que ejerza su suplencia: «Se hará lo que se pueda».

1 Talmud, Shabbat 31 a.

2 Talmud, Nwedarim 62 a.

3 Talmud, Pesajim 49 a-b.

4 Talmud, Shabbat 21 b.