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Fue llevado al cielo y se sentó a la derecha del Padre – Francisco Cano

Ascensión 2021 B Mc 16,15-20

En este tiempo de incertidumbre, oscuridad, con futuro incierto y desesperanza, afirmamos que tenemos fe en un futuro mejor, y por eso podemos vivir el presente intensamente. Estamos celebrando no sólo el futuro de Jesús, que ha sido exaltado junto al Padre, no sólo la plenitud de su vida, sino que en la suya está la nuestra. Dios ha creado una vida llena de sentido, por encima de cualquier limitación.

Sentarse es ya vivir en plenitud: llegar hasta el lugar donde la fuente de la vida se hace meta de gozo culminada, plenitud y realización gozosa de una existencia en comunión, sentados junto a Dios, para siempre, en la ciudad de amor. Sin esta esperanza nos destruimos, dejamos de ser humanos.

Jesús ha sido exaltado, llevado junto a su Padre, pero no a un lugar (espacio) para sentarse y separarse de la tierra. Todos sabemos que el cielo no es ningún lugar. Es Dios, y en Dios ni hay espacio ni tiempo, ni está arriba ni abajo, Dios lo llena todo, está en todo, pero no se identifica con el todo. El sentarse en el cielo es ámbito de la plenitud de Dios, que es fuente de vida y gloria para todos los hombres, porque un hombre, Jesús, lo ha realizado en nombre de toda la humanidad. Estamos permanente asistidos por Jesús, sentado a la derecha del Padre hasta la consumación del mundo. Jesús es la cabeza que vitaliza y que sostiene el cuerpo de la Iglesia, Vida y luz que alumbra a los creyentes. Es Kyrios (Señor), que está sentado a la derecha de Dios, en el ámbito del cielo, culminando la historia y enviando su Espíritu.

El evangelio dice que “se sentó a la derecha del Padre”. Nosotros ahora estamos sentados, participando, escuchando a Jesús, Palabra de Dios, como tantos en su vida histórica le escucharon. Podemos sentarnos sin comunicación dialogada, pero así no se construye una sede como signo de autoridad, de descanso y convivencia. Jesús, que está junto al Padre, no está solo, no se sienta en solitario para descansar, pensar, mandar.

Unos se sientan para imponer, los magistrados para juzgar, los maestros que sientan cátedra para enseñar. Jesús, en su vida terrestre, se sentó junto a los pobres, los pecadores. Se sentó para tratarnos como amigos, hermanos, para compartir la palabra y la alegría de la vida. “Al ver la multitud, subió al monte, se sentó, tomó la palabra y los instruyó” (Mt 5,5).

Hoy se nos recuerda que Jesús no acaba desligándose de la historia. ¿Hemos separado a Jesús de la tierra? Todo lo contrario: Jesús ha llegado al lugar de la plenitud de Dios para unir, en una relación inseparable, toda la creación: “todo lo puso bajo sus pies” (Ef 1, 17-23). Se ha cumplido el tiempo, Jesús ha perdonado el pecado de los pueblos y ha penetrado, por y con nosotros, en la altura de Dios. Celebramos el triunfo de su entrega pascual y la meta de la salvación de todos los hombres.

Nosotros nos sentamos junto a su sede, en actitud de escucha reverente, porque enseña con autoridad, no para humillar, sino para levantar y ensalzar.

Existe una manera más perfecta de sentarse, que se realiza en la amistad y en la celebración, que exige compañía. La riqueza y la calidad de este estar sentado está en el valor personal de los acompañantes. Por esto el texto añade: “se sentó a la derecha de Dios”. La Ascensión va unida al sentarse de Jesús, que se convierte en signo de comunicación. Es momento de diálogo, tiempo de amor compartido. Jesús y el Padre, sentados, dialogan en el Espíritu, y de esta forma se nos presentan como espacio de vida para todos los hombres.

Están en el mismo trono el Padre Dios y Cristo humano. Y esto quiere decir que Dios asume nuestro espacio y nuestro tiempo en Cristo, de quien podemos afirmar que está sentado junto al Padre para enviarnos su Espíritu.

Ir al Cielo no es llegar a un lugar, sino entrar para siempre en el misterio de Dios. Nos podemos preguntar: ¿para qué se sienta? Ha terminado la marcha, parece que comienza el silencio de Cristo. Sobre ese silencio se manifiesta la más honda palabra y acción de Jesús. No ha subido para volver a bajar conforme al mito del eterno retorno, sino para propagar su triunfo para siempre, salvando a los hombres.

No se refugia a solas y no nos olvida, coloca su trono de gloria para acompañar a los hombres más amenazados. Está sentado para comer y celebrar en banquete de amor. Ha querido celebrar con los suyos un banquete ofreciéndoles su vida en alimento. Esta comida de agradecimiento es la eucaristía (J. Pikaza). Jesús y los suyos: todos los hombres han sido creados para sentarse y gozar, para comer juntos, compartiendo la existencia. Por esto, el estar sentado junto al Padre debe interpretarse como plenitud eucarística, celebración desbordante de vida.

Aprendamos del Jesús histórico, que se sentó para descansar junto al antiguo pozo de Siquén, al borde del camino, estando fatigado. Ahora está sentado porque ha terminado su trayecto duro y arriesgado. Ahora perpetúa su entrega en favor de los hombres.

Se ha sentado para gozar, nos ha ofrecido su mensaje de felicidad y ahora comparte con nosotros lo conseguido, está sentado -no acostado-, vela por nosotros y no duerme, no se olvida, no abandona la historia, sino que goza junto a los suyos de la alegría de la acción bien hecha.

En el tiempo de su vida Jesús se sentó con los pobres del camino, vivió para los otros, convirtió su vida en alimento y comunión. Ahora se sienta con el Padre, ofreciendo a todos la intimidad de su diálogo con Dios, en felicidad compartida. No sólo no abandona a los hombres, sino que los eleva a la derecha del Padre.

Hemos pasado del Jesús sentado con los pobres a su plenitud en el reino, ofreciéndonos el misterio: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La misma historia humana de Jesús, sin dejar de ser finita y temporal, ha pasado a ser realidad eterna del Hijo de Dios. Id y anunciad a toda la creación las obras y palabras, la actividad sanadora y liberadora de Jesús. Seamos cada uno de nosotros cielo para los demás.

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