Los males de la patria, que son los míos propios - Carlos Díaz

El regeneracionista Lucas Mallada escribió un espléndido libro, Los males de la patria. Ah, dirán algunos, ¿acaso no pasó ese atraso histórico, sobre todo ahora que tenemos la mejor medicina del mundo, una deuda del copón, un batallón de féminas ginecocráticas ardientes y otro de legionarios y legionarias que con orgullo y fiereza mayores que los Tercios de Flandes tremolan la bandera nacional, e incluso, para que nada falte, nihilismo de litrona? Pues ustedes perdonen, pero a don Mariano José de Larra, pobrecito escritor, y a este humilde servidor, nos parecen que la patria sigue en peligro.

En efecto, lo último y más profundo de lo que saben individuos y pueblos es la filosofía, y no lo digo por ser filósofo, ni por gremialismo. La filosofía ni siquiera es sabiduría; todas las sabidurías lo son menos la filosofía, pero todas desembocan en ella, que sólo es amor a la sabiduría. Lo que en última instancia son pueblos e individuos se lo da su amor por la verdad.

Pero el problema de España es que, según el Hegel francés Victor Delbos, para conocer la totalidad de la filosofía hay que poseer todas las lenguas, tal vez con excepción del español, pour connaître la totalité de la philosophie, il est nécessaire de posséder toutes les langues, sauf toutefois l’espagnol. En realidad, «por doloroso que sea confesarlo, si en la historia literaria de Europa suponemos mucho los españoles, en la historia científica no somos nada, y esa historia puede escribirse cumplidamente sin que en ella suenen otros nombres españoles que los de los heroicos marinos que descubrieron las Américas y dieron por vez primera la vuelta al mundo. No tenemos ni un solo matemático, físico ni naturalista que merezca colocarse al lado de las grandes figuras de la ciencia; y, por lo que hace a los filósofos, es indudable que, en cuanto a historias de la filosofía, puede suprimirse sin grave menoscabo el capítulo referente a España. ¿Débese esto a nuestro espíritu nacional, más fecundo en místicos y soñadores que en pensadores reflexivos e independientes?»1. Débese, sobre todo, a que España tiene mucha costa, mucha playa, mucho chiringuito, mucho desgobierno, y mucho vago: cero en filosofía.

En el ‘Estado español’, o en ‘este país’, como farfullan los nacio/onanistas, sólo hubo filosofía escolástica. Luego, y como versos sueltos, Unamuno, Ortega y Zubiri, ninguno de ellos de talla europea, aunque esto lo nieguen sus monagos. Sin embargo, Ildefonso Murillo, claretiano y profesor en una universidad eclesiástica, santo varón y buen amigo, aprovechando que me disgusta la filosofía escolástica, como yo mismo confieso, me recomienda (supongo que para mejor filosofar) en su recensión de mis Memorias de un escritor transfronterizo que «quizás le ayudaran a familiarizarse con la metafísica la lectura de algunos pensadores escolásticos como Tomás de Aquino, Juan Duns Escoto y Francisco Suárez. Creo que no le vendría mal dedicar algún tiempo la investigación del pensamiento teológico-metafísico de la Edad Media»2. Como si en la metafísica de estos venerables medievales estuviera la piedra filosofal, y como si yo fuera un acólito apenas tonsurado, se me recomienda volver a Maritain, santo Tomás, y a san Karol Wojtyla, porque después de ellos no se ha dicho nada serio todavía. Ildefonso Murillo es mi amigo, y verdaderamente una de las mejores personas que conozco, por lo cual no dudo de su buena intención, pero me parece cruel que para mejorar mi maduración filosófica me recomiende la escolástica medieval, cuando, a mi provecta edad, ya no me queda tiempo para sudar la camiseta de la metafísica escolástica medieval, después de haber estudiado a Kant, a Hegel, a Husserl (la mía fue la segunda tesis doctoral que sobre este autor se defendió en España), y a otros que afortunadamente son hoy conocidos en España por mi mediación, por ejemplo a Jean Luc Marion. Por lo demás, estoy saturado de la metafísica escolástica (¡fui a mis veintiún años profesor ayudante de Metafísica con la gran figura de entonces, Sergio Rábade!), aunque sólo sea porque para aprobar la asignatura de Lógica se nos obligaba a examinarnos del texto latino del escolástico Padre Gredt, lo cual agradezco, pues ello me permitió hablar latín mejor que los seminaristas que decían caballus en lugar de equus. Esto ocurría en aquella universidad paupérrima de principios de los sesenta que hasta hace poco se llamó universidad central, antes de arrebatarle su nombre a la universidad complutense de Alcalá de Henares.

Yo he querido engrandecer la cultura filosófica de España en cantidad y calidad, no a costa de la metafísica escolástica, sino con ella y más allá de ella, porque la nueva camada de filósofos españoles que supuestamente iba a superar la denostada escolástica fue la de ignorantes, y pongo ad nauseam como prototipo a Savater, que fue mi alumno, a quien deseo toda la fama posible, a él y a su banda, como así lo escribí3 sin réplica de ninguno de los aludidos.

Tampoco soy antiespañol, querido Ildefonso, porque me haya ido mal en España, yo a mi trabajo he acudido, con mi dinero pagado el pan que me alimenta y el lecho en donde yago a cuerpo limpio. Otra cosa es que a ti te gusten más otros discursos, a lo que tienes todo el derecho. Dices: «Sobre España (Carlos Díaz) afirma rotundamente: “con insuperable celeridad taquistoscópica y sin conocer el mundo clásico, España ha pasado en una sola generación, cual galgo tras caza, del Medioevo a la modernidad, y de esta a la posmodernidad, una ontogénesis que es a la vez filogénesis, ha condensado en poco más de medio siglo la historia entera de la humanidad”. Su afirmación no me parece justa ni verdadera ni es justa ni es verdadera Lo que sucede es que su experiencia de la España del siglo XX y principios del siglo XXI es desoladora»4.

Querido Ildefonso, mi afirmación puede que no sea justa, y sólo te bastaría con demostrarlo; pero que mi experiencia sea falsa sólo puede ser verdadera después de haber demostrado que tu experiencia es verdadera. Lo que ocurre es que tú eres un monje claretiano que ya de mayor fuiste profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca dependiente de Roma, y yo un profesional de la filosofía en la enseñanza pública, donde padecí la policía franquista y el precio de la lucha social por una España más culta, más filosófica en una palabra. ¿Convierte eso a mi experiencia en falsa?

Ay, los males de la patria que tu crítica reproduce. Y sin embargo llevas razón: yo formo parte de los males de España, a pesar de haber pasado toda la vida luchando por y contra ella. Qué vergüenza para ella y qué vergüenza para mí.

1Revilla, M. de la: Causa de la precipitada decadencia y total ruina de la literatura nacional bajo los últimos reinados de la casa de Austria. Madrid, 1876.

2 Murillo, I: Diálogo Filosófico, Madrid, enero-abril, 1220.

3 Díaz, C: La última filosofía española. Una crisis críticamente expuesta. Prólogo de Juan Luis Ruiz de la Peña. Ed. Cincel, Madrid.

4 Murillo, I: Ibi, p. 126.