Pentecostés 2020 - Francisco Cano

Hermanos: estamos en la fiesta gozosa de Pentecostés que aleja todos los miedos y nos lanza libres de egoísmos a la realidad humana previamente asumida. No hay lugar para los calculadores, mediocres y para los que no creen que el Espíritu siempre se sale con la suya, siguen ‘encerrados en sus ideas’, en sus cálculos, en su futuro, en una palabra: no se fían. ¿De quién? De los hermanos que Dios les ha dado, olvidando que es Jesús quien nos ha dado su Espíritu, que nos ha hecho hijos y hermanos.

Es la fiesta de Pentecostés. Hoy nos reunimos para pedir al Espíritu que reavive la misión, la misma que el Espíritu encarga a los apóstoles encerrados por miedo, amenazados por el fracaso según lo humano, pero ni fue, ni es así. La novedad y frescura de Pentecostés es la novedad y frescura de la misión de la Iglesia. Una misión que se hace desde la alegría. ¡Cristo vive para siempre!

La primera constatación es que estamos necesitados de Espíritu, para que a unos nos saque de la frialdad y nos dé fuego que arda en nuestros corazones, otros necesitarán esperanza y todos fe. ¿A nosotros qué nos falta? ¿Qué necesitamos que nos regale el Espíritu? Fe.

Hay algo que manifiesta que la fe se está perdiendo o está perdida: lo que no se puede practicar, ni es verdadero ni es justo. Es así que la comunidad cristiana es una utopía irrealizable, luego se abandona. Esta afirmación no tiene en cuenta la diferencia que hay entre ‘mente que hay que purificar’ y ‘mente espiritual’, la distinción entre hombre viejo y hombre nuevo (converso) y, sobre todo, no tiene en cuenta ni la gracia ni quién es el protagonista: el Espíritu. No es más que la aparición de un inevitable dualismo que va tomando fuerza en la medida en que la fe se ha reducido a un mundo intelectual psicológico.

Pentecostés nos saca de nosotros para poner en el centro la fe cristiana: «Recibid el Espíritu Santo». Cristo viene a nosotros por medio del Espíritu Santo. Su cuerpo eclesial es Sôma Pneumatikós, el cuerpo pneumatizado, en el que la vida para la muerte se transforma en vida para el Espíritu. Cristo ha hecho a la criatura capaz de ser por él ‘pneumatófera’, portadora de su Espíritu. El cuerpo eclesial, como el de Cristo, está ungido, por esto los miembros de este cuerpo, llegan a ser otros cristos salvados-salvadores, puestos aparte para trabajar en la salvación del mundo. Somos otros cristos y formamos con Él un solo cuerpo.

Quien no cree en la Iglesia, su Cuerpo, peca contra el Espíritu. Porque Cristo está en el cuerpo eclesial, de la misma manera que el Espíritu está desde toda la eternidad en el Hijo. A la Iglesia se pertenece, sí, por el bautismo, pero el bautismo nos vinculó a una comunidad concreta, y sin esta pertenencia mi seguimiento a Cristo al margen de su cuerpo, que es la Iglesia, no es posible. La ausencia de esta fe viva sabemos lo que produce: una fe cansada, adormecida, débil, empobrecida. En la confirmación nos impusieron las manos, con estas palabras: «accipe Spiritum Sanctum ad robur» –recibe el Espíritu Santo para que te fortalezca–. La expresión latina tiene más fuerza.

Cuando no acepto esta realidad en mí, y la contradicción crece, para salir airoso echo la culpa a los que forman la Iglesia, la comunidad, para decir que me voy porque la Iglesia, la comunidad a la que pertenezco y estoy llamado a construir con la fuerza del Espíritu, no es ejemplo. ¿Tengo presente que es el Espíritu Santo el que guía a la Iglesia, que la Iglesia es obra del Espíritu? Y por tanto, ¿tengo presente que es Él el que guía mis decisiones, mi visión sobre la realidad?

Seamos honrados. La fe mueve montañas, pero si no tengo fe, no muevo nada, no movemos nada, y hasta nosotros estamos parados, algunos de larga duración… La prueba es clara: la fe es fuerza para las decisiones, luz para la vida en los momentos de oscuridad. ¡Acuérdate del amor primero!

Pidamos al Espíritu que nos conceda el don de la fe, fe en la vocación recibida, fe en la comunidad, fe en los hermanos, fe en lo que hacemos y hacen los demás, fe en que es Él quien guía la Iglesia, fe en que los frutos se los ha reservado él. Fe. Fe, y entonces, y sólo entonces, moveré, moveremos montañas como el Espíritu sugiera. Amén.