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Es la hora de la fe – Francisco Cano

4. Cuaresma 2021 Jn 3,14-21

La oferta de Dios en Jesucristo es manifestación de la locura del amor de Dios: “Tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que todo el que cree en él tenga vida eterna”.

Dios entregó a su Hijo, no para hacer justicia, sino para dar amor. Así que no existe la redención como “satisfacción”: no estamos llamados a satisfacer al ofendido de infinita dignidad, que es Dios. Esto sería hacer de la relación de Dios con los humanos una relación justiciera, y no una relación amorosa. Jesús no vino a juzgar al mundo para condenarlo, sino para salvarlo. Digámoslo más claro: Jesús no vino para condenar ni para juzgar. Jesús no amenaza a nadie por nada. Dios manifiesta su poder en el perdón y la misericordia, y por esto es todopoderoso.

Lo único que nos justifica es la fe en Cristo. ¿En quién confiamos? San Juan de Dios nos dice: “de los hombre has de ser desamparado, que quieras o no; mas Jesucristo es fiel y durable…” (Cartas…, ffº 23-24.27: O). Esta es la oferta: Jesús, desde el trono paradójico de la cruz, pide la decisión del hombre; la cruz es el punto focal y real de salvación, y lo hace desde el exceso, desde la abundancia, desde el derroche, desde su intimidad misma: el amor. Como Dios es amor, sólo puede amar, y sólo puede tener proyectos de amor con la humanidad. La condena no es la finalidad de Dios. ¿Cuál es el problema? Que ahora cada persona tiene que mirar a Jesús y decidirse por él o no. Y de la condena, ¿qué? ¿Puede existir mayor condena que vivir en la oscuridad de vivir una vida confusa y oscura? (“Prefirieron las tinieblas”). No hay mayor condena que tener que vivir siempre a escondidas, huyendo de la luz (“detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras”). Así que se habla de la condenación, no en la otra vida, sino en esta: Juan habla del juicio que ya se ha realizado (kékritai, perfecto pasivo de Krino) en la vida de cada uno.

¿Todo esto es dogma? ¿Teología? La vida no la cambian los conocimientos teológicos. Sólo cambia lo que afecta al corazón. Hay que contemplar, orar, mirar: lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre: mirad, contemplad, creed, “el que cree ya tiene la vida eterna”. La realidad es que queremos seguridad, nuestro pequeño paraíso aquí es ya nuestro infierno, y así estamos, disfrazados de ángeles de luz; pero no hay fe sin noche, sin inseguridad; no estamos lejos del ateo auténtico. La fe en Dios presupone la desconfianza en uno mismo. La verdadera fe es entrar en la duda, pero no de Dios, sino de uno mismo. Y sólo se libera uno de uno mismo con la oración. El evangelio no dice que nos abajemos, sino que nos levantemos, que nos dejemos levantar por Dios. Los creyentes sabemos cada vez menos, quizás menos que el ateo mismo, porque conocer al Dios inefable es entrar en los caminos nocturnos del amor. San Juan de la Cruz así lo expresa: “… antes ha de ir no sabiendo que por saber” (Subida, Libro 1, Cap. 4, 5).

La fe es cierta y oscura. Creemos porque la persona de Jesús de Nazaret, porque el surgimiento del “fenómeno Jesús” y el surgimiento de la Iglesia no han podido ser por casualidad, sino que suponen la existencia y misión de un hombre que hizo y dijo cosas que han marcado la historia posterior de la humanidad. No estamos ante un mito, sabemos que los que lo han intentado han fracasado, es imposible pensar que los Apóstoles se habrían concertado en inventar la Resurrección. Sí, la fe científica recibe su luz de la claridad, nosotros la recibimos en las tinieblas, porque es una certeza que no encuentra apoyo en nosotros mismos sino en Dios. Sólo quien permanece en el amor permanece en Dios. Y aquí surge nuestra angustia, pues no estamos seguros de que amamos a Dios. Santa Teresa lo expresará así: “Y lo que no se puede sufrir, Señor, es no poder saber cierto que os amo, ni si son aceptos mis deseos delante de Vos” (Camino, Cap. XLII, 2).

Así que estamos ante la oferta, ante la acogida a una Palabra dada, ante la respuesta a una llamada objetiva que nos supera. Le fe hace que el fiel entre en una oscuridad más profunda que la noche del ateísmo. Es un perderlo todo por Cristo, es la fe la que nos tiene, la que nos desnuda y nos hace abrazar al amor. No estamos en un camino romántico de sentimientos, sino que caminamos más en la ignorancia que en el conocimiento. María no comprende los dichos de su hijo, simplemente “guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 8,10). Escuchemos a estas mujeres que nos precedieron en el camino de la fe en este siglo XX genocida y ateo, para que podamos encontrar fortaleza en nuestras oscuridades: “¡Si supieran! Si supieran que mi alegría es sólo la máscara tras la que oculto el vacío y la miseria” (Madre Teresa de Calcuta). Es una sinceridad abismal, que toca fondo, no en un estado psicológico pasajero, sino en la alegría divina en la que ella cree y que, en este mundo, pasa por la Cruz. “Tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. Esa cruz la vivieron Teresa de Ávila, Teresa de Lisieux (sequedades espantosas), Teresa Benedicta de la Cruz (muere en Auschwitz entrando en la cámara de gas, prosternándose ante el silencio de Dios), Teresa de Calcuta (tinieblas que no comprende): “El sitio de Dios en mi alma está vacío. En blanco. Siente la pérdida de Dios que no me quiere, de Dios que no es Dios, de Dios que en realidad, no existe” (Carta al padre Picachy 3-9-1959).

La fe no se tiene, sino que nos sostiene a nosotros, nos lleva a la noche en la que no hay socorro humano, cuántos en este tiempo de pandemia han pasado y pasan por ahí. La fe no es una evasión, una ilusión lejos de las noches de la historia. Y en cuanto a nosotros, recordemos que, sin nuestro sufrimiento, nuestras acciones serían sólo una obra social, muy buena y útil, sin duda, pero no sería la obra de Jesucristo, por eso tantos abandonan. Pandemia: hubo uno, Jesús de Nazaret, que nos precedió en soledad, en agonía, en pobreza material y una muerte atroz, compartió la vida humana hasta sus últimas consecuencias y hoy vive, está en medio de nosotros, Vivo por los siglos de los siglos. “Tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que todo el que cree en él tenga vida eterna”.

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