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“Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el Reino de Dios” - Francisco Cano

Hoy nos presenta la liturgia el tema del reinado de Dios, que es el centro en el mensaje de Jesús. ¿Qué pretensiones tiene Jesús con el anuncio del Reino de Dios? Presentar una religiosidad alternativa, una innovación absoluta ante la deriva en la que vivía gran parte del pueblo de Israel, y no lo hizo enseñando nuevos dogmas sino actuando, con su vida. En Él el Reino de Dios se manifiesta. Ya sabemos cómo actúa Dios en el mundo. Dios está allí donde Dios actúa, expresándose en un amor sin límites que pide de cada uno de nosotros que viva aquí y ahora en la bondad, en la tolerancia, en el respeto y en la ternura.

¿A quién le interesa hoy el cielo, el Reino de Dios? ¿Dios muestra, o no muestra, este interés, con más fuerza ante la situación de muerte en la que vivimos? Porque a Jesús le interesó la vida vivida aquí y ahora, y lo hace con la fuerza que nace, que impulsa el Reino de Dios: “Ya está entre nosotros”, y “sabed que el Reino de Dios está cerca” (Lc 21, 31). ¿A quién le interesan la muerte y la vida vividas por Dios, la donación de su Hijo como hermano universal, el Espíritu Santo derramado en nuestros corazones, la Palabra de Dios no reducible a ninguna doctrina e ideología, los signos sacramentales, el vivir que por gracia estamos salvados, la esperanza de la vida eterna? ¿Quién vive en la existencia personal las consecuencias de esta revelación del Reino de Dios?

El Reino de Dios instaura unos criterios nuevos de verdad y eficacia, de esperanza y de vida, que invitan a una conversión y la realizan. Porque una de las innovaciones que el cristianismo lleva a cabo es la asunción de la muerte: al pensarla, acogerla y celebrarla como muerte del Señor que se convierte en nuestra muerte (Cf. Sobre la Muerte, Olegario González de Cardedal). El evangelio de Mateo lo dice claramente: el pueblo de Israel, al no acoger la novedad de Jesús, la está rechazando. Sin embargo los cobradores de impuestos y las prostitutas se han abierto al mensaje de Jesús.

Estamos todos tocados por el Covid-19. Ante la posibilidad de la muerte cercana y real, el cristianismo anuncia que el hombre es capaz de Dios pero, sobre todo, dice que Dios es “capaz de hombre”, de llegar a ser, vivir y padecer como hombre. Desde que Dios en Cristo ha muerto nuestra muerte, ésta ha cambiado de naturaleza. Éste es el anuncio del Reino de Dios “aquí y ahora”.

Si reinar significa que “Dios viene con poder para salvar a su pueblo” (John Meier), este Reino de Dios se manifiesta como un amor sin límites. Dios ya está dentro del tiempo, se ha encarnado en el tiempo. Ahora hay que escoger “olvidando lo que dejamos atrás y lanzándonos a lo que está por delante” (Flp 3,13).

Jesús nos dijo adiós para encontrarle, no sólo donde él vive por siempre, sino aquí en la tierra (en los crucificados hoy por el miedo, oscuridades, tentaciones, tristezas, enfermedades y cierto olor a muerto que nos está dejando enfermos del cuerpo), mientras esperamos el encuentro definitivo con Él, porque eso es el cielo.

¿Son posibles anticipos del cielo en la tierra? Sin esta experiencia no puede haber creyentes. La noche se hace atroz sólo en proporción a la buena noticia en la que habíamos creído; creer que la vamos a suprimir suprimiéndonos a nosotros mismos sigue siendo un torpe esfuerzo por llegar al alba. Así y ahí estamos. Nos hemos quedado en la nada. Santa Teresa de Lisieux lo experimentó desde la noche y se identificó con todos los ateos del mundo: “crees que saldrás un día de las tinieblas que te rodean, avanza, avanza, gózate en la muerte que te dará lo que tú no esperas, sino una noche más profunda, la noche de la nada (Manuscritos C, 6 vº).

Si no predicamos, si nos privamos ya ahora del gozo de atisbar lo que es el Reino de Dios, si no despertamos, aunque sea de lejos, a esta sabiduría, a este gozo, es porque el anti-reino no nos parece ahora tan malo, estamos instalados a gusto en él. La muerte la recibimos estoicamente. Simone Weil dice: “El infierno es creerse erróneamente en el paraíso”. Estamos, parece, mejor en el infierno del “éxito humano”.

La causa de nuestra desesperación es esa esperanza que hay en nosotros, ese deseo de felicidad que es el que nos hace experimentar la infelicidad. ¿Por qué renunciamos a buscar el cielo y lo sustituimos por pequeñas compensaciones que terminan en el vacío? ¿Por qué nos vamos detrás de tantas palabras y palabras de charlatanes? Porque cada uno vive en su propio mundo, que es lo único que considera que vale la pena.

Lo que vale del Reino de Dios, lo que realiza el Reino de Dios, no es un cambio de lugar sino un cambio del corazón. San Juan de la Cruz hablará de atención amorosa. Por eso todo empieza a transfigurarse a nuestros ojos cuando participamos ya, en la fe, de la visión de Aquel que todo lo crea amorosamente. Por ahí se puede entender que “lo amará más aquel a quien perdonó más” (Lc 7, 41-43), como la parábola de hoy de Mateo: “En verdad os digo que los publicanos y prostitutas van por delante de vosotros en el Reino de Dios”. La razón es muy clara: los cumplidores de la ley están alejados del amor de Dios, y han puesto su confianza en sus propios méritos. Se entra en el Reino de Dios más allá del bien y del mal: “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20).

La vida eterna la hemos definido como un estado, porque el cielo no es ningún lugar: lo importante es el encuentro, no es la entrada en un algo, sino la unión con alguien. No olvidamos las palabras que el Señor dirige a Moisés: “No puede verme el hombre y seguir viviendo”, ver la faz de Dios es la vida eterna. Ver su faz es morir. Esta es la paradoja cristiana: la vida eterna ahora es mortal, destroza nuestros contentamientos, su bienaventuranza de la vida eterna no deja de destruir toda felicidad cuya medida seamos nosotros mismos… Ahora vemos en un espejo. Entonces veremos cara a cara” (1 Co 13,12). Prosôpon pros prosôpon (de persona a persona).

El amor entregado no es hoy , mañana no. Es un amor eterno que nos hace caminar. Dios nos quiere vivos, erguidos con dignidad. La misericordia del Señor, que es eterna, nos hace caminar humildes y nos enseña el camino. Seguimos a Jesús en comunidad, en la Iglesia, sin rebajar su mensaje de Cruz. Un mensaje que casi siempre choca con nuestros deseos e intereses. Trabajamos porque Dios nos trae, nos atrae y nos convence. Nos sabemos en sus manos. Llamados a participar en su viña.

A Dios lo encontramos en la bondad sin limitación alguna. Esto es lo que Jesús nos quiere decir cuando insiste tanto en la importancia del Reinado de Dios.