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Posthumano, contra ti ni el Covid – Carlos Díaz

Ya está llamando a la puerta el transhumano, viene con capacidades intelectuales mucho más altas, más memoria e inteligencia, más resistencia a las enfermedades y al envejecimiento, y con un vigor ilimitado sin sentirse cansado, harto o irritado; controlará sus deseos, estados mentales y emociones, tendrá una capacidad más grande para el placer, el amor, la belleza, y la serenidad de mente, estados que el cerebro actual no puede sospechar, como el diseñarse a sí mismo y al propio mundo de un modo radicalmente nuevo y diferente. Su slogan, living longer, healthier, smarter and happier: la muerte de la muerte. La especie humana posee 25.000 genes y la alteración de uno solo de ellos afectará a otros en una cadena estocástica casi infinita de interacciones en favor de los manifiestamente ‘mejorados’ en los que habría desaparecido la diversidad y la sorpresa de la vida.

La tecnología será la nueva naturaleza, ¿por qué hipostasiar lo natural, es que acaso está evolucionando el mundo hacia mejor? Según el posthumanismo, lo natural está hecho para que el hombre lo transforme y abandone su soporte biológico corporal (lo lamento por los adictos al gimnasio), de modo que el sustrato de su inteligencia artificial será de silicio. Por tanto, constituye un deber moral trascender la imperfecta esencia actual para crear esos seres perfectos, pero ¿cómo evitar que las cada vez más complejas y sofisticadas elaborasen sus propias postverdades, y ello no por maldad moral, sino por no conocer la escala de valores clásica, y en consecuencia tampoco el valor de verdad: “Te tengo una mala noticia”, dice el hombre que ha construido una máquina sustitutoria para engañar a su mujer durante las noches. “–Ah, ¿tú también?”, replica la mujer-máquina. El nuevo Adán de silicio engaña a la nueva Eva de silicio, sólo falta la aparición en escena de una serpiente de silicio para completar la escena; nada será verdad ni es mentira, a menos que sea de silicio y por trasplante y mutación.

Bueno, al menos en Roboticracia las nuevas personas electrónicas han visto ya reconocida su personalidad jurídica específica, con los correspondientes derechos y deberes, incluida la obligación de reparar los daños que puedan causar. En su fase de autonomía total funcionarán como una democracia algorítmica, la deseable ley del número.

El actual reduccionismo científico afirma que el humano va a terminar siendo al fin una conversión de los fenómenos vitales a procesos físico/químicos por un lado (el comportamiento de nuestro cerebro puede ser explicado por la interacción de las células nerviosas y de sus moléculas asociadas), y de los fenómenos vitales a procesos computacionales por otro. Con tal conversión de los buenos físicos en malos filósofos (lo contrario también ocurre) se ha ido extendiendo la idea de que las ciencias del cerebro posibilitan entendernos a nosotros mismos con sólo investigar cómo se comportan e interactúan las células cerebrales.

Según este enfoque neurofilosófico, las alegrías y las penas, los recuerdos, el sentido de la identidad y la libre voluntad no son más que el comportamiento de un vasto conjunto de células nerviosas y de moléculas asociadas, en suma, un montón de neuronas. Hoy, bajo el imperio del pancerebrismo, el cerebro es para muchos el órgano y la sede de la individualidad de la mente y de la conciencia, la esencia de la mismidad (self), una maquina causal física que determina la mente. Dentro de las ciencias del cerebro (brain sciences) las neurociencias ocupan el lugar central por el momento. ¿Será también Dios de silicio?

Obviamente, la muerte ha sido barrida del viejo diccionario. La inmortalidad está asegurada a través de sucesivos trasplantes de tu cerebro en un cuerpo más joven. Por eso el cerebro imaginado no envejecerá nunca; él ha incorporado simbólicamente las cualidades del alma, la sustancia inmaterial por excelencia. Contra ti, nuevo Titanic, ni el Covid.

Seguramente este proyecto no pasará a la realidad, y además habrá que ver si la naturaleza para entonces sigue en pie, aunque pueda valer para Marte. Quizá el futuro de los residuales como yo mismo consista en emparentar con algún pariente de silicio que me invite a vivir en su planetoide, no hay que ser pesimista. Lo que me preocupa no es el posthumano, sino este humano de mierda (sit venia verbo) que estamos fabricando a toda prisa, cuya “vuelta a la normalidad” sí que me horroriza. Sarna con gusto no pica, ni siquiera mortifica. Al parecer.

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