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Limpia, brilla y da esplendor - Carlos Díaz

Amando de Miguel, a quien leo desde tiempos muy antiguos, es un grandísimo sociolingüista. No sólo sabe mucho, ni sólo piensa bien, ni sólo divulga bien, ni sólo posee un gran sentido del humor, sino que mima el lenguaje con pudor, pues de su pluma sale siempre decencia léxica en medio de un ambiente tan cochino en cuanto se refiere a la escritura. Amando de Miguel limpia, brilla y da tanto esplendor, que me abochorna ver en los sillones de la Real Academia a personajes como –y no es el único– J-L Cebrián, y constatar al propio tiempo que el de Amando de Miguel está vacío.

Una vez me preguntó en un lacónico mail «¿Eres un autor o un equipo? Se ha planteado lo mismo con Shakespeare o Lope de Vega», pero soy yo quien le devuelve la pregunta. En este momento escribe más que yo como si tuviese que hacer méritos para ser lo que ya es, pero uno de los mejores momentos del día es cuando recibo sus artículos, cada uno de ellos. He aquí una muestra: «Un juego literario, harto repetido, es el de indagar palabras eufónicas hasta el deleite. Por ejemplo, ‘nenúfar’ o ‘crisantemo’, para situarnos en el mundo floral. Menos divertido, pero mucho más útil, es detenerse a revisar las voces archirrepetidas, que conviene evitar para no caer en el tedio. El primer lote es el de los anglicismos vulgares, que se nos cuelan por todas partes, hasta hacérnoslos odiosos. Destaco algunos, tan corrientes como abominables: ‘de alguna manera, estamos hablando, obviamente, a mi juicio, por supuesto, prerrequisitos o precondiciones’. He vivido siete años en los Estados Unidos y algunas temporadas veraniegas en Inglaterra, pero procuro evitar esos y otros anglicismos, que tanto parecen gustar a mis colegas. A los políticos menos instruidos les encanta. Un ejercicio de finura cientificista consiste en repetir la expresión trial and error, que a veces se traduce literalmente como ‘prueba y error’. Con lo fácil que sería una sola palabra equivalente en castellano: ‘tanteo’. Por una vez, el barroco castellano resulta más escueto que el inglés.

»Luego estaría también el capítulo de los idiotismos, como el ‘sí o sí’, el ‘para nada’ o el ‘etc., etc.’, un tanto pueriles. Del mismo género es la expresión ‘más mayores’, olvidando que ‘mayores’ puede ser ya un comparativo. Resulta enervante hablar de ‘los más pequeños’ para referirse a los niños. Por cierto, la voz ‘enervante’, para nuestros abuelos, era algo que aplacaba los nervios, un tranquilizante; para nosotros es todo lo contrario, un excitante.

»Añádase el repertorio de ciertas modas retóricas, que estragan de tan repetidas: ‘por activa, por pasiva y por perifrástica, complicado (para decir que algo es difícil o dificultoso), muy importante (sobre todo si no se especifica para quién o por qué), absolutamente, el conjunto de… (los españoles, las comunidades autónomas, los países europeos, etc.), más allá de… (en el sentido de ‘además’, siempre con un aire de profundidad)’»1.

La jerga de los abogados ha penetrado con ganas en el pueblo ignaro, dado el prestigio de las profesiones jurídicas. Fruto de tal admiración es el abuso, por parte del común, de ciertas expresiones retóricas de los togados, como ‘en última instancia, todos y cada uno, única y exclusivamente, a beneficio de inventario, a terceros’.

Me hago cargo de que poco va a servir el recordatorio de las palabras vitandas que acabo de transcribir; seguirán imponiéndose en el habla corriente. La lengua se halla sometida a modas y manías colectivas, difíciles de desterrar o de superar. Las palabras o expresiones muy repetidas, quizá, pierdan sentido, pero son muy útiles al facilitar el automatismo y no tener que pensar mucho. No es poca cosa en los tiempos que corren o que vuelan.

También está el oscuro temor a las etiquetas onomásticas: el español universal permite gentilicios con variaciones diferentes según el lugar que corresponda. Un ‘santiagués’ es el que se asocia con Santiago de Compostela (España), pero un ‘santiaguino’ proviene de Santiago de Chile o un ‘santiagueño’ cuando se refiere a Santiago de Cuba. ‘Isabelino’ es una etiqueta que se asocia con los reinados de distintas Isabeles de Inglaterra o de España. Espectacular.

De Jordi Llovet, otro gran tipo, rescato la dificultad de lectoescribir bien en un mundo axiológicamente tan rastrero como el presente: «Un profesor de literatura le preguntó un día a una muchacha por qué no había redactado el trabajo –‘los deberes’– que él había prescrito el día anterior. La respuesta de la muchacha fue contundente e inapelable: “Porque no me ha salido del chocho”. Ante una respuesta así, un profesor no puede hacer otra cosa –después de la carcajada general– que callar, ruborizarse de vergüenza ajena o de ira, y salir de la clase: ya os apañaréis y que Dios nos asista… Últimamente los chicos de la universidad empezaban a enseñar los calzoncillos, cosa que no me molestaba, y las chicas el ombligo, cosa que no molestaba a los chicos que enseñaban los calzoncillos»2.

Lo que ocurre es que no hay demasiados maestros capaces de educar, pero benditos los que saben hacerlo: «En clase el primer día entraba yo y les decía: “Haced el favor de levantaros, ha entrado el profesor”, como si no fuese yo mismo. Los estudiantes mostraban sorpresa, pero no quedaban paralizados, porque, de hecho, después de decirlo dos o tres veces muy seriamente, se ponían en pie, mudos y desconcertados. Entonces bastaba con explicar que se trataban en un lugar de cierta importancia, y que el profesorado era una institución que, mientras no se mostrara lo contrario, tenía el derecho de recibir una expresión de respeto por parte del alumnado. Después, a partir del segundo día, ya no era necesario decir nada más, ni tampoco que los estudiantes se levantasen: ya había quedado bastante claro quién era la autoridad y quién tenía que aceptarla: con eso bastaba. Entonces, si se actuaba con decencia, y un buen sentido pedagógico con ellos, los estudiantes se comportaban con gran formalidad durante todo el curso, planteaban las preguntas oportunas con todo el atrevimiento que es propio de los años mozos, y todo lo demás: el pacto de autoridad estaba ya establecido, y a ningún estudiante se le pasaba por la cabeza, ni remotamente, soltar una grosería si se le pedía que entregase el trabajo que uno había encargado el día anterior»3.

1 Miguel, A. de: Palabras vitandas. In Actualidad Almanzora, 24 de agosto 2020.

2 Llovet, J: Adiós a la universidad. El eclipse de las humanidades. Editorial Planeta, Barcelona, 2015, pp. 131-132

3 Ib , p. 137.