Artículos

¿Tiene esto remedio? - Carlos Díaz

Por no remontarnos demasiado en el tiempo, Meléndez Valdés escribió en 1790 sus Discursos forenses; Serafín Álvarez en 1873 El credo de una religión nueva; Lucas Mallada en 1890 Los males de la patria; Juan de Olavarría en 1834 una Memoria dirigida a S.M. sobre el medio de mejorar la condición física y moral del pueblo español; Tomás Giménez Valdivieso en el 1909 El atraso de España, libros publicados por la Fundación Banco Exterior al final de la década de los ochenta, y que me fueron regalados por mi querido amigo José Ángel Moreno, siempre maestro. Los autores citados podrían ser calificados de regeneracionistas, utópicos, habiendo entre ellos una mayoría de anticatólicos y una radicalidad crítica de distinto grado, aunque con la ingenuidad de dirigir sus escritos a los monarcas responsables del atraso y de la degeneración mismas. Más o menos, gente ilustrada, y algunos de ellos en el poder o en la periferia, donde las batallas son más duras que en ninguna parte.

Cierto es que la historia de España ha conocido dos épocas de auge con respecto a sus respectivos periodos anteriores, la primera con el dictador Francisco Franco, y la segunda aún mayor con el ingreso de España en la Unión Económica europea. Sin embargo, en cuanto al progreso moral y cultural de la ciudadanía, eso es farina de otra farinácea. Yo mismo, a mi aire también regeneracionista, aunque más ácrata, creo que a la gente del común las llamadas a ser simplemente buenas personas les entran por un oído y por otro les salen, vamos, que no sirven para nada, como muy bien comprendió Serafín Álvarez: «Por fortuna, no busco con este libro ni reputación literaria, ni posición política, ni dinero. Todo esto me sobraría si lo tuviera. Mi carácter y las desgracias de mi vida me alejan para siempre de esa ilusión que se llama la gloria. He escrito, porque me consolaba escribiendo. Publico ahora lo que he escrito, por si acaso pudiera tener algún valor, o aprovechar a alguien. No necesito el aprecio de mis conciudadanos, porque tengo bastante con mi aprecio propio. Me disgustaría el escándalo y el ser señalado con el dedo por haber chocado contra las creencias generales. Por esto he puesto el mayor cuidado para no herir a nadie en sus afecciones más queridas. Si aun así me veo maldito nominalmente, tendré paciencia e iré a ocultare mi oprobio en las soledades de América, en donde deseo morir»1. Cabalito, como decía mi padre, y su hijo, que soy yo, dice lo mismo: cabalito, don Serafín, el Gatopardo funciona, por eso, como ayer, «el país se encuentra en plena decadencia moral: el caciquismo, la intolerancia, el exceso de ejércitos y de armas, la incultura, la insolidaridad y la pobreza brillan por doquier». Usted, señor Álvarez, se llevó a la tumba sus denuncias, y ahí se habrán podrido con usted.

En 1817 moría exiliado en Montpellier don Juan Meléndez Valdés, no pudiendo editar todas sus obras, algo que intentó su viuda, cuya pasión por su amado Meléndez exasperaba a Leandro Fernández de Moratín: «Todo el mundo sabe que, una vez viuda, no pensó sino en la gloria de su esposo y consiguió no sin trabajo que el gobierno sufragase los gastos de edición. Doña María Andrea de Coca (la más sardesca, cavilosa, pesada, impertinente, insufrible y corrumpente vieja que he conocido jamás) está en Barcelona comiéndole los hígados a un sobrino que Dios le ha dado, cargada con los manuscritos de su marido, con los cuales se propone ganar millones. Siempre amenaza con la edición de las obras de su difunto, y como todo lo quiere imprimir serán seis tomos de buen tamaño; pero no quiere soltar un cuarto, sino hallar una persona caritativa que las anticipe los gastos y luego se los perdone para gozar en paz el rédito inocente de la prometida colección. Toda su vejez y sus maulas no han sido suficientes para convencer a ningún catalán, y ahora se propone llevar a Valencia su anatomía y ver si allí encuentra lo que busca»2. Pobre mujer, así tratan a nuestras esforzadas viudas los desvelos de sus esposos regeneracionistas. Ya se sabe que en España escribir es morir un poco y luego, apenas el esqueleto toca la tierra, pudrirse del todo.

En su Memoria dirigida a S.M. sobre el medio de mejorar la condición física y moral del pueblo español, Juan de Olavarría recomendaba a Su Majestad la reina gobernadora de España e Indias el 31 de mayo de 1834 algo que constituía la quintaesencia del regeneracionismo: «La moral es más eficaz que las leyes, porque no sólo condena lo que el legislador reprueba, sino que además impone la práctica de las buenas acciones. Sin esto, un individuo pudiera ser un buen ciudadano y un mal hombre, obedecer a las leyes y hollar la moral. La moral es, de consiguiente, más necesaria que las leyes porque con la rígida observancia de sus preceptos no habría necesidad de leyes, mientras que las mejores leyes sin moral servirían siempre de muy poco, o de nada. La moral es, pues, el complemento de la legislación como la religión lo es de la moral y las leyes. Forzoso es instruirse pronto y bien; la vida es muy corta, la mitad de ella la pasamos en el sueño; una cuarta parte en la infancia, y la cuarta resultante en atender a la subsistencia de la familia y a las dolencias inseparables de nuestra condición humana»3.

El bueno de Olavarría, que al parecer dormía bastante, se confundía, sin embargo de destinatario, porque pedir a rey, reina, presidente o presidenta de un país cualquiera que regenere lo que ellos mismos degeneran resulta bastante ingenuo: imposible que tenga voluntad de aflojar el cuello de la soga quien la anudó en el patíbulo; lo lógico sería pedir: «¡Gíreme! Por ese lado ya estoy tostado». En el poderío al uso, no es que los gobernantes sean superiores, es que los demás son inferiores, y ni siquiera conozco a ningún administrador de medio pelo que no piense con agrado: «¡Ay de mí! ¡Creo que me estoy convirtiendo en Dios!».

Todo ello convierte por lo general a los regeneracionistas en unos cañoneros cañoneados: primero, porque creen que los sermones sobre honestidad van a convertir al pueblo; segundo, porque estiman que contarán con los opresores para hacer algo bueno en favor de los oprimidos; en casa del herrero, cuchara de palo. Por carencia de realidad, o sea, por irrealistas, lo propio de los regeneracionistas es el tiempo de las mentiras en flor: cuando la sospecha de un escándalo de corrupción salpica la agencia de viajes madrileña en la que trabaja, Julia se ve obligada a elegir enfrentarse, a pesar de las consecuencias, o mirar hacia otro lado; pero ¿qué puede hacer cuando todos mienten a su alrededor y no sabe en quién confiar?4.

1 Álvarez, S: El credo de una religión nueva. Fundación Banco Exterior. Madrid, 1987, p. 16.

2 Meléndez Valdés, J: Discursos forenses. Fundación Banco Exterior. Madrid, 1986, p. 13.

3 Olavarría, J. de: Memoria dirigida a S.M. sobre el medio de mejorar la condición física y moral del pueblo español. Fundación Banco Exterior. Madrid, 1988, pp. 37-38.

4 Silvestre, Ch: El tiempo de las mentiras en flor. Ed. Sonora, Madrid, 2017. Siendo el editor una persona de toda mi estimación, y porque la obra lo merece, lean por favor esta novela. También recomiendo un ensayo de José María Benavente, ya fallecido, Crónicas increíbles. Ed. Ayuso, Madrid, 1987, especialmente el relato Se prohíbe decir la verdad. Se prohíbe decir la verdad cuando la verdad no existe, la verdad es hacerla existir.