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Asintomático - Antonio Calvo Orcal

En el vaivén de la vida, desde que aquellos astutos griegos nos hicieron caer en la cuenta de que el ser es abismal y el hondón de las cosas no siempre se muestra en sus apariencias, unas veces, nos quedamos deslumbrados por lo que se manifiesta y, otras, nos mantenemos erguidos ante los resbalones de las superficies.

Hoy es cuestión de vida o muerte perseguir como posesos la importancia de lo que se esconde, de lo que no da la cara mientras puede estar urdiendo un destrozo en las sombras. Este ser vivo, incapaz de reproducirse y de vivir por sí mismo, establece su relación parásita y destructora, urdiendo la trama básica y primera de su daño, sin dejarse notar.

El comportamiento vírico, el de este virus cobarde y programado, aprovecha la corporeidad humana para medrar a su costa.

El hombre es cuerpo. La relación humana necesita encarnarse para ser. Si una amistad es asintomática muestra su inexistencia. El síntoma de que un hombre ama es que alguien concreto –varón o mujer– se siente querido. En el ser humano, para que pueda confiarse en él, para ser un hombre cabal y fiable, para saber a qué atenerse con él, no puede separarse pensamiento y acción. El hombre es espíritu encarnado y debe mostrarlo en sus obras.

El estar habitado por la cobardía vírica y ser consciente de ello, el hecho de que se le recuerde desde los púlpitos mediáticos decenas de veces cada día que sus abrazos dañan, que sus besos pueden ser mortales para los seres más queridos, que su amor carnal puede ser responsable de la desdicha del amado, tan deseado, ha asestado un golpe helado y humanicida a su comportamiento.

La misteriosa grandeza del ser humano consiste en la posibilidad que le concede su consciencia inteligente de poder orientar la acción y, con ella, incluso el sentimiento. Después de la sacudida del miedo que nos ha inoculado este terrible virus va a ser difícil volver a sentir la necesaria cercanía gozosamente.

Ignoro demasiadas cosas. No sé hasta dónde llega la naturaleza y hasta dónde la condición humana en toda esta pesadilla mediática y mortal que está zarandeando el mundo. El río está revuelto. Se han roto las presas, o alguien las ha roto. Los acostumbrados a edificar sus privilegios y comodidades sobre el caos, buscado o aprovechado, de las mayorías, saldrán adelante y reforzados. Quienes sobrevivan a la convulsión podrán comprobar cómo se acrecienta el poder de algunos, como se alían y negocian, como siguen mintiendo desde sus servidores, personas o medios, cómo desprecian al hombre quienes vacían de significado con sus hechos palabras sagradas: fraternidad, igualdad, libertad.

Nada nuevo bajo el sol. Quizás una manera más rápida, más eficaz, más aupada en los nuevos artilugios de la técnica. Una manera nueva de concentrar el poder en manos de menos. Siempre me ha sorprendido con qué facilidad, manejando el palo y la zanahoria, masas inmensas de personas envilecidas colaboran con quien en ese momento lidera el mal. En una circunstancia histórica en la que la humanidad se asoma a la inutilidad cada vez mayor de enormes cantidades de personas, no puedo evitar el estremecimiento, el escalofrío que recorre mi alma, al pensar lo que pueda ser de cientos de millones de comensales sobrantes, insoportables para un poder que no los necesita y que puede eliminarlos con asombrosa facilidad.

Aplastado o roto, anulado el dique de contención y de esperanzada grandeza que constituye la dignidad humana universal. Usurpado el poder, o dejado irresponsablemente, en las manos de psicópatas desorientados de su humanidad, caminamos apresuradamente hacia una humanidad vacía, que camina atontada, aturdida, hacia su aniquilación. Parece que el empobrecimiento criminal al que estamos asistiendo ni siquiera va a poder mantener la comodidad, el bien-estar. El miedo está sustituyendo al placer en la dejación del ser. La ciencia es siempre nuestra gran posibilidad. Pero, ¡triste ciencia si no es amor quien la inspira, quien la transpira, y quien en ella aspira a encarnar su verdad!

El comportamiento vírico construye los cimientos de su eficacia sin dejarse notar, parasitando. El comportamiento humano requiere presencia y figura. Un hombre no sólo debe dar la cara. Si quiere actuar su verdadero ser, sólo puede hacerlo amando. Un amor asintomático no es amor. El amor siempre es compromiso.

Samper de Calanda, a 18 de agosto, del 2020.