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En el fondo de todo, la Palabra – Francisco Cano

2 Nav 2020 Jn 1,1-18

En la Palabra podemos descubrir nuestro sentido y futuro, por tanto nuestra esperanza.

Lo nuestro en este tiempo de Navidad, especialmente, es vivir este acontecimiento como María, “que conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.

Meditamos que Dios no juega a disfrazarse de lo humano, se engendró en el vientre de una mujer: “Tu, ad liberandum suscepturus hominem, no horruiste Virginis uterum” (Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen). Sin la mujer no se lleva a cabo el plan de salvación de Dios. Dios pensó en el sexo de una mujer. El Padre, al pensar en ese Adán cuya naturaleza asumiría su Hijo hasta la muerte más dolorosa, no podía dejar de pensar al mismo tiempo en la que sería su primera residencia: el útero de la Virgen. Es cierto que la traducción adorna, como queriendo ocultar la palabra útero: tú no tuviste miedo de tomar carne del cuerpo del útero de una virgen, pero en él se hizo carne el Verbo en la Anunciación. Ese fue su paraíso terrenal. Fue el sexo de una judía, ese espacio tan reducido, el que estrecha a Aquel que no puede ser contenido en el universo.

Hoy al meditar y contemplar, como el apóstol san Juan, que “por medio de Él se hizo todo y que este Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, quedamos desconcertados al saber que María, en su vientre, calienta la Palabra creadora, y que esta Palabra se revela en el llanto de un niño. Esto es sencillamente escandaloso, no es fácil de asumir, por no decir imposible. Por eso no toca nada más que adorar y confiar.

La Iglesia desde el siglo VII, en su liturgia, no tiene palabras para exclamar: “¡Oh amplitud inefable!”, “María de la O”. Así la profundidad del sexo, rahamim, entrañas maternales, es poder dar carne a las profundidades de Dios. El sexo acoge ese doble abismo: la Alegría y la Cruz; la alegría como fruto de la cruz: ”Y a ti, una espada te atravesará el alma” (Lc 2,35). María escoge lo inesperado de cada nacimiento, de este preciso nacimiento, no para tener un superhombre, sino para tener al Crucificado.

Jesús no juega a disfrazarse de lo humano, no toma formas aparentemente humanas para simular que se preocupa de nosotros, que le importamos, que le interesamos. La Palabra se hace carne, se hace hombre, pisa barro, se hace historia en lo más humano de la historia, como es la pobreza de la marginación de Belén, y ahí proclamamos, sin escandalizarnos, la manifestación plena de la gloria de Dios.

Y ahora meditemos que la materia ha llegado a tomar conciencia de sí misma en este ser que somos los humanos, y que nos ha conducido a esta maravilla mental de conocer y admirar, preguntar, buscar y sentir.

Sí admiramos la grandeza de la creación y de todo lo que la rodea, “por medio de él se hizo todo”, y sentimos nuestra pequeñez y fragilidad dentro de él.

Vivimos la atracción de la belleza, y al mismo tiempo vivimos la angustia que nos provoca la limitación al no poder realizar nuestro deseos. Sí, ahora, en medio de la pandemia, experimentamos que la mayor angustia es la experiencia de vernos retornar a las dimensiones iniciales del humus del que estamos hechos. Somos barro, de él venimos y a él vamos, pero la realidad, la materia, no es comprensible sin la Palabra. La Palabra, el Logos, lo fundamental del mundo, de la vida y de la humanidad, está preñado de razón, dirección y futuro.

Dentro de la materia, ya desde el inicio, hay una Palabra que forma parte del cosmos y le hace ser, dirigirse, buscar y acercarse a lo que sería la realización de la promesa. La historia del mundo (13.800 millones de años), tiene su sentido en la Palabra encarnada en signos y en hechos que es necesario escuchar y comprender. Son palabras naturales y sencillas, todo el mundo puede escucharlas y entenderlas, si uno se para y presta atención, porque al final esa Palabra se hace tan humana, cercana y comprensible, que ella misma adquiere las dimensiones materiales de la humanidad. No es una Palabra abstracta, sino Alguien con quien nos apasionamos y entusiasmamos. Y esta Palabra encarnada en Jesús la llamamos Cristo, y expresa nuestro convencimiento de que es la Palabra que siempre ha estado actuando de un modo sutil (encarnado) y en la que podemos descubrir nuestro sentido y futuro, por tanto, nuestra esperanza. Por esto, feliz Navidad.

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