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El cerebro, patrimonio de la humanidad - Carlos Díaz

Parece que el cerebro ha sido declarado patrimonio de la humanidad, tal vez porque muchos sigan teniéndolo muy activo en sus testículos. Sin embargo, localizar la humanidad de alguien en una parte de su corporalidad trae consigo el problema siguiente: ¿qué hacemos con los descerebrados, que no son tan pocos? ¿Le mandamos un recadito al doctor Mengele para que los rectifique como es debido? Si todo está en el cerebro, si todo lo que modifica el cerebro es cerebro, no vamos a tener otro remedio que cursar presencialmente selectos masters hasta ver si entendemos por qué hay cerebros tan cabrones, cómo mejorar los cerebros perversos, cómo despertar a los cerebros legañosos y procrastinadores, y por supuesto cómo potenciar los cerebros esclavistas especializados en la explotación del cerebro por el cerebro, ahora que no podemos hablar de la lucha por la liberación del hombre por el hombre.

¡Oh, cerebro! Esto del cerebrismo, desde luego, con lo que va a terminar es con la resiliencia o capacidad de recuperar y mejorar el formato cerebral de toda la vida. Que nadie piense que podrá reverdecer sus neuronillas, a las que estaba tan acostumbrado y que mal que bien le permitieron llegar hasta hoy, aunque ya cansadas (overload circuits) después de tantos y tantos años de servicio. Los cerebros vienen ahora prefabricados, y si un circuito no funciona, se desecha en bloque, porque además resultaría más caro andar perdiendo el tiempo recauchutándolo o parcheándolo. Hoy, en que a los viejos no hay quien les visite, ¿quién iría a una residencia de ancianos paleocerebrales relañados, con los cuales sería tedioso y lento comunicarse? Ni se te ocurra: en la tienda más cutre de tu barrio puedes adquirir cerebros polícromos, niquelados, sinérgicos con los cerebros de tus amigos, que la Fuerza os acompañe. Esto va a ser la leche. La carrera está a punto de empezar, y ya hacen cola en las calles los potenciales consumidores esperando el último casco. Si compras dos para alternar de pensamiento esquizofrénico por otro más moderno del mismo signo, te hacen un treinta por ciento de descuento. Los cerebros van muy deprisa y no debes dormirte: sin el mejor casco, la cascas en un pispás.

Yo, desde luego, me apunto al primer trasplante que llegue, pues, como puede apreciarse, desvarío demasiado; a mí que me den más marcha con la cerebrotonía robótica, pues ya estoy cansado de tanta y tan engañótica o engañológica libertad de pensamiento. Se acabaron las viejas pamplinas de si mi cabeza es braqui o mesaticefálica, ortognata o prognata mi cara, siempre a mordiscos orofaciales. El abajo firmante, pensionista sin cualificación, queda a la espera de su Vacuna Megacerebral suplicando le sea concedida la ansiada prótesis lo antes posible. En mis circunstancias, y a mi provecta edad, bástame un cerebrito modesto y de andar por casa, pues a estas alturas ya a nadie se le ocurre pedirme conferencias y, lo que es peor, lo poco que sabía me está abandonando como un mal desodorante a media tarde. Yo con un cerebro de mantenimiento me conformo, pues no quisiera terminar desconectado. Es gracia que espero obtener del bondadoso corazón de usted, oh Mente Universal, cuya vida guarde el inextinguible Cosmos muchos años.

Esta sí es la auténtica vuelta a la normalidad para la que hemos venido al mundo, y fuera de la cual no hay salvación: nuestra renovada normalidad de ovejas cerebróticas nos pide tomar a mal a quien se le ocurra la nefasta idea de invitarnos a despertar y a cambiar de vida. Que nadie nos venga más con la jerigonza del esfuerzo, de la creatividad, de la lucha y del estudio. Se acabó la vida social, todos anexos al mismo Nexo, la nueva comunicación por morse (o por morsa). Yo tengo un amigo que me ama, Papá Cerebro y al mismo tiempo Papá Estado, que gestiona mis necesidades, incluido mi malestar social, a falta del bienestar que me tuvo prometido. La virtud ya no está entre dos extremos, pues el Cerebro es la Virtud y la virtualidad. No más coñas ni más moralinas, por favor.

Se acabaron las escuelas. No sólo los gobernantes, también las escuelas y los padres ofrecerán gozo en lugar de valores (excepto los valores del gozo), más atentos a nuestros cibercaprichos que a nuestras voluntades: el nuevo empoderamiento, pues no hay viento favorable para un velero desnortado. Dieta cardiosaludable: quien mueve las piernas mueve el corazón, perfecto; pero ¿quién mueve la cabeza? Si la mueves para decir no a la Gran Movida del Género, se te cae el casco, van a venir por ti los Cascos azules: vas a ser excomulgado como el Cid campeador a la salida de Burgos, pues nadie podía abrirle su puerta para darle un poco de sal y de agua. Este Género es un Caso con tanto Numerito. ¡Cualquiera se opone a esta avalancha de cibersexo revuelto! Si lo intentas, vas a ser como mínimo un pesimista, pues habrás ido a libar en la única caca de vaca del prado lleno de amapolas, y no a la inversa, como mandan los cánones, a falta de canónigos: evitar la única caca de mierda y libar, libar, libar. El cerebro es el verdadero patrimonio de la humanidad, dejémonos ya de utopideces. Cerebro rebelde no es cerebro, sino chatarra.

Y, ya que estamos siendo descerebrados para mejor recerebrarnos, osaré musitar sea recuperada para toda la humanidad venidera la única ley justa, metálica, matemática, que mueve las esferas armoniosas del cosmos, la ley del talión, la ley de la exactitud intercerebral: ojo cerebral por ojo cerebral, casco por casco. Ejemplo: “Una israelita no debe prestar ayuda en el parto de una gentil, porque así ayuda a nacer a un hijo para la idolatría, pero una gentil puede prestar ayuda en el parto de una israelita. Una israelita no puede amamantar al hijo de una gentil, pero la gentil puede amamantar al hijo de una israelita en su propio domicilio”1. Al lado de esto, el “ojo por ojo, diente por diente, cardenal por cardenal” resulta de una ingenuidad intolerable.

Por lo demás, en el Museo de los Horrores se exhibirán como escarnio de humanidad los cerebros de don Quijote de la Mancha, de Mahatma Gandhi, o el de mi primo de Zumosol.

1 La Mishná. Ed. Sígueme, Salamanca, 1997, pp. 821-822.

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