A cada rato, visto para sentencia - Carlos Díaz

He aquí la acusación del fiscal en la vista de la causa por insurrección anarquista en la localidad riojana de San Vicente: «Lo primero que hicieron fue el intento de asalto de la Guardia civil. ¿Y de qué forma? De la forma más inicua e inhumana. No tuvieron ni la delicadeza de parlamentar como en otros lugares de la provincia, sino que se presentaron de improviso. Aquello fue una locura, que yo espero tenga la justicia como sedante. San Vicente es un pueblo loco por las propagandas perniciosas y por la inactividad de las autoridades. Y todo lo realizaron de conformidad con sus planes. Y no hicieron más porque no se les ocurrió, pues de habérseles ocurrido hubieran borrado hasta el nombre del pueblo, por lo mismo que lleva nombre de un santo».

Aquellos pobres campesinos muertos de hambre, y por lo mismo insurrectos, se presentaron de sopetón sin la menor cortesía, no tuvieron la delicadeza de presentar sus cartas credenciales ante las autoridades antes de reivindicar mejores salarios, peonadas dignas en lugar de maltrechos derechos, algo intolerable para el señor fiscal. Y lo deplorable para el señor fiscal era que eso ocurriera en un pueblo como San Vicente, qué vesania antirreligiosa. ¡Y qué presente la tengo en estos días en que la ultraderecha rica se envuelve indignada con la enseña patria por los barrios más gangosos de Madrid con la intención patriótica de parar el comunismo y el coronavirus, vaya lo uno por lo otro, pues bien probada está su recíproca interacción conspiradora!

Pero lo que me resulta más tierno es la retorsión del argumento por parte del letrado defensor, que, no sé si más astuto que convencido o más convencido que astuto, y en cualquier caso interesante católico y con sentido de la justicia, redarguye así de ampulosamente: «Se da el caso, señores magistrados, y este es un extremo que acucia los sentimientos y el cariño que por esta tierra en que nacimos tenemos la obligación de sentir, que todos los movimientos que en la Rioja se han producido han sido con la intervención de un factor sentimental eminentemente religioso. Un glorioso hombre de letras ha dicho muy recientemente que estos movimientos han surgido con mayor intensidad en donde mayor era el sentimiento religioso. San Vicente, San Asensio, son pueblos laboriosos que han constituido un orgullo para la Rioja, pero en los que no es posible negar que ha vivido como infiltrado en lo más recóndito de su alma un sentimiento religioso pleno de fervor. Hubo un día, corriendo el año 1073, en que los campos ubérrimos de la Rioja, durante aquel periodo que de una manera simplista se llamó de la Reconquista, fueron recorridos por un hombre que se llamó Rodrigo Díaz de Vivar. Su yerno, don Ramiro, un enamorado de nuestros campos, queriendo dejar un recuerdo imperecedero para memoria de aquellos famosos tiempos, ordenó construir en la atalaya de San Vicente de la Sonsierra, el magnífico templo a Santa María de la Piscina, cuya magnificencia evocan sus torres esbeltas, sus amplios torreones y anchurosos fosos, en los que más tarde habrían de construirse las bodegas que guardan los ricos caldos que son como la sangre de aquellos valerosos hombres del campo de la Rioja. Esta iglesia de San Vicente, mitad templo, mitad fortaleza, constituye una de esas estampas españolas que son como una enseña de nuestra Rioja y que ahora ha sido manchada con la sangre de sus propios moradores en los últimos sucesos revolucionarios de diciembre. Pero que ya veis que estos hombres supieron respetarla porque era como un legado que habían de conservar hasta la eternidad en recuerdos de sus antepasados. ¿O no está ahí la famosa procesión de los Picaos, de nombradía casi universal?

»Esta es la tragedia en que han vivido, luchando día tras día por la existencia, los vecinos de San Vicente, porque en él impera todavía un sentimiento del feudalismo, y la tierra mal repartida originó la epopeya que tratamos de juzgar, que es la del campesino de toda España. La del campesino que se coloca la etiqueta de tal, pero que no tiene un trozo de terreno en el campo y que, cuando más, gana un jornal mísero con el que apenas puede atender el sustento de los suyos. Si yo fuese acusador en esta causa, diría que los culpables de todo lo fueron las autoridades locales, las judiciales, y los agentes armados (el presidente llama la atención al orador diciéndole que no haga citas que puedan ser malinterpretadas, aunque reconoce han sido hechas con la mayor mesura). Señores jueces, por el éxodo amargo de aquellas pobres familias; por aquellos pobres cuatro muertos, único daño sensible que resultó de los sucesos de San Vicente, a los que si yo tuviera la virtud taumatúrgica de resucitarlos vendrían aquí a reclamar justicia, os digo: jueces, sed justos»1.

Dejando aparte la amalgama de caldos riojanos, Piscina de Santa María, y proposopeya declamatoria, un poco más y el defensor convierte la CNT en Curas No Temáis y la FAI en la Failange. En cualquier caso, ahora se juzga a otro Rodrigo, que no Díaz de Vivar, sino Rato y Consumado, ya perdido el tono lírico y el rigor de la condena. Déjà vu.

1 8 de diciembre de 1933. Insurrección anarquista en La Rioja. Textos recopilados por Enrique Pradas Martínez. Cuadernos Riojanos, Logroño, 1983, pp 80-82. Ibi, Diario La Rioja, 28 de enero de 1934, pp 37-38.