Necesitamos que nos abra el entendimiento – Francisco Cano

3. Pascua 2021 B Lc 24,35-48

Ser capaces de comprender con fe lo que había ocurrido en la Pasión

Ante la absurda consideración de la resurrección, para los griegos de ayer y los de hoy, Lucas insiste en la realidad física del cuerpo de Jesús resucitado. A muchos cristianos la resurrección corporal de Jesús les inquieta, pero hay que recordar que no estamos ante la carne y la sangre “histórica” del Jesús que anduvo por el mundo, esas ya no existen, estamos ante Jesús resucitado, no ante un cuerpo que ha revivido; es cuerpo transformado y transcendente. El Evangelio muestra, propone, la fe cristiana: la realidad de alma y cuerpo no van separadas, dualismo platónico, sino que nos presenta el cuerpo Resucitado.

¿Cómo tomar en serio la resurrección corporal de Jesús? ¿Qué significa la “resurrección del cuerpo”? Accedemos a la Presencia del Resucitado de una forma sencilla con un acto de fe, y comprendemos lo que había ocurrido en la Pasión, en la meditación de las Escrituras. La afirmación de la fe es contundente: no existe una vida posterior del alma en el más allá sin la resurrección corporal. No estamos pretendiendo demostrar nada, porque la resurrección de Jesús sólo puede ser comprendida desde la fe. Pero sí podemos mostrar los efectos que produce en quienes creen. Los discípulos, en su testimonio, no se limitan a la resurrección como un acontecimiento puntual, sino que incluye el reconocimiento de Jesús, que anuncia el Reino de Dios con palabras y obras; son su vida y obra las que abren para los discípulos el sentido de las Escrituras. Las apariciones tienen por finalidad mostrar que el Resucitado es el mismo que el Crucificado. Cuerpo glorioso al que no le afectan ni el espacio ni el tiempo. Y esto es fundamental porque es así como Jesús puede estar en el corazón de nuestra historia, de nuestra vida, en la eucaristía. Jesús Resucitado está vivo y sigue salvando.

Necesitamos la fuerza del Espíritu, como Jesús y los discípulos, y en esa fuerza llegamos a ser testigos. En una palabra, es imposible que encontremos fuera, la paz y alegría que sólo Jesús infunde, las pruebas de su resurrección. Lucas nos viene a decir que en el encuentro con Jesús hay de todo y nos muestra varias experiencias: la mayoría no han tenido ninguna experiencia. Es muy realista, algunos se asustan, otros creen ver un fantasma, en otros surgen dudas y también hay quienes no acaban de creer, otros siguen atónitos. Y nosotros nos podemos preguntar, ¿será verdad algo tan grande?, ¿podemos creer en Dios en medio de la pandemia y del mal? La respuesta a esta pregunta la tenemos en la vida, porque la fe en Cristo no va surgiendo de manera automática, sino poco a poco. Lo experimentamos en el gozo que sentimos cuando la palabra nos va abriendo el entendimiento, como a los discípulos, como a los de Emaús, para que podamos comprender lo sucedido: la muerte de Jesús. ¿Cómo Dios tolera, soporta, sufre, la muerte del justo o lleva con paciencia la muerte de Jesús? La fe nos dice que Dios sufre con nosotros, y sufre por amor y no puede dejar de hacer suyo el sufrimiento de los demás. “Sí, tengo dificultades con Dios, pero Dios también tiene dificultades conmigo”, dice E. Wiesel en “Esperar a pesar de todo”. Este judío de Transilvania encerrado en los campos de concentración de Auschwitz y pudo sobrevivir hasta la llegada de los Aliados. Y Jean Rostand, ateo confeso, hacía esta honrada confesión: “El problema no es que haya mal. Al contrario, lo que me extraña es el bien…, el milagro de la ternura, esos pequeños relámpagos de bondad, esos rasgos de ternura son para mí un problema”.

La vida nuestra tiene de todo, pero también es cierto que todo desde la fe es distinto: vivimos lo bueno y lo malo. Vamos, casi sin darnos cuenta, viviendo de su ser, y Él hace que nuestra vida empiece a vivir de Él. Jesús nos infunde paz y alegría, y la certeza de que está acompañándonos de cerca en los tiempos nada fáciles que nos toca vivir para la fe, para la comunidad, para la Iglesia, para la sociedad, para los que sufren.

Así les sucedió a los discípulos de Emaús, a María de Magdala, a los once que dan la vida por predicar a Jesús Resucitado, como Pablo de Tarso. Ellos comunican su propia experiencia. A esto estamos llamados todos, a proclamar que en Jesús existe algo que no encontramos en ninguna otra parte. La prueba está en que va cambiando nuestra manera de ser, no es una doctrina o algo etéreo. Hoy no necesitamos defensores de la fe, sino testigos que muestren que están aprendiendo a vivir de Jesús. Aprendamos a vivir las múltiples alegrías que Dios pone en nuestro camino. Amemos, vivamos, sirvamos. Este es el camino para resucitar. No somos fanáticos, ni escépticos, ni indiferentes, ni propietarios de la fe, ni vivimos de herencia o costumbre. Hablamos desde la experiencia diaria de hablar con Él, de buscar su rostro y de abandonarnos a su misterio. No hablamos de Dios por lo que otros nos dicen, como de oídas, sino por el encuentro personal con quien podemos contar y a quien y en quien podemos confiar. Y así vivimos en medio de nuestros pecados, fracasos, traiciones y errores. Dios está con nosotros compartiendo nuestro sufrimiento, y hoy compartiendo con nosotros nuestra soledad. No padece, pero sí se compadece.

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