Chateopatía - Carlos Díaz

Sabrán ustedes, porque se ha convertido en la comidilla de todos los chats, que a la poderosa Rosa María Mateo, presidenta de Radio Televisión Española, se le escapó en el Senado el día 26/05/2020 el gazapo «Radio Televisión Espantosa», supongo que para referirse a la Radio Televisión Española que ella lidera a su manera, aunque inmediatamente carraspeó y siguió adelante como si tal cosa, ay, si Don Sigmund levantara la cabeza… Pero yo no estoy aquí para cultivar la gordofobia, es decir, el horror a quienes me caen gordos, porque además lanzaría piedras contra mi pobre tejado.

Lo que hoy vengo a decirles es que no he chateado ni una sola vez en mi vida. Mis chats nunca existieron; ni siquiera cuando chatear consistía trasantaño en irse a tomar unos vinitos, chatos porque eran cortos. No recuerdo haber entrado nunca a ningún bar hasta los diecinueve años, y la primera cerveza me la tomé con mi padre en un local público, lo cual significó para mí una experiencia fantástica. Y si tal me ocurría entonces, mucho menos me entrego ahora a ese frenético chateo o choteo con manos nerviosas, que tanta pérdida de identidad y tanta dependencia conlleva, más que el alcohol. Chatea quien necesita comunicarse, pero compulsivamente, por lo cual ya no chatea, ha devenido un adicto, un chateópta.

No chateo por dos razones, la primera porque no tengo teléfono, y la segunda sobra. Pero tengo amigos que están por encima de esa dependencia, y que de vez en cuando enriquecen mi conocimiento por mail. Citaré sólo un ejemplo. Si ustedes recuerdan, mi columna de ayer en esta misma página se llamaba Multituli, pues bien, pocas horas después recibí desde Perú el correo de mi doctísimo amigo José Benito donde me decía: «En el año 8 después de Cristo el poeta Ovidio fue desterrado de Roma a un lejano territorio ubicado en las orillas del Mar Negro, cercano a la actual Constanza. Durante aquel exilio escribiría Las TristezasTristia, centradas en los sentimientos del poeta sobre el exilio. En una de sus líneas pueden encontrarse las palabras latinas multa tuli, que en conjunto significan mucho sufrí. Por ello, no en vano Luis Antonio Eguiguren Escudero utilizaría estas palabras como su pseudónimo. Nacido el 21 de julio de 1887 en el seno de una tradicional familia piurana, Luis Antonio pasó su infancia en su natal Piura y años más tarde sería Presidente Constitucional del Perú, cargo en el cual duró solamente un año para exiliarse luego a Chile. Tras muchos duros golpes, Eguiguren llegó a darse a conocer como Multatuli, falleciendo a menos de un mes de haber cumplido 80 años. Desde entonces, cada 21 de julio, celebra Perú el día del humanista en honor a don Luis Antonio Eguiguren Escudero».

En este mundo el humanista militante, según parece, no puede otra cosa que multatulir, pues ha llegado a ser la piedra de escándalo contra la cual se arrojan los pedruscos de inhumanidad. En cualquier caso, contra los chateópatas, no se me ocurre remedio mejor que cultivar el jardín, según reza un excelente libro que hace un rato acabo de leer: «El jardinero se hunde cada vez más profundamente en esta pasión nueva, alimentada por los éxitos y sobreexcitada por los fracasos posteriores»1. En efecto, «hay que preparar bien el terreno, y profundamente; es necesario que sea fértil y permeable, ni ácido ni graso, ni pesado ni estéril; luego hay que nivelarlo bien, para que sea como una tabla. Entonces el jardinero siembra semillas de hierba y pasa cuidadosamente el rodillo por el suelo; después lo siembra todos los días y, cuando la hierba ha crecido, la siega una vez por semana; barre la hierba segada con una escoba y pasa el rodillo por la hierba; hay que regarla dodos los días, humedecerla, mojarla o remojarla, y cuando haya hecho esto durante trescientos años, tendrá un césped hermoso. Quizá no estéis obligados a cultivarlo todo, aunque valga la pena hacerlo; pero tendréis que daros prisa y no perder ni un solo día si queréis hacer todo lo que hay que hacer en ese tiempo. Debéis terminar lo que acometisteis, es un deber para con vuestro jardín. No os daré ninguna receta para ello: a vosotros os corresponde buscar y perseverar. Los jardineros vivimos en cierto modo adelantados con respecto al presente: cuando nuestras rosas florecen, pensamos que florecerán aún mejor el año que viene, y que dentro de unos diez años este pino será un árbol. ¡Ojalá tuviera diez años más! Ya querría ver cómo serán estos pequeños abedules dentro de cincuenta años. Lo verdadero y lo bello están delante de nosotros. Cada año aporta más crecimiento y belleza. Alabado sea Dios, pronto tendremos un año más»2.

1 Capek, K: El año del jardinero. Olañeta Editor, Palma de Mallorca, 2013, p. 16.

2 Ibi, pp. 205-206.