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A Doña Sophía - Carlos Díaz

«Puesto que el estado de los príncipes es mayor que todos, puede más que todos, vale más que todos, sostiene más que todos, tiene más que todos y al fin de él procede la gobernación de todos, necesario es que la casa y la persona y aun la vida del príncipe sea ordenada y corregida más que la de todos, porque así como con una vara mide el mercader toda su ropa, así también con la vida del príncipe se mide toda la república»1.

Las cosas de antaño a veces nos parecen incurrir en contradicciones, pero si ayer cosa pública significaba pueblo, hoy, cuando se dice que la vida del príncipe mide toda la república, se incurre –ahora sí– en una contradicción performativa, pues carece de sentido que un monarca mida las hechuras de la república, o que una república rija la monarquía, ya que no vale en nuestros días el «tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando», aunque allá ellos como se lo montaran en su tálamo, pero en el caso de una república parlamentaria fáctica no puede ser que un príncipe sin fuerza ejecutiva pueda liderarla. Lo cual hace que la defensa por algunos de las monarquías republicanas no pase de parecerme cualquier cosilla menos un prodigio de inteligencia.

Eso sí, gobierne quien gobierne o desgobierne quien desgobierne, nada cambiará el mamoneo de los salones, ni el recio abolengo de nuestros velocirraptores, sean de la casta que fueren: «A los príncipes y grandes señores hémoslos de servir y no ofender, hémoslos de exhortar y no lastimar, hémoslos de rogar y no injuriar, hémoslos de corregir y no infamar. No es mi fin en este libro decir a los príncipes y grandes señores qué tales son, sino amonestarles qué tales deben ser; no decirles lo que hacen, sino avisarlos de lo que deben hacer: porque el caballero que no enmendare su vida por lo que le remuerde su conciencia, no pienso que se enmendará por lo que escribe aquí mi pluma»2. A los grandes hay que rogarles, pues suyo es el poder y la gloria de los aforados, pero jamás llevarles a los tribunales públicos y mucho menos a la cárcel pues pertenecen a la naturaleza angélica por su sangre azul y no a la roja humana: «La cosa que hace perderse a los grandes validos es poder mucho y valer mucho, y encima de esto aprovecharse, más del valer que no del saber, de la autoridad que no de la razón; porque no puede durar mucho en la privanza el hombre que hace todo lo que quiere en la república»3.

Ah, carajo. El problema básico es que los gobernantes no son entrenados para distinguir entre lo privado y lo público, de ahí que quieren robar y roben en todas y en cada una de las partes por donde pasan, pues no cabe honestidad en lo privado y deshonestidad en lo público, ni siquiera aunque se trate de un gobernante bipolar y esquizofrénico. Lástima que no se hagan test de personalidad a los aspirantes a políticos, pues quedarían descartados no pocos de ellos.

Pero también habría que hacer un test al pensamiento dominante de la agarbanzada gobernanza, pues los partidarios de sus partidos defiende a capa y espada que «no sólo no es necesario que el príncipe no sea pobre, sino que también es necesario que su república sea rica; porque, en la verdad, de ser muy pobres los pueblos nacen muchos escándalos en los vecinos, ya que al fin, estando la república rica, no puede padecer el príncipe mucha pobreza. Yo no digo que no sea muy bueno remediar a los pobres y socorrer a los necesitados, pero también digo que ninguno es obligado a dar en particular a nadie el tesoro que está guardado para la conservación del pueblo, porque muchas veces un príncipe, por ser tan largo en dar de lo suyo, la necesidad le hace después tirano en tomar lo ajeno. Hágote saber, Tiberio, que muchos príncipes, careciendo de naturaleza mala y teniendo la inclinación buena vienen a parar en tiranía no por más que haber venido a pobreza, porque a la verdad el corazón generoso a toda cosa se aventura viéndose acosado de pobreza. Y dígote más, Tiberio, que si los príncipes vienen a ser tiranos por lo mucho que les falta, no vienen a ser viciosos por lo mucho que les sobra, y en este caso los príncipes viciosos son castigados en sus mismos vicios, porque este mal tiene el regalo sobrado: que no deja tomar gusto en el deleite propio. Pues pregúntote ahora yo: ¿cuál es mejor, o por mejor decir, de estos males cuál es el menor: que el príncipe sea pobre y con esto sea tirano, o que sea rico y con esto que sea vicioso? A mi parecer más vale que sea rico y vicioso que no pobre y tirano, pues al fin con el vicio, si daña, dañará sólo a sí mismo, pero con la riqueza todo aprovechará al pueblo; pero si es pobre, con la tiranía dañará a muchos y con la pobreza no aprovecha a ninguno, porque el príncipe pobre ni puede supeditar a los ricos ni puede socorrer a los pobres. Sin comparación es más provechoso a la república y más tolerable a los hombres que el príncipe sea mal hombre, y con esto que sea un buen príncipe, que no que sea mal príncipe y que sea buen hombre, hombre porque, según dice Platón, los atenienses acertaron en buscar príncipes antes provechosos que no virtuosos, y los lacedemonios erraron en querer príncipes antes virtuosos que no provechosos»4. Majestuosa enseñanza, majestad: a lo que parece, resulta imposible ser buen hombre y buen príncipe, mejor no lo hubiera dicho ni Maquiavelo.

Recibió Tiberio todo este amonestamiento con mucha paciencia y respondió con mucha reverencia a la Emperatriz Sophía, y con estas dulces y mansas palabras diole esta respuesta: «Oído he lo que me has dicho, serenísima princesa y siempre augusta Sophía, y las amonestaciones yo las recibo y los consejos yo te los agradezco, mayormente dándolos por tan alto modo y estilo, porque muchas veces los enfermos aborrecen los manjares no porque no son buenos, sino porque vienen mal aderezados»5.

Hemos tenido un príncipe primero –luego rey excelente–, ya que sin comparación es más provechoso a la república y más tolerable a los hombres que el príncipe sea mal hombre, y con esto que sea un buen príncipe. Si luego ha sido o no un mal hombre, pelillos a la mar: robó lo que pudo, justificó su corona. Así que, del rey abajo, ninguno puede defraudarle. Adiós, Sophía, adiós, que la sabiduría siga protegiéndote para mayor amparo de los pobres del mundo.

1 Fray Antonio de Guevara: Relox de príncipes. ABL Editor, Murcia, 1994, p. 13.

2 Ibi, p. 14.

3 Ibi, p. 154.

4 Ibi, pp. 155-156.

5 Ibi, p. 157.