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Homo cagans – Carlos Díaz

Hay patriotas fetén, otros que presumen de “patriotismo crítico”, y luego algunos que tenemos cosas mejores que hacer. Así que, otra vez corriente arriba, esta vez para apartarme de la cocina que tanto apasiona al televidente, pegado como está a la pantalla para así oler incluso los guisos de los cocineros (casi nunca cocineras) omnipresentes en cualquier canal, canalillo o canalón de las televisiones europeas, y cómo no también de la española, la mejor del mundo en la sanidad y en lo que haga falta, al menos la más sabrosa, algo que nos resitúa cada vez más en la sintonía de aquel cómico personaje del TBO, Carpanta, que a falta de posibles jamones se alimentaba de olidas.

Abandonados y caducos los grandes ideales de humanidad como “el honor es la divisa de la Guardia civil”, o “por Dios, por la Patria y el Rey”,ludedo del avec Foi et Loi et Roi de la divisa francesa anterior al 1789, el nuevo destino axiológico universal de los patriotas es la cocina, una dialéctica cualitativamente regresiva que pese a todo no puede constituir un fin en sí misma, pues al como sapiens le sigue inexcusablemente el cagón sapiens en su excusado, pues es bien sabido que al comer le sigue con fuerza ejecutiva el descomer, estación terminal del cogito ergo sum, del cago-y-por-eso-existo.

Sabiamente lo anticipó en su día el materialismo dialéctico, cuya tesis tercera sobre la “causalidad circular” (lo siento por la rima) no solamente permitía la carga energética elevadora tras llenar el buche, sino que además facultaba al descagado para volver a las copiosas ingestas y así para a su vez volver a cagar, hasta que el cuerpo aguante, del vomitorium al venereum, algo sumamente definitorio de los griegos y de los romanos acaudalados, que además presumían de filósofos, es decir, de tener tiempo para sus célebres simposios, en los cuales sólo una delgada arista, a veces imperceptible, separa el pensar cagando y el cagar pensando, pues la cagada final entrañaba el Victor final. Aquel apretar sus círculos discursivos significaba la victoria de Heráclito de Héfeso frente a Zenón de Elea, un cualificado cenador parmenideo de ingestas continuas y descomunales al punto de llevarle a defender la inamovilidad absoluta y la victoria de la tortuga frente al veloz Aquiles. Trasladado a nuestros días, la adulación servil de quienes, inmovilistas, no reconocen estar instalados en las gradas y cagadas del poder o cerca de ellas para encaramarse al precio que sea, es la verdadera ideología, la que queda después de las guerras civiles crudelísimas. La sangre de rojos, azules o amarillos, cuando se seca, ya no tiene color, lo que queda es la cagada y el imborrable olor de la envidia.

Pese a lo antedicho, la autonomía del cagancioso o cagarruto no es tan fiera como la pintan sus leones, ya que el poder se encuentra mil codos arriba de todos para ciscarse renovadamente en todo y en todos, excepto para limpiar el trasero de los dieciochoañeros angry joung Mens tetrapléjicos por culpa de la velocidad y de la droga; primero se les entrena para tumbar la aguja del auto con el que van a terminar estallando contra una tapia, y luego se les deja con el culo al aire, sin que nadie pase por allí para des/apestarles. Yo mismo he consumido muchas resmas de papel para tratar de sanear la cuestión escriturariamente, pero tampoco estoy muy seguro de no tener que volver a meter la gubia para escardarlo un poco más.

En el acmé de la actividad cultural hispana, al homo sapiens le ha sustituido el como sapiens, que a pesar de las apariencias no significa primero como, después pienso, finalmente existo, sino algo más prosaico: primero como, ya sea pienso, forraje, o follaje, y luego existo para renovar el otro follaje, nada de pensamiento que piensa pensamientos, noesis noéseos noesis. No hay canal, canalón o canalillo de televisión donde no se nos quiera enseñar a cocinar, ni donde no abunde el si potes foliare folia. Esos son los ingredientes básicos de la nueva salsa, por muy cocidos que ya estemos en nuestra propia salsa. Se trata de una cultura cómitre, es decir, que ejerce su autoridad con excesivo rigor o dureza y que avanza como la devastadora lengua de un lento pero inexorable glaciar.

Todo este trajín no termina ahí, así que no me extrañará que pronto, y también por aquello de que lo que se come se caga, y desafortunado de quien no lo logre, me he propuesto aquí entregarme a la exploración de la fase oral o yantatoria con su glorioso remate, la fase fecal. Sólo amigos verdaderamente investigadores, como Manuel Martín Sánchez1, recogen algunos de los muchos aurea dicta al efecto, por ejemplo: cagarla, cagarse la pata abajo, dejar a uno cagando y sin papel, estar cagado, me cago en diez, me cago en la leche, me cago en la mar, me cago en su estampa, me cago en tu sombra, no paro de cagarme, se caga la perra, está que te cagas, o incluso mandar a buscar la cagada del lagarto, empleada para despedir a uno con desprecio. ¿Te acuerdas, Manolo, cuando juntos la cagamos, tú menos que yo, en Mayo del 68, durante aquel autostop mágico de Munich a París y de París a Londres? Aquellas decisiones nunca las tomamos con quebrantos ni con fórceps.

Antes de hacerlo de nuevo en este escrito, había publicado bastantes cosillas en la gran prensa nacional, armando incluso una cierta polémica publica, sobre el homo consumens, mostrando cómo se ha ido produciendo el salto mutacional desde la Antropología a la Trofología, por aquello de que somos lo que comemos. Pero los acontecimientos han seguido su curso con fueerza hasta el punto de rebosar. Y aquí estamos, tan cagados ya, que no sabemos si es lo mismo cagar que ser cagado, hoy que estás acagado, que lástima me das.

1 Martín, M: Diccionario del español coloquial. Dichos, modismos, y locuciones populares. Editorial Tellus, Madrid, 1997, pp. 65-66.

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