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Antonio Colomer Viadel: un ejemplar único de laborismo libertario - Carlos Díaz

En España jamás fraguó el laborismo, y apenas hubo laboristas de espíritu libertario, a pesar de intentos muy minoritarios: «No existe en nuestro país una construcción similar al laborismo británico y su íntima relación con los sindicatos. Tras diferentes vaivenes el Partido Laborista constituyó para las primeras elecciones democráticas después de Franco la Federación Laborista, que se formó a raíz de la reunión de partidos no alineados, celebrada en abril de 1977», siendo elegido Antonio Colomer secretario general del Partido Laborista: «La situación económica del Partido y la Federación Laborista se expresa de forma muy transparente en la respuesta que le di el 4 de mayo de 1978 al Registro de Asociaciones Políticas a petición del Tribunal de Cuentas del Reino: “Le comunico que el Partido laborista español no posee bienes muebles ni inmuebles de ningún tipo, no dispone tampoco de ningún ingreso y en cuanto a los pequeños gastos que los cuadros realizan, corren de su propia cuenta”». Resultado, el predecible: «Los tejemanejes y miserias de las negociaciones políticas, donde se ponía de manifiesto lo peor de la condición humana y la floración de todas las ambiciones y codicias, a la vez que la idea del bien común estaba desvanecida, fueron probablemente los argumentos decisivos para abandonar la actividad política y centrarme en la vida universitaria y en las tareas de cooperación solidaria, razón por la cual ese mismo año 1978 fundé el INAUCO»1.

Nada de eso impidió sin embargo a este Quijote del ideal, a este ulisiaco argonario, Antonio Colomer, continuar luchando: «Algún buen amigo ha dicho que sólo me esfuerzo y lucho por las causas sociales perdidas o en trance de perder, apunta nuestro autor». Ese amigo, quienquiera que sea, conoce en cualquier caso muy bien el síndrome de perdedor de Antonio Colomer, uno de esos personajes españoles apenas reconocido en comparación con su magna aportación al bien común en España y en Latinoamérica. Colomer, amigo querido y admirado desde hace cuarenta años, catedrático universitario ya jubilado, autor de libros, editor de revistas, creador de instituciones innúmeras, conferenciante mundial de docta y fluida palabra, laureadísimo y respetadísimo también en Latinoamérica, es un gran señor, un hombre bueno en el buen sentido, y un hombre sabio, de prodigiosa memoria, brillante inteligencia y férrea voluntad que ya desde su etapa universitaria buscó arrimar el hombro en favor de todo lo noble, la pura kalokagathía griega, un privilegio para la entera sociedad.

«Las personas inquietas de aquel momento, escribe, vivíamos preocupadas sobre cómo se iba a pasar del franquismo al postfranquismo con la esperanza de alcanzar una democracia con preocupación social, pero sin los riesgos del guerracivilismo, de recuerdos tan trágicos en la historia española. A título personal y por intermedio de algunos amigos, se me pidió que asistiera a unas reuniones con Manuel Fraga, a la sazón embajador de España en Londres y que había salido hacía poco del gobierno por su enfrentamiento con algunos ministros, miembros del Opus Dei. Con esa actitud posibilista que siempre he defendido, pensaba que una salida no traumática del Viejo régimen no era posible por una ruptura radical, sino por una reforma desde dentro que abriera brecha a fuerzas democráticas verdaderamente renovadoras. Fraga representaba entonces no sólo un político aperturista que podía hacer posible ese cambio desde dentro, manifestado con el dicho británico que ‘la política hace extraños compañeros de cama’, pero yo por mi parte presenté la dimisión, no queriendo incorporarme a esa operación. Fraga me llamó a Madrid pidiéndome que me entrevistara con él para que reconsiderara mi decisión, pero le expuse que era inamovible por mi parte y que tal vez prefería equivocarme, y que ojalá un hombre de su capacidad pudiera dirigir esa transición, pero pensaba que mi vaticinio no era equivocado, aunque lo sentía…

»Me ilusioné cuando el expresidente Adolfo Suárez puso en marcha para las elecciones de 1982 el partido Centro Democrático y social (CDS). En aquellos años tuve la oportunidad de tener un trato de cierta intensidad con Adolfo Suárez y me admiró su trayectoria y su coraje quijotesco, también por la lucha por la justicia y por enfrentarse a aquellos personajes muy reales, que eran el sector más reaccionario de la Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica más conservadora y anquilosada en el pasado, y los sectores de las finanzas, lastrados por la sutil usura y la codicia. Era una lucha desigual que debía perder si además lo apuñalaron por la espalda desde el poder superior, pero que valía la pena batallarla por la dignidad de la propia lucha. A pesar de la probable derrota. No quise asumir ninguna candidatura electoral, aunque tuve algunas responsabilidades de gestión y asesoramiento, por un prurito de mi fidelidad laborista en mi conciencia».

En contraposición con la casi totalidad de los ‘revolucionarios’ de pacotilla que he conocido y tratado de cerca, el espíritu reforvolucionario de Colomer fue siempre el mismo, no engañó a nadie y declinó posibles cargos políticos de relieve, el contrapunto de cuantos se acercaban también a mí mismo sólo para hacer carrera, pero abandonándome tan pronto como comprendían que conmigo eso estaba contraindicado. De este viejo Komiliton me fío a cabalidad; él y yo tenemos en común un espíritu anarquista clásico, precisamente el mismo que propició nuestro encuentro con Diego Abad de Santillán, José Luis Rubio, el Partido Sindicalista y otros: «Se quiere confundir la democracia –protagonismo consciente del pueblo– con el mero mecanismo del sufragio, que es un instrumento de aquella, y que resulta inadecuado si no se dan las consideraciones previas de serenidad, conciencia de los problemas, exposición libre y organización de las fuerzas sociales». O sea, la antítesis del navajeo político.

Prócer de la elegancia cultural, de la ponderación y de la capacidad dialógica, Colomer ama kantianamente a cada persona en la humanidad, y a la humanidad en cada persona: «Cuando en cualquier parte del mundo se ofende, se coacciona, se mutila a una persona o se la degrada de algún modo, en cierta medida todos somos degradados, mutilados u ofendidos, especialmente si somos cómplices con nuestro silencio o indiferencia». Espíritu laborista libertario: «Ante muchos de estos parlamentos y discursos progresivos, abiertos, hiperdemocráticos, debemos preguntarnos más que por el carácter de sus aspavientos verbales, por el origen de sus abrevaderos y servidumbres. Libertad sí, desde luego, pero no confundamos ésta con el ringorrango del relevo de ciertos sectores o clases dirigentes más o menos gastadas por otras tan ávidas e insaciables de poder, lejanas y distanciada de los pueblos».

Amigo y maestro, aunque hayamos ido a parar al Museo de las frustraciones, ¡qué suerte estar a tu lado! Por lo demás, tú figuras en el Monumento al héroe desconocido que otros fracasados han ideado con su espíritu y fraguado con sus manos. Seguramente no recordarás que –generoso siempre con las causas perdedoras– fuiste el número uno de los socios de la Fundación Emmanuel Mounier y desde entonces sigues pagando la cuota. Contigo no me equivocado. Para mí eres mi general. A tus órdenes siempre.

1 Colomer, A: El laborismo en España. Publicacions Universitat d’Alacant, 2019.