El filho-da-puta virus burgués - Carlos Díaz

Tengo gran amor por la historia de las clases trabajadoras, sobre la cual –como era de temer– he escrito lo que no está escrito, gruesos volúmenes que son como las venas de mi sistema circulatorio. Históricamente la burguesía va unida a la propiedad privada de los medios de producción, a diferencia del proletariado que solamente posee su propia fuerza de trabajo. Por tanto, y sin ánimo de ofender, la burguesía y sus apologetas acumulan su riqueza a costa de la debida a los trabajadores.

Según los actuales burgueses eso ya pasó, pero la realidad dice que muchos trabajadores siguen siendo tanto más pobres cuanto más trabajan, son pobres por no ser más que trabajadores. A la burguesía hoy estratificada, aunque ya no forma un bloque, pertenecen banqueros, políticos, funcionarios, ejecutivos de alto standing, especuladores, etc. Lo peor es que el virus burgués se ha metido en los pulmones sociales y su contagio es letal e interminable. Con honrosas excepciones, hasta los pobres quieren hoy ser ricos de la única forma que ello es posible, que no es precisamente trabajando, sino empobreciendo. Hoy todos respiramos y tosemos parecidos virus burgueses, aunque tengamos la boca tapada, de ahí la derrota del proletariado, palabra que ya nadie quiere ver ni en pintura, olvidadas las causas de las grandes penas y penosidades de los explotados, frente al jolgorio y las risitas de los cabezas de chorlito cuyo lema es: yo nada vi, yo nada oí, yo nada puedo hacer. Pero sí, Borjamari burgués, tú la mamaste, tú la mataste, Burt Lancaster.

Doy por consabido que los burgueses comulgan… con ruedas de molino, y que mi excomunión la tengo asegurada, hágase según su santa voluntad, pero yo también tengo mis libros sagrados, y en ellos –no pocos– leo lo siguiente: «Querido Rocker: ha interpretado usted magníficamente al noble caballero de la Triste Figura, que sólo se ve tan triste porque los tristes ojos de los filisteos se han posado durante demasiado tiempo en él. Y es que los filisteos forman la gran mayoría de la humanidad sin distinción de clases. Si es que la palabra burgués encierra algún sentido, éste no se refiere ya sólo a la condición de clase, sino a determinado modo de pensar y de sentir. Es el pensamiento de las oportunidades mezquinas y de la sórdida satisfacción con lo existente, con tal que los platos en la mesa queden bien llenos y la buena digestión durante el sueño no sufra molestias. Todo aquel que considera que la tranquilidad es el primer deber cívico es un burgués, sin importar que disponga o no de bienes terrenales. La mayoría de los obreros son burgueses sin dinero. Pero lo decisivo es la alternativa: espíritu o antiespíritu. Sólo quien aspira a elevarse éticamente sobre las realidades mezquinas y desprecia el mundo de los filisteos y de los pedantes es un revolucionario auténtico como Don Quijote, para quien la acción y el pensamiento eran una misma cosa… No son las consideraciones económicas las que logran el milagro, querido Rocker, es el espíritu libertario el que anima a esta gente magnífica sin retroceder ante ningún sacrificio. La economía no puede crear ella sola este elevado espíritu; en cambio, un movimiento inspirado en la libertad y la dignidad humanas puede poner los primeros cimientos de un orden económico más justo al proclamar el trabajo cooperativo. Lo siento mucho por aquellos hoy cada día más numerosos que no encuentran más que pelos en la sopa, a los que nada gustaría tanto como escribir necrologías. No tengo paciencia con esos sapos agoreros, tampoco la tengo con los ‘pacifistas integrales’. Esos escépticos han perdido la idea, el espíritu, la voluntad. Absortos por los dólares y los centavos, alejados de todo gesto rebelde, lo están también de los problemas morales. Como dijo Kropotkin, la revolución está perdida si no alimenta, viste y aloja al pueblo humilde en un plazo de 24 horas»1.

¿A quién que haya leído y vivido a Mounier no le resultan cercanas estas convicciones, expresadas casi en los mismos términos? Emmanuel Mounier amó lo esencial del anarquismo, y por eso tuvo un alma libertaria personalista y comunitaria. Quienes a estas alturas andan contraponiendo el personalismo al personalismo comunitario tocan una partitura mutilada con un solo dedo acalambrado, están hechos de la peor madera de la burguesía.

Mi grande y admirado amigo Eduardo Costa, a quien conocí bajo pseudónimo, y que recibió palizas y maltratos de toda índole en defensa de estas ideas, con el cual pasé algunos de los mejores momentos de mi vida en Brasil, hoy el mejor librero rebelde de Lisboa (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.) con una vida austerísima como no podía ser menos, mi gran y admirado amigo portugués Eduardo Costa, que me llamaba anarquista gracias a Dios, sabe todo esto mejor que yo. Y, aunque él no lo recuerde, conservo como oro en paño un librito muy pequeño de formato y de 82 páginas que me regaló, en donde su autor, Alberto Pimenta, escribe: «O filho-da-puta nao quer sair do lugar que ocupa (a nao ser para ocupar um lugar relativamente mais-valioso), nem quer que os otros saiam do lugar que ocupan (a nao ser para ocupar um lugar relativamente menos-valioso), porque se os otros saem do lugar que ocupan, para ocupar um lugar relativamente mais-valioso , ele, filho-da-puta, perde o lugar relativamente mais-valioso que ocupa, e essa é uma das coisas que mais o preocupa… Todo o filho-da-puta é altamente cioso do prestígio da sua vida particular, tem sempre um motivo público para os seus actos particulares e um motivo particular para os seus actos públicos… Todo leva a crer que ser filho-da-puta nao é soluçao, mas necessidade, fazem o que fazen, ou nao fazem o que nao fazen, movidos pela mesma sordidez. Ele, o filho-da-puta, levanta-se e veste a ropa que tem na gaveta, porque tem sempre alguém que lhe poe a ropa lavada na gaveta, e vai tomar o cafe, porque tem sempre alguém que le traz o jornal. Isto nao quer dizer que entre quem lava a ropa e traz o jornal do filho-da-puta nao haia tambén filhos-da-puta; é evidente que os há, só que nao o podem ser integralmente»2.

Lamento no saber poner los acentos portugueses con mi computadora, pero prefiero dejar el texto en portugués, porque en español sonaría peor.

1 Nettlau, M: Breve historia de la anarquía. Ed. Cenit, Toulouse, s/f, pp. 125-128.

2 Pimenta, A: Discursos sobre o filho-da-puta. Cente lha, Coimbra, 1987, pp. 25 ss.