COVID19: Casa: Iglesia doméstica - Francisco Cano

Estamos en casa, en ‘mi casa’, confinados, otros están en ‘sus casas’, son muchas las casas; hay palacios y hay chabolas… y otros, sin casa, o acogidos en casas, porque su casa es la calle… Si, como cristianos, constatamos la importancia que Jesús da a la casa, nos vemos cuestionados desde lo profundo, porque nuestras casas no parecen ser lo que fueron para Jesús y los primeros cristianos, y para muchos que, a través de los siglos, han hecho de su lugar de convivencia una plataforma de solidaridad, encuentro, acogida, hospitalidad, celebración, sanación, anuncio, elección, lugar donde uno es acogido como es y encuentra el amor y la comprensión para ser él mismo y tener una identidad desde el amor. Esta es la casa para Jesús: los que al reunirse tienen a Jesús en el medio, escuchan su palabra y buscan la voluntad de Dios.

Sí, el Evangelio me anuncia que somos ya ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo (Flp 3,20-21). Somos moradores de la casa de Dios, pero ahora estamos en peregrinación hacia esa casa, y mientras tanto, tenemos que vivir en casas, donde debemos anticipar lo que esperamos. Jesús nos muestra cómo debe ser el ahora de nuestras casas. La casa para Jesús es de suma importancia. El evangelio, sobre todo en Marcos, quedaría muy afectado si prescindimos de la casa (oίκος).

¿Qué hemos hecho los cristianos a lo largo de los siglos? El Evangelio nos narra que la casa es el espacio donde Jesús declara la creación de un nuevo grupo familiar, que no es el tradicional, la familia de sangre. Es el espacio de una nueva familia, es donde se forma un nuevo grupo social descrito como familia por Jesús, que queda definido por la contraposición ‘fuera’-‘dentro’.

Marcos 3,20-21 relata que «Jesús llega a casa y se junta con tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí». Continúa Marcos: «Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor [dentro] le dice: “mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan”. Él les pregunta: “¿quiénes son mi madre y mis hermanos?”. Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”» (Mc 3,31-35).

Este episodio recoge la respuesta de Jesús ante la información de que su familia natural, que se encuentra fuera de la casa, lo llama. En su respuesta Jesús declara que la gente reunida junto a él, en la casa, constituye su nueva familia, definida por hacer la voluntad de Dios. De este modo Marcos ha vinculado a la gente sentada junto a él la última afirmación de Jesús sobre quiénes son su familia y por qué se caracterizan. La Iglesia, durante mucho tiempo, estaba formada fundamentalmente por Iglesias domésticas. Creemos que es un don del Espíritu el resurgimiento de la Iglesia doméstica.

¿Qué pensó su familia de sangre? Marcos lo cuenta: «se decía que estaba fuera de sí» (Mc 3,21).

En realidad la casa significa el paso de un escenario público a uno privado, de la acción pública a la acción o explicación privada que manifiesta la solidaridad e intimidad de Jesús con su grupo de discípulos. Marcos expone con detalle lo que eran las casas para nuestros primeros hermanos: casa de acogida, paroikía, de extranjeros, hospitalidad1. Son muchos los que no tienen casa, lugar de ayuda, comprensión, perdón, encuentro y sanación, también de afrontamiento.

Hoy, en este tiempo de confinamiento, nos hemos tenido que dedicar, con mayor dedicación, a cuidar unos de otros para no contaminarnos y atender a los que sí lo estaban. Son muchas las iniciativas para dar respuesta a los sin techo. Ahí estamos nosotros con nuestra pequeña aportación y el gozo al experimentar la alegría de quien vivía en la calle y ahora tiene una casa donde vivir.

1 Cf. La casa espacio de acogida e identidad en el evangelio de Marcos, Pedro Aranda, Verbo Divino, Madrid 2012