Del Yo soy al Tú eres - Pedro Zabala

Del biblista Xabier Pikaza leí hace poco una reflexión de enorme calado teológico y antropológico. Para él, el paso del Antiguo Testamento al Nuevo puede centrarse en el cambio del Yo soy –Yo soy el que soy– al Tú eres –Tú eres mi Hijo amado–, palabras escuchadas en el Jordán, cuando el bautismo de Jesús.

El ‘Tú eres’ consagra al Maestro de Nazaret como Hijo del Dios eterno. Pero a través de Él se dirige también a cada uno de los seres humanos, convirtiéndonos en hijos de un mismo Padre y, por tanto, en hermanos.

A través de los encuentros que vamos teniendo en la vida con diversos tús, vamos construyendo nuestro yo, nuestra personalidad. El ser aislado, mito del individualismo liberal, es falso. Es la cooperación y no la lucha competitiva la que permite el avance de la humanidad. Cuando prevalece la competición es cuando retrocedemos y, si la lucha se torna despiadada, recaemos en la bestialidad.

También es cierto para la reflexión teológica. La distinción premoderna entre lo natural y lo sobrenatural es meramente conceptual. Todo es gracia, que decía Bernanos. El otro, el tú lejano o próximo, es para mí un hermano pues, como dice la fe, somos hijos de un mismo Padre.

Mi hermano es para mí sacramento donde se manifiesta si de verdad amo. Y la comunidad de seguidores de Jesús, la Iglesia, si seguimos su mandato, ha de ser una fraternidad de iguales. Dentro de ella, a nadie hemos de llamar maestro o padre. Todos –cualquiera que sea el origen étnico, hombre o mujer– somos sacerdotes, pastores y reyes, iguales con un único Señor y servidores unos de otros, dentro de la variedad de carismas.

Pero esa fraternidad originaria se rompió al copiar la estructura del poder pagano. ¿No es ese el pecado original de esta iglesia piramidal y patriarcal?

¿No ha llegado la hora de volver al origen: a los tús, hermanos, hijos de un Abbá, que, alentados por su Espíritu, caminan alegres ofreciendo un Mensaje de amor y esperanza?