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La Palabra que acabáis de escuchar se cumple hoy – Francisco Cano

4. T. O. 2021 Mc 1, 21b-28

El pecado es en sí mismo un Mysterium iniquitatis que es vencido por el Mysterium fidei, mysterium paschale. Se trata de la dura batalla contra el poder de las tinieblas…, el hombre está implicado y como aherrojado entre cadenas en el dinamismo oscuro del mysterium iniquitatis que es más grande que él, pero el Señor vino a liberar y a vigorizar al hombre renovándole interiormente y expulsando al príncipe de este mundo que le retenía en la esclavitud del pecado (Cf. GS 13).

Hoy la civilización moderna, tan autosuficiente y segura, adormecida por el mito del progreso ilimitado y de la omnipotencia tecnológica, ha debido confrontarse con el desconcierto y la incertidumbre, en último término, con su finitud y fragilidad. Se podría hablar incluso de la “bella muerte del ateísmo” (Ph. Nemo), ya que no ha cumplido sus promesas. No se ha podido cumplir su promesa de inmortalidad y auto-redención, ni demostrar que el hombre es menos desgraciado sin Dios que con Dios.

“Había un hombre que tenía un espíritu inmundo” ¿Qué nos dice a nosotros hoy? ¿Residuo mitológico? ¿Quiénes son los que están amenazados por Satán hoy? Jesús no luchó contra Babilonia ni contra Roma, sino contra Satán (Belcebú), que dominaba en Galilea, lo mismo que en el mundo entero. Jesús no se levantó en armas contra ningún imperio, sino contra el poder diabólico que actúa en todos nosotros, y este poder recibía el nombre de Belcebú, manifestándose, en su más hondo y terrible nivel, entre otros, en los posesos. No es ningún poder externo el responsable de la opresión, sino la realidad más honda del mal, que impone su amenaza sobre el conjunto de la humanidad, aunque actúe de modo especial en los imperios. Hoy decimos que no hay demonios, que los exorcismos de Jesús no tienen poder de cambiar la realidad y que las curaciones son excitaciones psicosomáticas. Con ello no aclaramos la realidad, sino que ocultamos el riesgo de la iniquidad (mysterium iniquitatatis), que se enquista en las instituciones y que destruye a las personas. ¿Es o no es así? Lo demoníaco existe y constituye la amenaza mayor de la humanidad. Es un mal objetivo, que se expresa en la destrucción de las personas. Hombres dominados por un tipo de maldad interior y exterior que se descarga en los más débiles, y suscita perturbaciones que conocemos los que, como Jesús, entramos en la ciudad… El problema no es sólo la “locura” de algunos enfermos, sino la del conjunto social.

Nos produce sorpresa, estupor, el ver algo que no acabamos de creer. Parece que hoy nuestra vida hecha rutina ha ahogado la novedad y la autoridad de su palabra (potestatem habens). Estas palabras parece que nos molestan, no digo a los cristianos sino a los presbíetrso. En cuanto sale este tema de Satán, Belcebú, el Diablo, espíritu inmundo, preferimos que no se hable de exorcismos. Pero este intento de silenciar un elemento de la vida de Jesús en Galilea (porque está claro que la ciencia nos ha dicho que este problema hoy está solucionado con fármacos y centros psiquiátricos), nos impide ver que los equivocados somos nosotros, no Jesús, porque no nos atrevemos a mirar la raíz social de los demonios, ni su realidad en la vida de los hombres. Así que, de mitológico creo que tiene poco, porque destruimos el mensaje de Jesús (los críticos, los miedosos, los acomodaticios, los relativistas, los que se avergüenzan del evangelio, los que dicen que hay que modernizarse, que hay que dejar lo mitológico, en una palabra: mucha superficialidad, una “ética” desprovista de lo trascendente).

No es un residuo mitológico, si lo hacemos destruimos su mensaje. Es cierto que, en un plano, la llamada “posesión diabólica” es una enfermedad que necesita atención médica (psicológica); pero aquí se trata de algo muy serio, profundo y real hoy. Se trata de la liberación del hombre; se trata de ejercer la misericordia, la compasión ante la violencia ejercida sobre el otro. Jesús descubrió que una sociedad y una religión, como la de Galilea, eran del diablo, no de Dios, y para superar esa situación, empezó a liberar a los posesos y a curar enfermos, a fin de que pudieran ser personas libres y así transformaran la sociedad (pero hay que empezar por la liberación y conversión del propio corazón), en la que Dios se revela precisamente en los enfermos/posesos y en aquellos que los acogen y curan. Y aquí estamos nosotros, que hemos recibido esa fuerza para curar y sanar. Sólo descubrimos la acción de Dios en la medida en que nos introducimos en la destrucción de los más pobres, y descubriendo la obra que Dios realiza por medio nuestro.

Sí, Jesús, entiende sus curaciones como expresión de la presencia del Reino de Dios. “Si yo expulso los demonios con el espíritu (pneuma) de Dios, el Reino de Dios ha llegado a vosotros”, y así se presenta como representante de Dios, vencedor de Satán. Estemos atentos a lo sorprendente: Jesús descubre la vida de Dios en esos endemoniados, rompe con los aliados de Satán. Mientras, sus discípulos vencen y expulsan a Satán (Lc 10,18).

Nosotros, como Jesús, hemos recibido la fuerza para increpar (comminatus), para hacer callar: “¡que te calles!” (obmutesce) y la fuerza para decir: “que salgas de este hombre (et exi de homine)”. Las palabras sonaban a novedad, a vida, porque las sacaba desde lo más íntimo de sí mismo. Eran palabras de vida que sanaban los corazones heridos y traían la paz a las personas angustiadas, que levantaban el ánimo a las personas caídas, y quien las escuchaba sentía que renacían las fuerzas para levantarse y continuar camino. La esperanza vence al fatalismo, al nihilismo, la negatividad, el vacío, la oscuridad en la que nos encontramos.

La autoridad de quien se cree lo que dice y lo que dice lo vive. Esto es lo que hoy, en medio de la pandemia, es posible: “se cumple hoy” cuando nos acercamos a los relatos evangélicos con el deseo de conocer a Jesús, y no sentándolo en el tribunal de la sospecha. Seguro que si escuchamos la Palabra, hoy también puede sorprendernos. Él llega a nuestras vidas, y nos anuncia la mejor de las noticias y sana nuestras heridas. Necesitamos volver a Cafarnaúm a escuchar por primera vez su voz. Entonces, y sólo entonces, la Palabra de Dios se cumple hoy.

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