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Católico, sentimental, y feo – Carlos Díaz

No soy amante de las corridas de toros, pero si lo fuera nunca las vería desde la barrera. El divino marqués de Bradomín, “aquel admirable Don Juan feo, católico y sentimental”, no está de moda. La gran frase largamente premeditada estalló envuelta en estrepitosa salva de aplausos entre los de la alfombra roja, aplausívoros resignados dioses menores si el Óscar es de reparto. La biografía de Javier Krahe intitulada Ni feo, ni católico, ni sentimental. Lo primero que hizo el director español de cine Trueba al recoger la estatuilla de su Óscar en Hollywood fue: “Yo no creo en Dios, sólo creo en Willy Wilder”.

Yo, mientras tanto, audeo dicere:

1. La inteligencia y la fe viven en tensión. Hay creyentes y agnósticos, los primeros en retroceso, especialmente acentuado entre los católicos.

2. Las religiones son muchas y sus perspectivas demasiado diferentes, pese a las crecientes tendencias ecuménicas caracterizadas por su concordismo higiénico, donde todos los dioses son buenos. Areópagos posmodernos.

3. La perspectiva cristiana estaurológica, profética y pauperónoma de Jesucristo no conmueve, no ilusiona, no interesa, no es el centro absoluto de la vida.

4. En cada Iglesia hay posiciones filosóficas y teológicas diferentes entre sí. Suelen ser consideradas más católicas las más cercanas al magisterio pontificio y, a partir de él, a las conferencias episcopales, que no suelen ser las joyas de la corona. Demasiados alzacuellos.

5. También la Iglesia católica se encuentra sujeta a cambios de rumbo, antagonismo con o sin sordina casi cismático con permanentes rencillas y acusaciones recíprocas, despiadadas o falsas.

6. Entre tanto, la mayoría de los católicos no resistiría un examen teológico mínimo del Credo, la fe que profesamos los católicos, de ahí la creciente degradación de su fe y la confusión embolismática entre fe, creencias y costumbres. Privilegiado un tipo de piedad subrogatoria, la Iglesia ha vivido de espaldas a la formación teológica, incluyendo la de numerosos clérigos de misa y olla.

7. La formación católica dada en los colegios cristianos, incluidos los postineros, semillero de muchos intelectuales agnósticos rebotados y beligerantes, ha constituido un rotundo fracaso. Ha sido una enseñanza barata y para andar por casa en zapatillas, un barniz. Muchas veces más un negocio y un “servicio de mantenimiento” de las buenas costumbres burguesas. Los católicos que estudian la fe y la hacen vida son escasos.

 

8. Los “filósofos jóvenes” (Savater, Sádaba, etc) de allí salidos se han burlado de todo aquello, pero sin tener la menor formación teológica.

9. Existen intelectuales inquietos y sedicentemente católicos hasta hace poco, a los que podría calificarse de gnósticos, para los cuales la identidad cristiana es una cosmovisión, más o menos posmoderna, pero sin seguimiento de Jesús.

10. Asimismo han desaparecido del mapa los intelectuales católicos que amalgamaron lo sociopolítico y lo religioso, ya sean cristianos por el socialismo, o socialdemocracias católicos (Ruiz Jiménez, Cavero, maritainianos).

15. Nada de esto impide que algunos católicos ultraconservadores afirmen, por su propio narcisismo proyectivo, que la Iglesia nunca ha estado tan fuerte ni tan pura como ahora. Hay que ir al oculista.

16. ¿Y yo qué? Soy un intelectual católico, pero antes y al mismo tiempo un pobre pecador amado por Dios, creo haber sido mejor intelectual católico que persona; como intelectual católico he procurado hacer mis deberes aferrado a la mano de Jesús, incluso en mis peores momentos de derrumbamiento. Que se me pegue la lengua al paladar si así no fue.

Después, he puesto el personalismo comunitario al pie de su cruz con las Bienaventuranzas en mi pecho. No soy hombre de reuniones ni de sacristías, las reuniones en la calle, hay muchas barricadas.

Me he matado estudiando mañana tarde y noche, no habiendo sabido hacer otra cosa y gozando de la posibilidad de estudiar para pensar con libertad y rigor. Afortunadamente el cansancio no me persigue, soy un cayo endurecido y resisto lo que no está escrito.

He gozado de la amistad y de la enseñanza de los mejores teólogos del mundo, y con ellos trabajado durante décadas. Como profesor de teología no soy tan malo, aunque tampoco tan bueno, me falta mucho. No puedo entender a los profesionales tan buenos en lo suyo y tan reacios al estudio del Dios al que invocan. No les interesa conocer al amor de sus amores.

Me alegra enormemente poder leer en lenguas clásicas los textos del Nuevo Testamento, en cuyas etimologías encuentro ríos de agua viva que ilustran mucho a los rudos catequizandos. No sé cómo pueden los clérigos rezar sin hacerlo en esas lenguas, ni pensar sin hacerlo en esas lenguas, lo digo más en serio que en broma.

Desafortunadamente, siendo hombre de Iglesia, me cuesta mucho confesar la fe en esa Iglesia católica española, aunque no sólo en ella. Cada vez me siento más protestante, aunque en ello a la vez más católico. No me iré de la Iglesia católica, donde vivo y quiero morir.

En este último tramo de mi vida, camino de los 77 años, como dicen en México, “nadie me pela”, nadie me llama, nadie me pide escritos, nadie me solicita para dar conferencias, no tengo dónde editar (les regalo diecisiete libros totalmente concluidos inéditos a quienes se apiaden y los saquen a la luz). Afortunadamente, estoy editando la obra teológica más hermosa que he conocido, el Padre Nuestro de Marcelino Legido.

Lo comprendo sin aspavientos: el mundo ha cambiado más que yo. No tengo coche, no tengo teléfono móvil, este coronel ya no tiene quien le escriba. Me paso la vida cual Sitting Bull (espero no ser asesinado como él) estudiando y escribiendo, aunque estoy demasiado gordo. Y acepto alegre el humor de Dios.

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