Persona y personaje - Mariano Álvarez Valenzuela

En toda obra literaria, bien sea una representación teatral o una novela en forma de historia o relato, siempre aparecen unos actores sobre los que se focalizan los acontecimientos que van teniendo lugar, a los que denominamos personajes. Los hay con aspecto de personas o no, según el papel que tengan que representar. Por lo tanto, el personaje siempre es una realidad de ficción.

Para que el personaje cobre trazas de realidad precisa de algo que sea creador de realidad. Precias de la persona, precias de su palabra. Todo personaje tiene tras de sí a la persona que le presta su palabra.

También precisa diferenciarse de la fisionomía de la persona que le presta su palabra para adquirir personalidad propia, aunque lo correcto sería decir personajeidad propia.

En un principio la persona que interpretaba un personaje se cubría la cara con una máscara para cobrar mayor realismo, dándose el caso de que una misma persona podía interpretar varios personajes usando varias máscaras. Varios personajes, pero la misma persona.

Desde el punto de vista de la crítica literaria y artística, es usual distinguir a los personajes en dos categorías: los redondos y los planos. Los primeros son los que en su representación son más próximos a la propia realidad de la persona, tienen fundamentos ontológicos, son ricos tanto en sus palabras como en sus gestos, son más creíbles y transmiten sentimientos profundos, hasta tal punto que los vivimos como si fuéramos nosotros, tomamos parte en la representación como si fuésemos ellos; en definitiva, personaje, persona y espectador conforman una realidad casi real. Hay una sintonía que genera unidad de vivencia. Hay una experiencia de verdad vivida, compartida y que cuando acaba la representación nos deja satisfechos.

Los segundos poseen escasos rasgos de personalidad, son más simples y menos creíbles, no nos identificamos con ellos, la irrealidad es lo que les caracteriza, la mentira es el fundamento de su representación, es una mentira que al ser identificada como tal es asumida por algunos espectadores, a modo de evasión de la verdadera realidad que les atosiga.

Como podemos apreciar en toda historia aparecen siempre tres sujetos: la persona, el personaje y el espectador.

La persona es lo auténtico, lo genuino, en donde el personaje está desnudo, sin careta y sin palabra. Ella y su representación se autoidentifican en su cruda mismidad; no hay engaño: para bien y para mal son lo mismo.

El personaje es la persona que se despega de la realidad creando una realidad de ficción y, por tanto, una realidad de mentira, que es la verdad de esa irrealidad. Incluso cuando el personaje es un personaje redondo. Incluso cuando la representación nos haya impactado como si fuese la propia realidad.

El espectador es como la conciencia de la representación, es el crítico, el que se identifica en mayor o menor medida con el personaje de la obra. El espectador siempre al final elige ser persona o personaje.

Si, como bien se dice, la realidad siempre supera a la ficción, he de acabar diciendo que esta realidad que estamos viviendo está siendo tratada como ficción por personajes más bien planos, pues el relato y la representación están llenos de personajes con muchas caretas y muchas palabras huecas, aunque para mí lo peor es que ya ni les hace falta la careta. El personaje ha suplantado a la persona. El personaje también finalmente ha salido del armario.

Podría acabar esta reflexión con la explicitación de los personajes centrales de este drama que estamos viviendo, y muy en especial en nuestra casa, pero creo que usted, querido lector, ya los tiene bien identificados.