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En la mecedora - Carlos Díaz

Recensión del libro de Antonio Zugasti, Manual de izquierdas para los que vivimos bien, Ed. Sonora, 2020. Ver en Agapea.

«Bueno, los que pensamos en buscar una salida sin estallar el cerebro contra el muro tenemos un problema, y es que pensamos con el estómago bastante lleno. Recuerdo las asambleas que hace cuarenta años celebrábamos los trabajadores de Iberia afiliados al Partido Comunista. Allá por los finales de los setenta, con la transición recién estrenada y las ilusiones sin el chaparrón del desencanto. Y también con la sociedad de consumo asomando por nuestros escaparates, nuestros televisores y nuestras carreteras.

»Veíamos la democracia incipiente y las recobradas libertades como el primer paso hacia la gran transformación socialista de la sociedad. Después de discutir acaloradamente sobre la mejor forma de dar este paso que nos liberaría definitivamente a los trabajadores de la explotación capitalista, terminábamos cantando con todo entusiasmo la Internacional, incluido eso de arriba parias de la tierra, en pie famélica legión.

»A continuación, muchos parias de la tierra cogíamos nuestros coches para irnos a cenar tranquilamente, y luego un ratito sentados cómodamente en el sofá frente al televisor. A no ser que alguno prefiriera pasar por el bar a tomarse unas cañitas antes de ir a casa. ¡Y que no se le ocurriera a nadie poner la asamblea en viernes! Porque bastantes miembros de la famélica legión se iban a pasar el fin de semana en su parcela por los alrededores de Madrid, o a su casita del pueblo. Y, claro, tenían que marcharse la tarde del viernes para aprovechar bien el fin de semana. El miércoles tampoco era buen día, que había fútbol.

»Aquí empezaba a parecerme que algo no encajaba bien. Que, por lo menos algunos ratos, entre asamblea, mitin y huelga, habría que dedicarse a repensar despacio algunas cosas. Lo que pasa es que eso de ponerse a pensar seriamente qué estamos haciendo, para qué y cómo es trabajoso y además no está en el ambiente. Por supuesto no está en el ambiente de El pensamiento único. Pero tampoco estaba en el ambiente de una izquierda tradicional, que ya tenía las respuestas perfectamente elaboradas gracias al socialismo científico. Cuando un día encontramos que esas respuestas no encajaban bien con la realidad, mucha gente de cuyo nombre no quiero acordarme consideró que era más cómodo tirarlas y buscar otras en la economía de mercado. La cosa demuestra más bien poco rigor intelectual –o mucho afán de trepar– pero la verdad es que a bastantes les ha funcionado muy bien la nueva chaqueta… ¡estamos tan a gusto sentaditos en la mecedora y con este suave vaivén!

»Además, se da entre nosotros una oculta satisfacción de nuevos ricos. Muchos mayores recuerdan los días de su infancia cuando los famosos años del hambre, en la década de los cuarenta del siglo pasado. Eso les hace sentirse todavía más a gusto en un viaje del Inserso, o sentaditos en el sofá frente a la tele, o con una cervecita y unas gambas… si el colesterol y las transaminasas se lo permiten»1. El resultado es que «con estos valores tendríamos unas personas postcapitalistas, elemento esencial y básico para construir la sociedad postcapitalista»2. Además, «es bastante fácil encontrar personas que le den valor a la moral y a la ética en su vida privada, pero en la vida pública, en la sociedad, esos valores no cuentan»3, y por eso «nuestro problema fundamental va a ser controlar esa deformación patológica del instinto de conservación que es el ansia de beneficio económico a cualquier precio»4. En suma, que «el capitalismo es la religión dominante en nuestro mundo. Ha tomado la proclama del islam: No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su profeta y la ha transformado en su primer artículo de fe: No hay más Dios que el Dinero y el Mercado es su profeta. Lo que pasa es que no es un Dios exclusivista y permite el culto a otros dioses, siempre que se mantenga la jerarquía y él sea el dios supremo»5.

Antonio Zugasti, tío de mi amigo Paco Zugasti, fue cura obrero, luego sólo obrero, «trabajando siempre por el mundo de libertad, justicia y fraternidad a que nos llama Jesús de Nazaret». En este libro dice con sencillez y profundidad lo que yo he estado deseando escuchar desde hace muchos años. Y de paso, reverdece mi necesidad de escuchar algún otro testimonio que vaya en la misma línea autocrítica por parte de los universitarios burgueses de ayer, y hoy amigos del silencio de los corderos6. Soy un poco más joven que Antonio Zugasti, y también he militado como él en la misma búsqueda de la justicia. Nunca he sido obrero, aunque como profesor he ganado poco más que un obrero cualificado, e incluso menos. Soy seguidor de Jesús de Nazareth también. Y todo mi afán ha sido matarme para que la clase obrera creciese culturalmente en la línea en que lo echa de menos Antonio Zugasti sin acritud, pero con elegancia y firmeza. Y me alegro de que siga en la brecha, a pesar de todo lo que ha caído, pues quien no conoce esa historia, origen de la actual, conoce la actual y puede elevar a la altura del ser humano propuestas de mejora.

Mi identidad cultural, sin embargo, ha sido otra. Nunca fui comunista, ni he creído en el materialismo dialéctico, ni en las verdades científicas socialistas. Viví y vivo mi ética militante desde la perspectiva anarquista clásica, aunque he procurado tender puentes con el marxismo. En cualquier caso, siempre me sentí solo porque ha faltado reflexión antropológica sobre quién es el ser humano y qué cabe esperar de él, sin pesimismo y mucho menos sin calvinismo, pero sin angelismo. La pobreza teológica y antropológica la he palpado en todos los lugares donde se olía a izquierda, moderada o supuestamente radical. No es que rechace yo «los avances que se podrían lograr mediante una colaboración entre un socialismo abierto y un cristianismo auténticamente evangélico»7, algo pretendido desde el comienzo de la transición, pues dos sistemas que no comparten una misma antropología y cuyas raíces éticas y religiosas son tan disimétricas, sólo logran alianzas momentáneas. Por eso me gustaría ahondar en este texto de Antonio Zugasti: «Nuestra pregunta, la que nos hacemos la izquierda de los países ricos, los que vivimos suficientemente bien, no puede ser ¿cómo conseguimos tener más? Nuestra pregunta tendría que ser ¿cómo conseguimos que todos los seres humanos tengamos el mínimo necesario para vivir dignamente? Y junto a esa pregunta otra fundamental: ¿cómo conseguiremos ser realmente felices con una vida austera y sencilla? En el mundo capitalista, a la irrenunciable aspiración humana a la felicidad se responde de una forma muy simplista: teniendo más, teniendo de todo».

Porque la felicidad es una utopía antropológica, que está en función de una ética de la alteridad; al final, no estamos sólo para sr felices, sino para ser dignos de la felicidad. Lo cual conlleva el reconocimiento del mal personal y social, la alegría del nosotros y del tú postconvencional, y pararse a pensar si hemos nacido para reproducir nuestro código genético entre la estratosfera y la biosfera, con muerte planetaria. Y esto no lo he visto por ahí8. De lo contrario saldremos de una mecedora para entrar en otra.

1 Zugasti, A: Manual de izquierdas para los que vivimos bien. Editorial Sonora, Madrid, 2020, pp. 101-103.

2 Ibi, p. 138.

3 Ibi, p. 143.

4 Ibi, p. 150.

5 Ibi, p. 162.

6 Por tanto, ojalá puedan ustedes hacerse con este magnífico libro de bolsillo, que he devorado en una tarde. Cómprenlo, es barato y sabio.

7 Ibi, p. 116.

8 Cfr. Díaz, C: Estos días llenos de noches. Editorial Sinergia, Guatemala, 2020; De otro modo. Editorial Sinergia, Guatemala, 2020; Derecha burra e izquierda caviar, Editorial Sinergia, Guatemala, 2020; En las cimas de la desesperación. Editorial Sinergia, Guatemala, 2020. Son mis últimos cuatro libros.

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