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Un hombre al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes - Francisco Cano

33. T. O. 2020 Mt 25,14-30

Ausencia de Dios: se fue de su vista y sin avisar. “Al cabo de mucho tiempo, vuelve”. Se fue y nos dejó todo, y nos dejó “solos”, pero volverá. En el “mientras tanto” ha dejado todo cuanto “tenía” en nuestras manos: “les dejó al cargo de sus bienes, y repartió talentos a cada uno según su capacidad”. Así que toma los bienes que has recibido, hazlos fecundos. Sin fecundidad en el amor, no hay vida.

Lo más importante de esta parábola es que el único que se equivoca es el que actúa de forma egoísta, es decir, el que no hace nada por miedo, el que tiene miedo al que le llamó y, por esto, su vida queda paralizada: no ha descubierto que Dios es Padre; niega al Dios de Jesús, que no enaltece la fuerza, el poder, el dominio, sino que su grandeza es la bondad. Su bondad, en el significado más exigente que se puede imaginar, porque Jesús nos dijo a los mortales que tenemos que ser buenos hasta amar a nuestros enemigos y a los que nos persiguen, para que seáis hijos del Padre nuestro (Mt 5, 43-44). Lo que nos hace hijos de Dios. Lo que define a los cristianos, no son nuestros cumplimientos religiosos, sino “la laicidad” del amor bondadoso (J. Mª Castillo). Lo sorprendente es que se trata de una bondad que no tiene límite alguno: con los que piensan como yo como con los que no me soportan.

Lo peor que nos puede suceder ante el Covid-19, no es la pérdida de la salud, la economía… sino vivir bajo el miedo a Dios, porque estamos ya, ahora, muertos antes de fallecer.

Ante esta pandemia, ¿no estamos experimentando este miedo -no ante la muerte, sino- ante la post mortem? En realidad, en el misterio de la muerte, experimentamos que nuestra vida es un misterio. La muerte es la irrupción, quizá se podría decir el relampagueo, de lo metafísico en la vida humana (W. Kasper).

Por esto lo peor que nos puede pasar en esta vida es vivir con miedo a Dios. Sí, para ti y para mí, lo peor, lo que más daño nos hace, es tener miedo a Dios. Y esto es lo que nos muestra la parábola de los talentos. Con fuerza, lo que más llama la atención de esta parábola es que el que recibió un solo talento se quedó sin nada, se le quita, para dárselo al que tenía más, y fue así porque tenía miedo. El miedo a Dios fue su perdición. ¿A qué tenemos miedo? ¿Al infierno? ¿Al purgatorio? A la luz de la Palabra no nos esperan lugares de castigo en los que uno es atormentado. Sí, vamos a ser purificados, pero en el fuego del amor de Dios. En el encuentro definitivo del ser humano con Dios, ante el amor infinito de Dios, uno cae en la cuenta, dolorosamente, de que ha amado a Dios a medias, y por esto se encuentra con que no está capacitado para acoger en sí el amor de Dios. ¿Acaso no hemos experimentado ya en esta vida, cada uno a su nivel, lo que supone el encuentro con el amor que nos es imposible soportar porque enloquecemos? Soy amado en lo que soy. Esta es la verdad: Dios está locamente enamorado de ti. Nos espera el Señor, no un fuego físico, sino el amor inflamado de Dios que nos depura y nos libera con su ardor. Sí, esperamos esta expresión extrema de la inagotable misericordia de Dios, que hace todo lo posible por dar a cada uno una última oportunidad y atraernos a todos hacia sí.

Hay pánico a encontrarse con Dios, cuando lo único que nos espera es la misericordia entrañable de un Dios que nos ama como él mismo se ama a sí mismo. “Amar Dios al alma es meterla en cierta manera en sí mismo, igualándola consigo, y así ama al alma en sí consigo, con el mismo amor con que Él se ama” (San Juan de la Cruz, Cántico espiritual 32,6). Esto es lo que se nos hace increíble. ¿Esperamos con temor, o con amor, a un Dios Padre, bondad infinita?

Sí, has recibido un carisma (talento), es para darlo. Pero si tienes miedo a Dios, quedas paralizado. Ante el Dios de Jesús, el miedo equivale a la perdición. Cuando esta diversidad de carismas se pierde, ya no hay posibilidad de diálogo, de pluralismo del que pueda surgir una comunidad, Iglesia, renovada, que se construya en el día a día, sino que se frustra, se acabó todo por miedo.

Nos llamó para que transformáramos y potenciáramos lo que es suyo, y ahora se equivoca el que por miedo a Dios -al que define como “exigente y duro”- no vive la vida con un corazón agradecido y responsable, porque en realidad no hay tarea más hermosa para buscar la verdad de Dios que la fraternidad con el mundo en el que Dios quiere ser amigo, esta es nuestra tarea y responsabilidad.

La comunidad cristiana, y cada uno en particular, está llamado a dar testimonio de un Dios encarnado, del Dios que encontramos en especial en nuestra propia vida, en nuestra humanidad, en nuestra debilidad, en nuestras limitaciones y pecados y en esta tierra. Esto es lo que Jesús nos revela en esta parábola principalmente. Todo seguidor de Jesús está llamado a ser “sal de la tierra y luz del mundo”. Así nos ha hecho Jesús la imagen del Padre.

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