Tomar por ahí unas copas - Carlos Díaz

Para viajar hoy no hace falta llenar de provisiones y de víveres las naos y embarcarse con rumbo incierto en viajes interminables y llenos de peligros, como Magallanes y otros grandes marinos; ni siquiera llevar más baúles que la Piquer, pues todavía abundan las gentes que no saben salir de casa a no ser cargadas de accesorios como un mulo. Hoy viajar resulta verdaderamente muy fácil, basta tan sólo con ir a una agencia y recibir un itinerario perfectamente diseñado en todos sus detalles para usted. De tal modo, queda asegurado que le traerán y le llevarán ‘personalizadamente’ desparasitado y atadito con el dogal, y ¡que comience la excitante aventura!, todo lo cual prueba que ir más lejos no es ir más allá.

Mi amigo Víctor García, conocido en las filas libertarias como El Marco Polo de la Anarquía, después de la lucha clandestina contra el régimen de Franco, la fuga del tren que le llevaba a Auschwitz, los campos de concentración y el exilio, decidió recorrer el mundo entero porque ya no le quedaba otro medio de hacer la paz y de hermanar con todos los seres humanos. Aunque no era universitario, ni siquiera pasó de la escuela primaria, aprendió multitud de idiomas por empatía y se hizo uno más entre los extraños, todo eso a veces a pie, otras veces en bicicleta, otras en coche o camión, otras en tren, y otras por avión, pagándoselo todo con el trabajo de sus hábiles manos en los países por donde iba pasando durante varios años, de todo lo cual ha dejado testimonios en sus mágicos libros editados en los años sesenta. Ni que decir tiene que nunca le hizo ascos a lo que comen las gentes por esos mundos de Dios, y –al menos para mí– constituía una auténtica delicia oírle contar las cosas que hubo de comer para no desairar.

Sin embargo, aquel minoritario turismo no era en el fondo tan distinto del actual en que las masas arrasan con todo parterre que encuentran a su paso, porque donde no hay mata no hay patata, he aquí el relato: «Parece como si el espíritu de observación hubiera involucionado en proporción inversa a la rapidez con que el ser humano se desplaza. Dar la vuelta al mundo no significa haber visto el Mundo. Continuamente las agencias de viaje y turismo organizan cruceros que circunnavegan la Tierra y son miles los turistas que cada año se dejan llevar por estas ciudades flotantes que les permiten con el menor de los esfuerzos alcanzar todos los puertos del mundo. De la misma manera que León Felipe dice que “para enterrar un muerto todo el mundo sirve, todo el mundo menos un sepulturero”, igualmente para andar por el mundo sirven todos los humanos que no sean turistas.

»Recuerdo diferentes encuentros con turistas, la mayoría de las veces americanos, que me amargaron la jornada. Un tal Morrison y señora, en el barco que me llevaba de Yokohama a Hong Kong, me afirmaron muy enfáticamente que lo más importante de Kyoto fue el barman japonés del Kyoto Palace por la técnica con que preparaba los cocktails. Kyoto, la ciudad que fuera capital del Japón por mil años, abarrotada de templos y palacios, no provocaba en los Morrison otra asociación de ideas que la de un camarero de hotel. Además, los turistas son la causa de que muchas veces no podamos admirar las bellezas naturales. Muchos turistas son gente ya caduca, viejos de físico y de espíritu que precisan de medios mecánicos y confort a mansalva para llegar a aquellos tesoros que la naturaleza y las generaciones pasadas nos legaran. Debidos a ello hemos de resignarnos a presenciar la silueta moderna de un hotel en medio de las ruinas de Palmira, o la antiestética caja de un ascensor en el castillo medieval de Osaka y, cuando no, un convoy de angarillas cargando el artritismo, la gota y la obesidad de quienes amargan con sus dolencias ‘civilizadas’ toda la belleza encerrada en la agreste roca de Sigirya o en las puestas de sol de Luxor.

»Por lo demás, es impresionante verlos en rebaño siguiendo a un guía que sólo piensa en terminar pronto y limosnear permanentemente. Lanza exclamaciones todas las veces que el guía dice con expresión huera que se trata de one of the most important monuments. La expresión de su rostro cambiará, sus ojos brillarán, y habrá calor en sus palabras cuando hayan regresado a sus lares. Por eso, para recorrer el Mundo es necesario discrepar de los programas turísticos y proceder de acuerdo con el propio temperamento. La mayor satisfacción que siente uno al terminar la jornada, físicamente agotado y deseoso del merecido descanso, es el haber realizado sin la ayuda del guía profesional, ni la compañía disonante y heterogénea que integra la grey turística. Y, por encima de todo esto, el haber podido penetrar en la simpatía de los habitantes, franqueando así esta membranza aislante que en todas partes marca el deslinde de dos mundos: el del turista artificial, frío y superficial, por un lado, y el del hombre del pueblo genuino, cálido e intenso, por el otro»1. Estas palabras de un gran viajero y mitad de mi alma tienen cada vez más actualidad, pero también cada vez más extensión, pues hoy se puede aplicar a todo, en la medida en que la antropología y la pedagogía de nuestros días han claudicado bajo el lema tomar por ahí unas copas. A tomar por… ahí unas copas.

Hace todavía unos meses, a la hora de comenzar mi encuentro sobre logoterapia, pregunté –como suelo– a mis alumnas y alumnos de aquel grupo qué esperaban del curso, y una de ellas me respondió sin inmutarse: Venimos aquí a que nos diviertas. No me extrañó mucho, porque esa respuesta la llevaba en la cara antes de abrir la boca. Por eso hoy, en casi todos los auditorios que aún me quedan, me veo obligado a hacer una fase previa de calistenia, lo que taurinamente se llamaría faena de aliño, antes de que llegue la sangre al ruedo. Ya tan sólo me conformo con calentar un poco aquel mármol que me llegó frío y estereotipado, aunque cada vez me cuesta más trabajo darle el golpe con el cincel para decirle: ¡Pero habla!

Será tal vez por eso por lo que, pese a la edad y los kilos, cada vez quiero viajar más y más de verdad, teniendo siempre en el recuerdo a Emerson: tres deseos hay que jamás serán satisfechos: el del rico que siempre desea más, el del enfermo que siempre desea algo diferente, y el del viajero, que dice: a cualquier parte menos aquí. Lo que ocurre es que uno se va de aquí a cualquier parte y sigue aquí, pues en todas partes cuecen aquís a cualquier hora del día o de la noche.

Visto lo visto, yo pediría a la gente tan sólo que, al menos, no contaminen más todavía cuando viajen, aunque ¿quién le pondrá el cascabel al ser humano, entre el rey de copas y el rey de bastos presidido por el rey de espadas y ausente cualquier vestigio de rey de oros?

1 García, V: Coordenadas andariegas. Editores Mexicanos Unidos, México, 1964, pp. 7-9.