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Sancho cagando y don Quijote oliendo – Carlos Díaz

Como dice el refrán, “quien con niños se acuesta cagado amanece”. Así que, metido en estos cagandurriales, no seré tan presuntuoso como para negar que también yo tengo mis zurraspias, como Sancho y como cualquier hijo de vecino. Y no es que yo desee tomar por cómplice a Sancho para esta ocasión, pues no me encuentro a su altura, pero no puedo ignorar que ni siquiera el alma noble y el cuerpo alto de nuestro señor don Quijote pudieron evitar que hasta sus mismas narices llegase el hedor del escudero descompuesto. Así que vamos a alzar el telón sin mayores dilaciones, pues el asunto no está como para aguantar demasiadas tardanzas:

“Tornó otra vez a probar ventura, y sucedióle también, que sin más ruido ni alboroto que el pasado, se halló libre de la carga que tanta pesadumbre le había dado. Mas, como don Quijote tenía el sentido del olfato tan vivo como el de los oídos y Sancho estaba tan junto y cosido con él, que casi por línea recta subían los vapores hacia arriba, no se pudo excusar de que algunos no llegasen a sus narices; y apenas hubieron llegado, cuando él fue al socorro, apretándolas entre los dos dedos, y con tono algo gangoso dijo:

—Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo.

—Sí tengo —respondió Sancho—, mas ¿en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca?

—En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar —respondió don Quijote.

—Bien podrá ser —dijo Sancho—, mas yo no tengo la culpa, sino vuestra merced, que me trae a deshoras y por estos no acostumbrados pasos.

—Retírate tres o cuatro allá, amigo —dijo don Quijote (todo esto sin quitarse los dedos de las narices)—, y desde aquí adelante ten más cuenta con tu persona y con lo que debes a la mía; que la mucha conversación que tengo contigo ha engendrado este menosprecio.

—Apostaré —replicó Sancho— que piensa vuestra merced que yo he hecho de mi persona alguna cosa que no deba.

—Peor es meneallo, amigo Sancho —respondió don Quijote.

En estos coloquios y otros semejantes pasaron la noche amo y mozo; mas viendo Sancho que a más andar se venía la mañana, con mucho tiento desligó a Rocinante y se ató los calzones”.

Las cosas no fueron a más entre el escudero y el caballero porque ambos eran de otro mundo, pero en estas cosas siempre hay que marcar las diferencias a fin de que las cosas queden claras, lo que explica este recordatorio del caballero: “Has de saber, ¡oh Sancho amigo!, que yo nací por querer del cielo en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la dorada, o de oro. Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las hazañas grandes, los valerosos fechos”1. Cuidado, pues, Sancho, contén tu Panza: sábete que yo nací para todo eso que acabo de frecordarte, y no para que casi te cisques en mí, entérate de mi condición y no me contamines con la tuya.

De esto trata este libro, que no quiere confundir los valerosos fechos con las fechorías.

Resulta muy difícil descubrir las propias fechorías, y el colmo de algunos está en creer que ellos no necesitan defecar, o que sus excrementos huelen como mínimo a ámbar. En aquel odio a los diferentes, siendo yo muy pequeño cuando me enseñaron que los árabes de la guardia mora de Franco se hacían las necesidades encima, conforme al diseño de sus pantalones de amplia culera, y yo me lo creí dadas mi ingénita credulidad. Ya durante el servicio militar obligatorio sorprendí a algunos compañeros de campamento oliéndose las propias axilas, lo que les ponían en estado de éxtasis, uno de ellos además alardeando eufóricamente todas las mañanas del placer que le suponía visitar las letrinas. Finalmente, un estudiante de medicina esquizofrénico me dijo que él llevaba un mes ni comer ni descomer, y viendo su deprimido rostro me convertí en su presunto salvador, aunque la aventura terminó saliéndole mal al rescatador que yo pretendía ser.

La mierda da para mucho y cada ente tiene con frecuencia la mierda que se merece. Digo “cada persona”, pero debería decir “cada generación”, pues la historia de la humanidad es una mierda con diferentes bajorrelieves. Perdón, todos menos usted colaboramos en ello, ya sabemos que usted la caga de verdad sin andarse con chiquitas, usted es la versión disfuncional del diluvio universal, que buen pareado sin habérmelo buscado.

1 Don Quijote de la Mancha, primera parte, capítulo veinte.

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