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Cristo Rey del Universo 2020 – Francisco Cano

Venid benditos de mi Padre…, porque tuve hambre, sed, fui forastero, estuve desnudo, enfermo, en la cárcel, y os implicasteis. ¿De verdad? ¿Qué has hecho hoy por la presencia encarnada de Jesús? A sus seguidores se les exige la atención a estos pequeños, queridos por Jesús, porque son como él mismo.

Estamos ante un Dios cuyo señorío, manifestado en Jesús Resucitado, se expresa con una claridad sin sombra alguna: el amor de Dios se manifiesta como misericordia con los que la sociedad descarta, y por tanto quien se cierra en sí mismo, olvidando al prójimo, no puede experimentar el señorío del amor por él. El amor de Dios no es arbitrario, y tengamos claro que es el ser humano quien rechazando el amor de Dios y el amor al prójimo elige su propio infierno. Infierno que no ha sido creado por Dios, sino que es obra del ser humano. Muchos infiernos hemos creado en el siglo XX y los seguimos fabricando. Carlos Díaz a los están encerrados en sí mismos los llama preconvencionales: yo+yo+yo, cierran el amor que sale de sí para encontrarse con el Otro y con los otros.

El Evangelio de hoy no hace referencia a hacer caridad o dar limosna: esos son los convencionales, la mayoría, que actúa así: yo organizo mi vida al margen del Reino, del nosotros, pero no de forma abierta, sino en mi trabajo, mi profesión, mi sueldo, mis ahorros, mi mujer, mis hijos, mi familia, mi piso, mi cuenta corriente, mis vacaciones y después… doy una limosna a las ONGs, a Cáritas…, es decir de lo que me sobra, y no todo, pero ayudo a otros. Estos son la mayoría, y además se consideran normales y buenos cristianos. Quieren, pero hasta que no puedan porque otras necesidades -no convicciones- les requieran. Quieren ser pobres pero compran el coche más lujoso, quieren estar con los que no tienen, pero tiene dos o tres casas, o al menos casa para sus vacaciones o en hoteles de cinco estrellas, quieren ser solidarios pero se gastan su dinero en coleccionar vinos de marca, o en otros gustos; esquizofrenia pura y dura (las conveniencias se cargan las convicciones).

Están también los postconvencionales, que son los que siguen a Cristo pobre y obediente, entregando a los demás su vida: cuidan y dan. Jesús hoy nos habla de tener relación con los que la sociedad descarta, no entregando tiempos parciales, voluntariados, sino la propia vida. El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. Toda su vida está al servicio del reino.

En Asís nuestra experiencia es estar relacionados con los que la sociedad descarta para que puedan experimentar que alguien les escucha, los comprende y los ama, y de esta forma experimentan la dignidad propia del ser humano. Son cientos de hermanos nuestros los que nos hacen vivir las bienaventuranzas. Somos pecadores y no somos mejores que nadie, simplemente nos hemos dejado atraer por Jesús que nos ha llamado. Es una suerte que nos haya abierto la puerta de salvación a quienes amamos a los descartados, porque amar a los hambrientos, a los encarcelados, a los enfermos y descartados brota de la experiencia de que cada uno de nosotros hemos sido amados sin merecerlo. Esta es una experiencia fundante.

Venid, venid, Cristo nos atrae y nos acepta y nos admite siempre, con los brazos abiertos y nos llama a acercarnos, y por tres veces nos dirige la apremiante invitación: “Venid”. Nosotros levantamos la mirada a Jesús para curarnos de las cornadas de la vida, del cansancio y de la angustia. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 28)

Melitón de Sardes nos muestra el celo apasionado de la llamada de Jesús a todos los pueblos de la tierra y nos apremia a acercarnos: “Venid pues todas las familias de los hombres amasadas en el pecado y recibid el perdón de los pecados. Porque yo soy vuestro perdón, yo la pascua de salvación, yo el cordero inmolado por vosotros, yo vuestro rescate, yo vuestra vida, yo vuestra resurrección, yo vuestra luz, yo vuestra salvación, yo vuestro rey. Yo os conduzco hasta las cumbres de los cielos. Yo os mostraré al Padre que existe desde los siglos. Yo resucitaré por mi diestra”. Así resuena ese “yo”, que nos hace ver que ningún bien verdadero, por apreciable y costoso que sea, queda fuera del magnífico lote que Jesús nos regala.

Por fin, la última venida. Cristo, nuestro Rey y Señor, nos sitúa en un puesto de predilección, a su diestra, para recibir la posesión de su reino; quiere que reinemos con Él eternamente. Sólo nos pide una condición: tomar ahora la cruz, que es tener misericordia con sus hermanos más pobres y más pequeños: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer… (Mt 25, 34-35).

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