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Desarmados ante la gran pandemia futura - Luis Ferreiro

Como todo el mundo sabe, la ciudad de S. Francisco se halla situada encima de la falla de San Andrés, uno de los accidentes geológicos más conocidos como generador de seísmos. Por eso, los científicos esperan que tarde o temprano se producirá un terremoto de potencia excepcional, de grado mayor que 8, duración de varios minutos y un tsunami adicional. La población lo tiene asumido y lo llama the Big One (el Grande). Puede ser el siglo que viene y también pasado mañana.

¿Qué decir de la pandemia actual por comparación? ¿Es la Big One de las epidemias? ¿Es la peor que se podía esperar? Rotundamente no, en absoluto.

Por comparación con las grandes epidemias del pasado, la actual apenas sería lo que una réplica a un gran terremoto. Por comparación a lo que esperan muchos especialistas, sólo un simulacro del futuro, pero lo suficientemente grave para aprender a evitar lo que puede venir y, según algunos, vendrá inexorablemente, aunque no sepamos cuándo ni qué patógeno será.

Enfermedades nuevas y mortíferas están apareciendo a un ritmo de más de dos por década. Imagine el lector que viaja en el tiempo para instalarse en el año 1970 y anunciar a todo el mundo que iban a aparecer una serie de epidemias. Anunciaría algunas por orden de aparición e identificación: hepatitis A (1973), zika (1974), legionella (1976), ébola (1976), SIDA (1983), hendra (1994), nihpa (1997), SARS (2003), gripe A (2009), SROM (2012), coronavirus (2020). En ese momento lo habrían tenido por loco. Sin embargo, quién lo hubiera anunciado sería aclamado hoy como profeta.

Aun así, un epidemiólogo consciente de las amenazas invisibles que nos acechan puede ser tomado por un predicador apocalíptico o un profeta fanático cuando anuncia una plaga Big One. Y, sin embargo, es mera ciencia.

Que un virus reúna alta capacidad de contagio y alta letalidad es infrecuente pero no imposible. Es un mecanismo como el de una lotería, si compramos dos números por década, tarde o temprano aparecerá un agente patógeno que abarcará una extensión desmesurada y apuntará a la extinción de la humanidad. La magnitud del peligro sólo es comparable con la ignorancia e inconsciencia que tenemos sobre él. Vivimos literalmente sentados sobre un barril de pólvora sin saberlo.

Los estudios sobre seguridad plantean que los cuatro únicos sucesos que pueden afectar a la totalidad del planeta son: 1) la guerra termonuclear total, 2) el choque de un asteroide con la Tierra, 3) el cambio climático global, y, 4) una enfermedad infecciosa contagiosa y letal.

De todos ellos el más probable es una pandemia, por eso, aunque parezca extraño tiene razón el economista y exsecretario del Tesoro de USA, Larry Summers: «el coste estimado que tendrán las pandemias y epidemias para la humanidad en el próximo siglo [XXI], suponiendo que la tónica actual no varía, estaría en el mismo amplio espectro, entre un factor de dos o tres, que el coste estimado del cambio climático. Y estoy atónito por la poca atención que se le dedica a este tema comparado con el cambio climático» (aclaremos que Summers no es ‘negacionista’. Cf. M. Osterholm, La amenaza más letal, p. 322). Esto significa que la lucha contra las enfermedades infecciosas está recibiendo mucha menos atención de lo que merece como amenaza cierta y estremecedora. No hay proporción entre la objetividad y magnitud del peligro y la intensidad de los sentimientos correspondientes.

Todo ello es consecuencia de la dinámica de la naturaleza. Pero no solo, porque la forma en que hemos forzado a la naturaleza es lo que ha dado lugar a saltos de virus de unas especies a otras hasta llegar al hombre. Son las zoonosis, que constituyen la mayor parte de las nuevas epidemias, cuyas causas, entre otras, están en la agresión a los sistemas ecológicos y en la ganadería intensiva moderna. Son efectos secundarios no buscados, pero, aunque da miedo nombrarlo, habrá que tener en cuenta la posibilidad del bioterrorismo intencionado.

Aún más miedo da pensar que no estamos preparados. Ni las sociedades ni los gobiernos han sido conscientes del peligro, por eso cuando lo han tenido encima ya era tarde. Hemos tenido la suerte de que la pandemia actual no era la Big One, porque de haberlo sido los muertos serían millones.

Cuando todo pase nos creeremos otra vez seguros y olvidaremos que lo ocurrido puede tener una edición corregida y aumentada. Pero independientemente de nuestros sentimientos y de nuestra percepción del riesgo el peligro seguirá agazapado en la invisibilidad del inframundo microscópico.

¿Cómo llamaremos a la próxima pandemia? Muy pocos saben qué será, pero algunos sí y ya tienen su nombre, aunque no sus apellidos. Lo revelaremos próximamente.